Che bandoneón

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Roberto Alifano

El duende de tu son, che bandoneón,

se apiada del dolor de los demás,

y al estrujar tu fueye dormilón

se arrima al corazón que sufre más…

Así empieza este clásico de la música popular argentina que da título al texto. Los versos son del inmenso poeta Homero Manzi y los acordes del virtuoso compositor y exquisito interprete del aludido instrumento, Aníbal “Pichuco” Troilo. Creo que con esto queda demostrado que decir “bandoneón” en estas orillas del plata es como nombrar al propio tango. Fue de una manera impensadamente que el “fueye” (con toda la “y” griega), como se lo denomina en la jerga porteña, muy lejos de su lugar de origen, encontró la música para la que parecía haber sido creado. Este tango al que representa con estilo y orgullo.

El maravilloso instrumento musical de viento, según el maestro Alejandro Barletta, otro de sus diestros estudiosos y ejecutantes, fue inventado en Alemania por un tal Heinrich Band hacia 1840 y se lo consideró como una suerte de la evolución del instrumento de lengüetas sueltas, muy similar y pariente de la “concertina a fuelle”. Su nombre original fue “bandonion”, pero su castellanización en el Río de la Plata lo estableció con la palabra “bandoneón” para denominarlo en español. Sus notas se difunden utilizando botones en lugar de teclas (por lo cual, al referirlo, se habla de botoneras y no de teclado). Al apretarlos, mientras se estira o se comprime el fuelle, treinta y ocho de esos botones reproducen los registros agudos, mientras que treinta y tres los graves. Dichas botoneras se tocan con cuatro dedos de cada mano, sin utilizar los pulgares; que solamente uno entra en acción del lado derecho, sobre la parte de afuera, donde se encuentra una palanca que se oprime y cumple una función similar a la del embrague de los automóviles. En este caso, deja pasar el aire y corta el sonido para poder mover el fuelle sin tener que apretar los botones.

Se sabe también que fue inicialmente usado en las iglesias como órgano portátil para ejecutar música religiosa; de ahí su sonido sacro, melancólico y único. Al parecer, el bandoneón llegó a nuestras costas del Río de la Plata de la mano de marineros e inmigrantes alemanes, que lo adoptaron para ejecutar música de tristes solitarios embarcados. Y, al parecer, de esta manera fue como colaboró en la formación del particular sonido melancólico del tango rioplatense, constituyéndose en un verdadero símbolo y en el principal instrumentos que dio origen y estableció rotunda y sutilmente a nuestra entrañable música popular.

En los años que yo colaboraba con Borges, almorzamos en un restaurante de San Telmo con el maestro Astor Piazzolla y el cantor Edmundo Rivero; a la mesa se sumó, otro querido amigo, el crítico de cine Jorge Miguel Couselo. Unos años antes, el maestro Astor Piazzolla había musicalizado varias milongas de Borges y un tango; Rivero, con sus particular acento varonil y el consabido acompañamiento de bandoneón, popularizó los temas.

Borges, que no simpatizaba demasiado con el tango, había accedido a escribir uno cuyo título es Alguien le dice al tango:

Tango que he visto bailar

Contra un ocaso amarillo

Por quienes eran capaces

De otro baile, el del cuchillo.

Tango de aquel maldonado

Con menos agua que barro,

Tango silbado al pasar

Desde el pescante del carro.

Despreocupado y zafado,

Siempre mirabas de frente.

Tango que fuiste la dicha

De ser hombre y ser valiente.

Tango que fuiste feliz,

Como yo también lo he sido,

Según me cuenta el recuerdo;

El recuerdo fue el olvido…

Recuerdo que en ese almuerzo, a pedido de Borges, el maestro Piazzolla nos ilustró sobre el instrumento que él de manera original pulsaba. “Al bandoneón hay que tocarlo con un poco de bronca, y acaso de violencia. Hay que golpearlo, pegarle, exigirle todo. Yo no concibo a alguien que toque el bandoneón como si fuese un nenito que está haciendo pis; hay que tocarlo con todo lo que uno tiene adentro. Porque de esa manera se goza lo que se toca”.

“Debe ser dificilísimo dominarlo sobre las rodillas -comentó el autor de Elogio de la sombra-. El bandoneón parece inflarse y desinflarse todo el tiempo. ¡Cómo lo envidio, Piazzolla, poder dominar un instrumento tan raro, y a la vez tan maravilloso por la música que emite; es toda una proeza!

La reflexión de Borges hizo que Piazzolla no pudiera evitar una risa franca y estridente. Abriendo sus manos, respondió:

“Simplemente es cuestión de práctica o de oficio, Borges y, también, de un poco de imaginación, por supuesto. No es más ni menos difícil que pulsar una pluma para escribir un poema. Por otro lado, los tiempos cambian. El Buenos Aires de hoy no es el Buenos Aires de los años treinta o cuarenta. Con mi bandoneón, como yo les decía, con un poco de bronca, de violencia, empleando otro tipo de fuerza, yo intento expresar una forma de vanguardia musical con elementos del tango, por supuesto, pero buscando un encuentro con esta, nuestra moderna ciudad que ahora nos toca vivir. Aunque algunos dicen lo contrario, lo mío es tango, pero también intenta ser una expresión de Buenos Aires”.

Don Edmundo Rivero, como buen devoto y apasionado de nuestra música popular, entrecerrando los ojos, no pudo evitar la evocación de la letra de un famoso tango, que iluminó nuestras caras:

Bandoneón arrabalero,

viejo fueye desinflado,

te encontré como a un pebete

que la madre abandonó…

“Está muy bien que hayas recordado esos versos -aprobó con alegría el músico-. Ahora bandoneón es sinónimo de tango. No se concibe nuestra música sin ese instrumento que, les confieso, forma parte de mi vida”.

“Los primeros tangos se tocaban con guitarra, flauta y violín -comentó Borges-. Seguramente fue en la primera década del siglo XX que el bandoneón llegó a la Argentina”.

“Según yo sé llegó a principios del año 1900. Ahora, miren ustedes qué raro es el destino de las cosas. Quién iba a decir que en nuestro remoto país rioplatense se transformaría en un clásico de la música; pero de la música popular. Ahora, en estos tiempos, tango-bandoneón-Argentina son tres palabras ensambladas de tal manera que es difícil separarlas”.

“Sí, es muy curiosa la historia del bandoneón -intervino Edmundo Rivero-. Era un instrumento destinado a remplazar el órgano en las iglesias. Se empezó usando como tal”.

“Siguiendo con ese concepto -intervine yo-, el maestro Alejandro Barletta toca música clásica con el bandoneón”.

“Sí, y lo hace muy bien. Barletta es un gran intérprete y un exquisito compositor -confirmó Piazzolla-. Con un dominio admirable del instrumento, pero él se vale de otra técnica”.

Invariablemente se habló de otro de sus principales cultores, el legendario Aníbal Troilo, el admirado “Pichuco”, a quien Borges también conoció en una memorable noche que en compañía del escritor italiano Italo Calvino y Bioy Casares fuimos a gustar del tango en el cabaret “Caño 14”.

Allí, tocaba la orquesta del maestro Troilo y cuando advirtió la presencia de los escritores, con su generosa hospitalidad, no demoró en saludarlos y dedicarles un tango a tan ilustres visitantes.

En el almuerzo, yo conocedor de la relación de Astor Piazzolla con Carlos Gardel, le pregunté sobre esa relación. El autor de “Adiós Nonino” lo había conocido de niño en Nueva York y actuó como canillita (vendedor de diarios) en una de sus películas.

“Fue el más grande cantor que dio nuestro tango -no dudó en afirmar el músico-. Yo tuve el privilegio de tratarlo y acompañarlo, haciéndole de intérprete en Nueva York. ¿Tengo entendido, Borges, que a usted no le gusta Gardel?”

“No, no me gusta -se sinceró el escritor-. Él fue el inventor del tango-canción y a mí me molesta la sensiblería.

Con cierta indulgencia Astor Piazzolla no pudo contenerse. Y comentó:

“Pensar que todo empezó cuando Gardel grabó “Mi noche triste” allá por 1917. Esa letra de Pascual Contursi dio inició a ese tango que a usted le desagrada”.

Otra vez, don Edmundo Rivero, no pudo contenerse y empezó a entonar por lo bajo, la primera estrofa del histórico tango:

Percanta que me amuraste

en lo mejor de mi vida

dejándome el alma herida

y espinas en el corazón,

sabiendo que te quería,

que vos eras mi alegría

y mi sueño abrasador.

Para mí ya no hay consuelo

y por eso me encurdelo

pa’ olvidarme de tu amor…

“A mí me gustan los primeros tangos -interrumpió Borges-. Por ejemplo, ese que dice:

Quisiera ser canfinflero

para tener una mina

mandarse con bencina

y hacerle un hijo aviador

para que bata el record

de la aviación argentina,

para que bata el record

de la aviación argentina…

Con una risa contagiosa, que estalló otra vez en carcajada, el maestro Piazzolla justificó:

“Eran los tangos picarescos, los tangos burlones, muy de fines del siglo XIX y principios del XX. Pero el tango es ahora otra cosa, Borges.

Si bien falto en aquella mesa el entrañable la presencia del “Che bandoneón”, fue un almuerzo memorable. Brindamos por el acontecimiento que había aunado a esos tres grandes de la cultura argentina. Me honra y me emociona evocar ese encuentro.

Escritor y periodista

Publicado originalmente en elimparcial.es