Lo confieso sin tapujos, disimulos o penas: no entiendo a las mujeres.
Supongo que esto me coloca en el mismo cajón que el 98% de los varones, pero no deja de ser una desazón en estos tiempos de igualdades y equidades sociales y relacionales.
Leo en Reforma que el sagrado Instituto Nacional Electoral, mejor conocido por su acrónimo INE y apreciado por la credencial que nos permite trámites bancarios, ordenó a los partidos, por nueve votos contra dos, “postular a mujeres en 7 de las 15 gubernaturas” que estarán en juego en el 2021.
Mejor muestra de que en México las medias naranjas disfrutan de condiciones que ya quisiera Hillary Clinton, no puede haber. Pero ¡helas!, pese a estar a un pelillo de la simetría política, ellas tienen comportamientos que me sumen en la confusión intelectual.
Mi cuata G. posee un doctorado, el respeto de sus colegas y un ángel de hijo, pero está en el ácido porque transita por el oscuro callejón que va de los 39 a los 40.
Otra chómpira, S., también con Ph.D., galardonada con la más prestigiada beca académica, madre de una brillante hija y admirada profesora de una de las más importantes universidades gringas, lo único que quiere es que alguien le diga mamacita en su propio idioma.
Una más, R., quien desde la preprimaria no ha bajado de diez y se doctoró en la universidad europea de mayor prestigio y antigüedad, está inconsolable porque se le rompió una uña.
Quizá mi incapacidad para entenderlas sea consecuencia de que en mi infancia mi santa madre, vara de membrillo en ristre, me acomodó una de perro bailarín por andar metiendo mano en su bolsa. Es posible.
Ah, ¡si yo tuviera la edad de cualquiera de ellas y la mitad de sus prendas académicas! Nada me detendría. Ahora mismo sería por lo menos subsecretario y no profesor en estado de shock porque mis alumnos creen que Alfonso Reyes es jugador de un equipo de futbol.
O consejero áulico requerido por los más encumbrados políticos de la cuatroté.
O jefe de gabinete de un conglomerado empresarial como el de Slim, el de Hank o el de Aramburuzabala.
O consultor favorito de la Arquidiócesis.
O consiglieri de la Embajada (you know which one).
Pero no. Soy apenas un hombre que mira azorado a la otra mitad de la humanidad y se pregunta por qué A.R. no contesta sus llamadas. Cada día que pasa se solidifica mi certeza de que contrario sensu a los neodarwinistas, la especie dominante es la femenina y que entre más pronto los varones aceptemos esta verdad, mejor será para todos.
Otro enigmático rasgo de ellas es la moda. Según mis modestas observaciones, en este terreno lo mismo da que tengan Ph.D. que primaria incompleta: el síndrome palacio corta horizontal y verticalmente la condición social y económica con democracia que ya quisiera el antecitado INE.
Y nosotros, el sexo horrible (Borola dixit), mejor chitón. Los casados que se atrevan a opinar y se equivoquen, dormirán en la perrera. Los solteros que resbalen en este paso del jabonero seguirán siéndolo.
¿Debe uno responder con la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad cuando ella pregunta, “me veo bien con este vestido color naranja”? Que cada quien mida su propio riesgo y acepte las consecuencias.
Por esto fue refrescante e iluminante conocer la respuesta de una anónima brasileira a la campaña de cierto gimnasio que al pie de la foto de una correteable chica en minitanga rezaba: “¿Este verano qué quieres ser: sirena o ballena?”:
“Señores: las ballenas están siempre rodeadas de amigos. Tienen una vida sexual activa, se embarazan y tienen ballenitas de lo más tiernas. Las ballenas amamantan. Son amigas de los delfines y se la pasan comiendo camarones, jugando en el agua y nadando por ahí, surcando los mares, conociendo lugares maravillosos, como los hielos de la Antártida y los arrecifes de coral de la Polinesia. Las ballenas cantan muy bien y hasta tienen CD grabados. Las ballenas son enormes y casi no tienen predadores naturales. Las ballenas tienen una vida bien resuelta, son lindas y amadas por todos.
“Las sirenas no existen. Si existieran, vivirían en permanente crisis existencial: ‘¿Soy un pez o soy un ser humano?’. No tienen hijos pues matan a los hombres que se encantan con su belleza. Son bonitas sí, pero tristes y siempre solitarias. (¿Quién quiere acercarse a una mujer que huele a pescado frito?).
Prefiero ser ballena. ¡Si me quedaba alguna duda, ya quedó desterrada!
“P.D.: En estos tiempos de mujeres anoréxicas y bulímicas, en que la prensa, las revistas, el cine y la tele nos meten a la fuerza en la cabeza que sólo las flacas son bellas, este mensaje trae nuevas esperanzas a las ballenitas y, ¿por qué no?, a las sirenitas que no descansan un segundo pensando en su apariencia exterior. Yo prefiero disfrutar un helado junto a la sonrisa cómplice de mis hijos, una copa de vino con un hombre que me haga vibrar y una pizza exquisita con amigos que me quieren por lo que soy, no por cómo luzco.”
Y digo yo, el escribidor: quienes tengan oídos… etcétera, etcétera.
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