Primera parte.
El 10 de diciembre de 1513, Nicolás Maquiavelo le contaba a su amigo Francesco Vettori en una carta desde su exilio: “Al caer la noche…. entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres donde…no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles por la razón de sus acciones, y ellos por su humanidad me responden; … no me asusta la muerte: todo me transfiero a ellos”.
Al tiempo, esculpía una de las más portentosas obras, patrimonio de la historia de la humanidad en la que como quizá en ninguna otra obra, vincula el arte, el poder y la política: El Príncipe.
Ello en el contexto del renacimiento, momento en el que era palpable la necesidad de una renovación política; cuando emerge la burguesía como una nueva clase social, cuando nacen ideologías como el humanismo, cuando se está fermentando el nacimiento de los Estados nacionales, cuando el conflicto Iglesia y los “Estados” monárquicos se hace evidentes.
Es en la consolidación de la monarquía española, inglesa y francesa, que Maquiavelo, a través de una nueva forma de ver y entender la política busca a través de su obra literaria, causas de la grandeza y la decadencia del Estado para que Italia conservara y ampliara su poder. Toda su lectura de los antiguos escritores políticos, su experiencia diplomática y política al servicio de su querida Florencia, su conocimiento de los cambios que se estaban experimentando en Europa y su gran visión política renacentista fueron los ingredientes para que la pausa que hizo al estar escribiendo sus Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, produjera la gran obra política de El Príncipe.
Nicolás Maquiavelo fue un pensador influyente y también denostado de la historia, “extravagante respecto de la opinión común, inventor de cosas nuevas e insólitas” como lo retrató su amigo el diplomático Francesco Guicciardini; quien decide “recorrer el camino todavía no pisado por nadie”, como lo dice el propio Maquiavelo en sus Discursos.
Maquiavelo nace en Florencia el 3 de mayo de 1469 en una familia perteneciente a la nobleza, pero de relativa pobreza de la que él mismo relata a Vettori: “Nací pobre, y antes aprendí a afanarme que a disfrutar”, pero recibe una excelente educación. Hijo del doctor en jurisprudencia Bernardo Machiavelli y de Bartolomea dei Nelli. Cristiano, aunque llega a decir: “la vida inspirada en el cristianismo condena al hombre a la impotencia política, porque los cristianos piensan más en soportar las injurias que en vengarlas”.
Podemos afirmar sin temor a controversias que fue antes que cualquier estigma, un patriota; su obra y vida contenía un anhelo por la regeneración política de Italia, por su unificación, por su liderazgo, por su poderío. Su trinchera estaba en las ideas y en la acción, su profundo anhelo por que se alcanzaran sus ideales, lo llevan a buscar medidas excepcionales. Maurizio Viroli en su ensayo “Redeeming The prince: The meaning of Machiavelli masterpiece” asegura: “amaba a su país más que a su alma, y quería que este fuera libre”.
En el año de 1498 con apenas 29 años de edad, es nombrado jefe de la segunda cancillería de la república florentina, cargo en el que lleva a cabo algunas misiones diplomáticas ante el rey de Francia, el Papa y el Emperador. Varios autores señalan que en su cargo como embajador conoce al que se señala como posible modelo de inspiración para escribir “El príncipe”: César Borgia, el hijo del Papa Alejandro VI.
Ya después de haber contraído matrimonio con Marietta Corsini con quien tuvo seis hijos, conoce al papa Julio II a quien en Discursos culpa de que Italia no hubiera logrado la unificación y de su poco poderío.
En 1512 los Medici entran a Florencia disolviendo el régimen republicano desmantelando la reforma del Estado que se había venido fraguando y Maquiavelo pierde su cargo y es confinado, y en febrero de 1513 es encarcelado e incluso torturado acusado de conspirar contra los Medici. Con una multa de por medio queda en libertad forzado a no participar activamente en la política, dedicado a una actividad intelectual que hoy es patrimonio de la ciencia política: su obra Discursos, El Príncipe y el Arte de la Guerra entre otras.
Cinco siglos de vigencia, 100 lustros de asombro, escándalo y de estudio y sus conceptos sobre el poder y la autonomía de la política sobre la moral hacen de Maquiavelo un virtuoso inmortal, el fundador de la ciencia política, hoy sigue dándonos respuestas en la sociedad del siglo XXI.
Segunda parte
Su legado
El Príncipe es un pequeño tratado compuesto por XXVI capítulos en los que encontramos pasión, visión, cultura, experiencia y agudeza.
Maquiavelo regala a la humanidad principios políticos que vislumbra en un tiempo de cambios como es el renacimiento en el que aún no existe el Estado nacional, y los cuales hoy, 100 lustros después, tienen algo que decirnos y enseñarnos.
Para Maquiavelo la organización más perfecta y más estable del gobierno es la república mixta que sintetiza elementos de la monarquía, la aristocracia y la democracia; frenada la “cabeza” por un organismo consultivo integrado por los ciudadanos más poderosos y mejor preparados.
Hace una invitación a sumergirse en la historia para aprender de ella; “no he encontrado entre todas mis pertenencias cosa alguna que considere más valiosa o estime tanto como el conocimiento de las acciones de los grandes hombres, aprendida mediante una larga experiencia de las cosas modernas y una continuada lectura de las antiguas”, y al presentar su obra como preámbulo afirma con humildad su legado de “consejos” al Príncipe: “para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe y para conocer bien a los príncipes hay que ser del pueblo”. Así, etiqueta al hombre prudente como aquel que intentar siempre seguir los caminos recorridos antes por los grandes hombres.
Haciendo gala de una virtud visionaria no común de la época, El Príncipe es un tratado que explica no sólo como hacerse del poder, sino como para preservarlo; un príncipe sabio debe preocuparse no sólo de los problemas presentes, sino de los futuros; procurando evitarlos por todos los medios; porque previstos con antelación se puede encontrar fácil el remedio.
El adre de la ciencia política deja a la posteridad consejos para una monarquía esperando que ésta, a través de profundas reformas se llegase a convertir en una República; aunque duda de su éxito ya que afirma no encontrar en ella a nadie con la suficiente energía para conducir “a buen término una tarea tan complicada como la reforma de un Estado”.
Como primer principio encontramos su máxima: “El que quiere el fin, debe querer los medios”, debiendo ser además realista, conocer sus circunstancias y adaptarse a ellas; debe utilizar los mejores medios para conseguir sus intereses.
Destaco en segundo término el principio de la fortuna en donde ésta representa el 50% del éxito, y el resto depende de la voluntad (de la fuerza); “aquellos que de simples particulares llegan a príncipes sólo con la ayuda de la fortuna, con poco esfuerzo llegan al poder, pero en cambio han de luchar mucho para mantenerse”.
Como tercera máxima habla de que un príncipe debe ser amado o temido sin basar su poder en la construcción de fortalezas, pero nunca odiado: “no hay fortaleza o muralla que pueda contener el odio”; ya que “los hombres hacen daño, por miedo o por odio”. Los consejos al príncipe para evitar ser odiado son principios de buen gobierno: “cumplir con su deber y evitar privar de sus bienes, y especialmente de su honra a sus súbditos”. Honra acaso hoy podemos vincularla a la garantía de los derechos humanos fundamentales. Asimismo, el Príncipe debe tomar partido por la parte apoyada por la mayoría y la que ostente la mejor razón; debe honrar a los buenos ciudadanos otorgando siempre protección, confianza y seguridad a sus gobernados.
Esclarece que, si bien en el amor es mejor ser amado que temido, para un príncipe es mejor ser temido que amado, éste puede incluso no ser amado, pero sí temido. Para ser respetado destaca las virtudes que el Príncipe debe tener grandes planes y el otorgamiento de premios y castigos inmediatos a quienes justamente se hagan acreedores de ellos.
Sin duda la polémica de su tratado se encuentra en los métodos para obtener el poder, definido éste como la capacidad de obligar a otros a la obediencia. Para ganarlo, el Príncipe debe hacerlo o con las armas ajenas o con las propias, o por fortuna o por virtud, y no reconoce como virtud el “asesinar a los ciudadanos, traicionar a los amigos, no tener palabra ni piedad ni religión, medios que harán ganar poder, no la gloria”.
El Príncipe nunca debe permitir un desorden esperando evitar una guerra: porque no se evita, sino que se aplaza en tu perjuicio.
La política, Maquiavelo dice es para hombres pragmáticos, valientes, cultos, astutos y virtuosos.
A 500 años de El Príncipe, en el mundo cerca de 120 países han adoptado como sistema de gobierno y como forma de vida, la democracia. Los conceptos que nos regala Maquiavelo se ven enriquecidos y acotados precisamente por la democracia.
La razón de Estado o de intereses propios o la del poder por el poder mismo justificando los medios coadyuvan a que los gobiernos no impongan que la razón de Estado o de intereses propios a voluntad cuando sus decisiones habrán de afectar a generaciones presentes y futuras.
En este pequeño homenaje desde estas páginas, quisiera terminar citando a Maquiavelo: “todo innovador tiene como enemigos a cuantos el viejo orden beneficia”.