Si se quiere tener una evidencia adicional del fracaso de la reforma política de 1977 que quiso fundar un nuevo sistema de partidos y una nueva democracia, la imagen adelgazada que presentan hoy las fuerzas organizadas de la oposición retrasa el reloj casi 50 años. La experiencia frustrante y frustrada del PAN en los sexenios 2000-2006 y 2006-2012 y del PRI en 2012-2018 revela el fracaso de la alianza secreta y abierta PRI-PAN después de 1988 para impedir la verdadera transición a la democracia.
El regreso de Morena a la condición de partido dominante o partido hegemónico debe verse a la luz de la ruptura política en el bloque dominante del PRI en 1987 cuando le cerraron las puertas de la sucesión presidencial a Cuauhtémoc Cárdenas y el bloque de sobrevivientes del nacionalismo revolucionario que había girado en torno a la Corriente Democrática del partido, luego como eje estabilizador del Frente Democrático Nacional y finalmente como el Partido de la Revolución Democrática que había aglutinado a todos los gelatinosos grupos de la izquierda, desde el comunismo hasta los presuntos socialistas inventados por Luis Echeverría Álvarez.
Luego del batacazo electoral de 2 de junio, la oposición entró en una zona de desarticulación que parece estar tendiendo al regreso a las situaciones de aislamiento: el PAN ya rompió en los hechos con el PRI, el PRI se reformula para convertirse en una oposición leal al presidencialismo de Morena y Movimiento Ciudadano no puede construirse una credibilidad para convertirse en una verdadera nueva opción. El PT el Verde juegan a la segura con sus alianzas con Morena.
La lección que queda el día de hoy de esta lucha de la oposición desde las primeras rupturas al interior del PRI a partir de 1951 se encuentra en el hecho de que estas organizaciones grupos, corrientes e individualidades nunca fueron una verdadera oposición, es decir, posicionamientos basados en alternativa al grupo político en el turno de la titularidad del Poder Ejecutivo.
La reforma política del 1977 permitió la posibilidad de abrir resquicios en el sistema de partidos con el registro de organizaciones que fueron desde el Partido Mexicano de los Trabajadores de Heberto Castillo en 1974 hasta el PRD de Cárdenas en 1989. En esos 15 años ninguno de los partidos pudo construirse como organización de militantes o clases capaces de disputarle el poder al PRI de entonces.
El PAN no necesitó de la reforma política para cambiar, porque en 1973 sufrió una reestructuración interna de grupos de poder cuando los abogados patronales, empresarios hartos del dominio económico del Estado y burócratas de posiciones medias y bajas habían ya reorientado al PAN hacia una posición de alternancia empresarial y no política. Fox gobernó como empleado de la Coca Cola y Calderón nunca pudo asumir el poder presidencial y quedó como un burócrata panista en una posición presidencial que lo rebasó en posibilidades.
La instalación el domingo pasado del Congreso general después de las dos victorias de Morena –la electoral y la de distribución de curules plurinominales– mostró a una oposición desdibujada, sin liderazgos políticos ni morales, sin figuras partidistas que pudieran de alguna manera dar señales de que estar en condiciones de dar una batalla legislativa y sobre todo con liderazgos en sus propios partidos carentes de indicios respecto a la posibilidad de construir una propuesta alternativa a Morena.
El PAN y el PRI se perfilan, mal que bien, como la única posibilidad de construir en el poder legislativo una oposición que enfrente el avasallamiento de la mayoría calificada de Morena y aliados, pero para asumir esa condición será necesaria una renovación total de sus dirigencias porque las actuales –Marko Cortés y Alejandro Moreno Cárdenas Alito— cargan con el fardo del error histórico de ambos partidos de prohijar la candidatura opositora de Xóchitl Gálvez Ruiz, una figura que representó en la campaña los intereses de la derecha y la ultraderecha social y empresarial.
Si el PAN y El PRI no se reestructuran después del batacazo del 2 de junio, nada podrán hacer frente a la resaca de poder de Morena y aliados que le quitó importancia política a la marea opositora. El problema de credibilidad opositora radica hasta ahora en la incapacidad de promover nuevas dirigencias con nuevas figuras sociales y políticas.
Si Marko y Alito llegan a las legislativas de 2027, podría darse el caso de que pierdan hasta el registro en las presidenciales de 2030.
Esta es la oposición que quedó después del tsunami del 2 de junio.
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Política para dummies: la política requiere de políticos, no de oligarcas partidistas.
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@carlosramirezh