Miguel Ángel Gómez
De vez en cuando el huracán sintiéndose en conexión con la modesta paz, el ángel como pájaro que regresa hirviendo agua y hace café, la luciérnaga vagando por el pueblo, como rara vez hace, deseando ver a las mujeres de Silicon Valley recoger manzanas confusamente, pero con seguridad. El croar de las ranas no expresando crueldad, el repicar de la campana que aumenta ad infinitum, la manzana como premonición de lo que está a punto de suceder y ya ocurrió.
Por los poemas de Paula Díaz Altozano no corre un pánico subterráneamente −tiene un baúl de cuero donde guarda cosas nuevas−, se defienden todos por sí solos al ser una observadora que contempla el éxtasis que siente ante lo que pasa. Ha leído a Edith Södergran y a John Keats. Su poesía está en el viento que, sin penosos preparativos, llega y nos arrastra a un mundo enteramente escurridizo. Comenzamos a leer Unicornios, publicado en la colección Pippa Passes, de Buenos Aires Poetry, y notamos cómo la vida no quiere correr apresurada.
Se suele aludir a que la poesía nos hace ser capaces de soñar y crear un mundo perfecto.
La poeta trae montañas de cláxones, paraguas de nenúfares y tiene el bolsillo repleto de envoltorios de chocolatinas. En cinco partes se divide su último libro. Es envolvente, una nube de mosquitos líricos que parecen unos traperos a punto de robárnoslo todo. La nota de la contraportada, precisa y sin ocultar la identidad ni el verdadero acontecimiento, es de otro poeta: Rodrigo Arriagada Zubieta. Sin anunciar obviedades que terminen en derrota, afirma: “La mirada viajera se detiene en lo femenino como un devenir que se construye en el isomorfismo de ciertas significaciones culturales, entendidas como un ruido de fondo al que el lenguaje poético se pliega por acumulación”. Memorable, termina haciendo mención a su predilección por las imágenes rotas eliotianas en el centro de un meditado desorden.
Díaz Altozano −próxima al magisterio de Roberto Bolaño o Mina Loy− es una autora que nos conduce a Grandes Lagos en los que descansar un par de minutos para dirigirnos luego a las colinas como salvajes románticos: “Río desbocado llegas al valle con la fuerza de los pájaros / a este campo de silicio y margaritas / flores deshojadas por empresarios que miran el reloj / llegan tarde / van directos a la máquina (…) Solo se escuchan los ciervos / y las aves de la bahía de San Francisco / ¿quién ha degollado el río?”. Los mejores poemas de Unicornios nos hablan de nieblas donde los planes deben ser ejecutados en el momento exacto, como el titulado “Procesión en el valle”: “Camino del valle se hace tarde / la niebla asentada en casas de ladrillo rojo / y la Luna en el pescante / ya llega la multitud con la fuerza de un río / la procesión avanza”. La segunda parte, “Islas fantasma”, reúne una colección de islas cercanas a un surrealismo emblemático, “Escuchar el lamento de los perros / que rompen estrellas / comprender las constelaciones el carro Orión la nebulosa con cabeza de caballo / beberme la hierba”.
Su tercer poemario se desploma en nuestro sillón. De acuerdo con la poética beat −dada a hablar de tumbas humeantes, visiones, presagios y alucinaciones− gusta Paula Díaz Altozano de rescatar el juego ginsberiano del culturalismo, de variar versos en perpetua identidad con la otredad: “Perdónanos mar / perdónanos ciudad embravecida / como nosotros hemos perdonado a las empresas tecnológicas / a la física nuclear / a Raskolnikov”. Altozano, a conciencia, evita mirar los carteles luminosos de la fama, le vienen a la cabeza multitud de noticias: “Los millenniales tienen muy mala prensa. Hay miles de artículos que critican con dureza a la llamada generación perdida o generación smartphone. Les acusan de frívolos, consumistas y egoístas; de vagos y superficiales; de ser la peor generación”; “Preparados o no, los ordenadores están llegando a la gente. Es una buena noticia, quizá la mejor desde la psicodelia”; “El presidente de Argentina, Alberto Fernández, anunció este domingo que su gobierno ha decidido cerrar las fronteras del país durante al menos 15 días para evitar la propagación del coronavirus”. Lo que nos espera detrás de la pluma de la joven siempre tiene interés: unas huellas en la orilla, una aparición, un café ardiendo escuchando a Billy Joel, el virus que despierta un instinto de supervivencia.
Noches claras del alma en las que Hiroshima da sentido a una huida imposible. Hay una evolución en su poesía con un aire nada distraído. “Atardecer en Buenos Aires” se titula el primer poema de la cuarta parte, es una anécdota bien contada, está su rostro que se mira “en el espejo del baño / mar de pájaros rojizos / el vapor difumina mis ojos lejanos mis mejillas / el fuego llena lentamente la habitación del hotel”. El amor llega con la intención de zambullirse en las profundidades de nosotros mismos. Reaparece después con el fin del mundo, caminando “por calles que arden” donde se ven “a los soldados que desinfectan autobuses”. Y termino subrayando los “Siete cantos” finales (que lo cubren todo a la manera de Ezra Pound) donde se nos dice: “Llueve afuera llueve fuego / nuestros rostros se debaten entre el vértigo y la ruina / llueve un café chamuscado / música de jazz”. Basta abrir Unicornios, un homenaje de muchas maneras, para que truene bajo nuestros pies y se abra un abismo que nos lleve rumbo a la magia, a territorios curiosos, al asombro de la vida cotidiana.
Escritor español.
Publicado originalmente en elimparcial.es