¿Revolución de las conciencias?

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Cada vez que se escucha al presidente de México hablar de la “revolución de las conciencias” surgen pensamientos: Cree que no se sabe cómo se hará esa revolución ni a qué se refiere; sospechamos qué quiere, qué busca, aunque repita lo mismo que muchos deseamos: terminar con la corrupción. Su método se limita a haber hecho de la corrupción en la función pública un delito y a denunciar a los corruptos, pero se extra limita al inocular la idea de que todos sus opositores son corruptos. Sin embargo, ¿cómo acabar con la corrupción que, aunque no lo acepte el presidente, se volvió en algo cultural, cuando es algo que compete a la conciencia?

Hace años el joven chofer de un taxi afirmó querer ser policía judicial “porque ahí está la lana, la lana que se gana fácilmente, las mordidas”. Varios jóvenes funcionarios expresaron anhelar cargos públicos para volverse ricos. Otro caso: una alta funcionaria autoritaria, que presume de culta (aunque le hayan hecho sus tesis) feminista agnóstica y ética, ha pasado la vida maltratando a sus colaboradores; algunos dijeron: “no sabe lo que hace”; otros, que sí es consciente de su maldad; considerando su enorme soberbia, ignora (o hace como que ignora) que está totalmente dañada; desde hace más de un año existe queja por las violaciones a los derechos humanos que ha perpetrado. Una ocasión, un señor “fino y preparado” contó, orgulloso, una de sus travesuras de adolescente: “Nos divertimos mucho metiendo la mano bajo la falda de las niñas; ¡imagínate: las niñas de las escuelas católicas!”. De forma cotidiana, la televisión ofrece películas de violencia que, a las personas sin criterio, han servido de “inspiración”: escudadas en una supuesta ficción, sirven para promover comportamientos delictivos. Sorprendente, a varios varones Guasón les encanta. A muchos, los cortos sobre accidentes (niños que se caen del triciclo, adultos que chocan con un árbol o salen volando de la motocicleta, etcétera) les causan risa: ni de forma remota piensan en las lesiones físicas que producen. Afuera de un Oxxo una hermosa chica, con falda y tenis, fue víctima de la lascivia de un patán que creyó tener el derecho de agredir con la mirada y con la voz: como un macho orangután estaba excitado. Uno pide un kilo de mango o carne, cantidad que llega incompleta. La falta de control de precios en los mercados hace que los súper mercados sean confiables. El precio del pan o del gas varía a criterio de los vendedores: el gobierno no ha terminado con esta corrupción. Para colmo, la gente hace que sus mascotas dejen sucias las banquetas que no son las de sus casas y que se orinen en fachadas que tampoco son las suyas, las ballenas de concreto se caen y las vacunas anti Covid-19 no pueden adquirirse libremente.

El presidente quiere terminar con la corrupción y para ello propone una revolución de las conciencias que más parece que busca controlarlas para obtener votos, suponiendo que él y su partido son los únicos que representan a “los buenos”. Se equivoca: la gente no es tonta. Se limita a una supuesta toma de conciencia política, mas no social ni individual, ni ética ni moral.

El presidente afirma “Nada con la fuerza: todo con el derecho y la razón” y al mismo tiempo contraafirma “prohibido prohibir”, como si el derecho, las leyes y la razón no tuvieran como función poner límites y prohibiciones, elaborar juicios y razonamientos, dar criterios que nos lleven al bien individual y común y que nos hagan rechazar el mal y la corrupción, como si las prohibiciones no estuvieran implicadas en las normas jurídicas, muchas de las cuales se basan en las por siempre normas morales. Al presidente le encantan los mensajes paradójicos, pues sabe que colocan a las personas en una situación racionalmente insostenible, lo que facilita el control.

Los que tratamos de comprender, sabemos que se trata de cuestiones de conciencia. Personas cuya conciencia está tan amortiguada, que al hacer el mal ni siquiera se dan cuenta, ni siquiera tienen conciencia de que su conciencia está apagada o torcida o dañada. Viven obnubilados consigo mismos. Algunas personas con la conciencia errada, al menos tienen un momento en que sienten culpa, en que se arrepienten y que, incluso, pueden alcanzar la expiación, el perdón y la auténtica libertad.

La conciencia. Tema complicado. Joseph Ratzinger, con base en que Dios es Amor, Bondad, Libertad, el Bien, trata esta difícil característica del ser humano. El entonces Cardenal, al hablar sobre “Conciencia y verdad”, retoma desde mitos griegos, pasando por los Evangelios y por algunos autores cristianos, hasta la ideología marxista y la actualidad. Expone dos conceptos: anamnesis y conciencia.

Precisa que la conciencia no es subjetiva; si fuera subjetiva, ya no sería conciencia; argumenta que cualesquiera que sea la cultura, en todo el mundo el hombre lleva inscritas, en su más profundo interior, leyes morales universales (no matarás, no robarás, no mentirás, o no nos mentiremos, etcétera).

Retoma el “matricidio de Orestes. Este cometió el homicidio como un acto conforme a su conciencia, hecho que el lenguaje mitológico describe como obediencia a la orden del dios Apolo. Pero ahora es perseguido por las Erinias, a las que hay que ver como personificación mitológica de la conciencia, que desde la memoria profunda le reprocha, atormentándolo, que su decisión de conciencia, su obediencia a la ‘orden divina’ era en realidad culpable. Todo lo trágico de la condición humana emerge en esta lucha entre los ‘dioses’, en este conflicto íntimo de la conciencia. En el tribunal sacro, la piedra blanca del voto de Atenea lleva a Orestes la absolución, la purificación, por cuya gracia las Erinias se transforman en Euménides, en espíritus de la reconciliación. (…) En este mito percibimos la voz nostálgica de que la sentencia de culpabilidad objetivamente justa de la conciencia y la pena interiormente lacerante que se deriva, no son la última palabra, sino que hay un poder de la gracia, una fuerza de expiación, que puede cancelar la culpa y hacer que la verdad sea finalmente liberadora. Se trata de la nostalgia de que la verdad no se reduzca sólo a interrogarnos con exigencia, sino que también nos transforme mediante la expiación y el perdón”.

Recupera el término platónico de “anamnesis” (recolección, reminiscencia), o conjunto de datos que se tienen de antemano. “Esto significa, que el primer nivel ontológico, llamémoslo así, del fenómeno de la conciencia consiste en el hecho que ha sido infundido en nosotros algo semejante a una originaria memoria del bien y de lo verdadero (las dos realidades coinciden); que hay una tendencia íntima del ser del hombre, hecho a imagen de Dios, hacia todo lo que es conforme a Dios. Desde su raíz el ser del hombre advierte una armonía con algunas cosas y se encuentra en contradicción con otras. Esta anamnesis del origen, que deriva del hecho que nuestro ser está constituido a semejanza de Dios, no es un saber ya articulado conceptualmente, un cofre de contenidos que están esperando sólo que los saquen. Es, por decir así, un sentimiento interior, una capacidad de reconocimiento, de modo que quien es interpelado, si no está interiormente replegado en sí mismo, es capaz de reconocer dentro de sí su eco.”

Sobre la promoción de una moral subjetiva expone: “no se puede identificar la conciencia del hombre con la autoconciencia del yo, con la certidumbre subjetiva de sí mismo y del propio comportamiento moral. Este conocimiento, puede ser por una parte un mero reflejo de las opiniones difundidas en el ambiente social. Por otra parte puede derivar de una falta de autocrítica, de una incapacidad de escuchar las profundidades del espíritu. Todo lo que ha salido a la luz después del hundimiento del sistema marxista en la Europa Oriental, confirma este diagnóstico. Las personalidades más atentas y nobles de los pueblos por fin liberados hablan de una enorme devastación espiritual, que ha tenido lugar en los años de la deformación intelectual. Notan una torpeza del sentimiento moral, que representa una pérdida y un peligro mucho más grave que los daños económicos ocurridos. El nuevo patriarca de Moscú lo denunció de manera impresionante al principio de su ministerio, en el verano de 1990: La capacidad de percepción de los hombres, que han vivido en un sistema basado en la mentira, se había obscurecido, según él. La sociedad había perdido la capacidad de misericordia y los sentimientos humanos se habían desvanecido”.

Promover una “revolución de las conciencias” desde el poder político nos hace pensar en manipulación. Las personas, en lugar de adquirir auténtica conciencia, pueden envalentonarse, perder la perspectiva de quiénes y qué son, convirtiéndose en una imagen falsa de sí mismos. Por otra parte, concientizar frustraciones y resentimientos sin la curación adecuada las puede convertir en malvadas: están los casos de sirvientas que no quieren obedecer a sus patrones, de empleados que bloquean a sus jefes, de policías que violentan personas y leyes, de funcionarios que cometen o cometieron cohechos escudados en la supuesta “tácita compensación”, de candidaturas a gobernar un estado que se intercambian entre parientes, de varones que dicen amar a sus mujeres pero que se quedan en las palabras, de personas que con consciente negativa omisión pretenden dar lecciones en lugar de ejercitarse en el amor. En el fondo de todo ello está el egocentrismo, una de las peores expresiones del egoísmo, que es lo opuesto al amor.

Efectivamente, tenemos la facultad de ser libres. De hecho, Dios respeta la libertad, no se impone. Respeta incluso las conciencias erradas, mas invita a convertirnos en seres despiertos en el Bien y auténticamente libres. Lo que no se justifica es promover una “revolución de las conciencias” que busca el control manipulado de las mentes, pues podría llevar a un despertar del mal. De ahí la responsabilidad que tienen las personas conscientes (sanas): difundir y promover el Bien. Creo que sólo así podrá disminuir la corrupción. Una “revolución de las conciencias” sin formación ética y moral corre el riesgo de convertirse en una nueva forma de corrupción, que nos lleve a convertirnos en seres insensibles al bien común.

Ratzinger nos previene: “El error, la ‘conciencia errónea’, sólo a primera vista es cómoda. Si no se reacciona, el enmudecimiento de la conciencia lleva a la deshumanización del mundo y a un peligro mortal”.

No es lo mismo promover políticamente una “revolución de las conciencias” que fomenta divisiones y odios con mensajes paradójicos que despertar las conciencias. Este despertar del ser, desde todos y en todos los ámbitos, requiere maestros, guías y apoyo de expertos. “La verdad nos hará libres”: El despertar de la conciencia requiere fundarse en la Verdad, en el Amor, en los valores universales, comenzando por aceptar nuestras miserias y podredumbres, para luego y decidirnos a cambiar por el bien propio y el de los demás. Despertar las conciencias implica aceptarnos como seres capaces de amar.