Es posible que Ludwig Josef Johann Wittgenstein haya sido el más influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después de Emmanuel Kant.
Pero este hombre, al que imagino como personaje de Buñuel, publicó en vida un solo libro… pero eso sí, el libro, el corpus definitorio, el crisol de las respuestas a todos los problemas de la filosofía.
He aquí una personalidad arrebatadora en el cosmos del sophós poblado por espíritus superiores. Figura de culto, despreciaba lo público y buscaba la total seclusión.
Muy joven se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas lo llevaron a la filosofía. Fue el más brillante alumno de Bertrand Russell. Se enlistó como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino.
Heredó una fortuna a la muerte de su padre y la regaló. Trabajó como ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños, portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto. Curioso curriculum vitae para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”.
Al repasar su vida, pareciera que Ludwig no era de este mundo. No permitió que ninguna atadura social lastrara su inteligencia y sin miramientos se deshizo de todas las convenciones para dedicar su tiempo a lo trascendente.
Estoy seguro que su alta como voluntario en el ejército no fue originada en un sentido patriótico o patriotero, sino que tuvo una motivación originada en sus propias turbulencias espirituales, pues fueron precisamente los cuadernos que redactó en las trincheras la base de la única obra que publicó en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus, en donde escribe que los problemas filosóficos surgen de equivocaciones de la lógica de la lengua, e intenta demostrar lo que esa lógica es. En este momento pido a un estudioso de la filosofía de Wittgenstein, Carlos Salinas (otro, no el amigo de YSQ), que nos explique el sentido de la propuesta de nuestro personaje:
“El pensamiento de Wittgenstein gira en torno al lenguaje. En su primera época consideraba que el lenguaje se asemeja a un mapa de la realidad. Luego, las proposiciones (lo que se afirma, o se niega sobre cualquier hecho), tienen sentido si describen lo que está fuera. Obviamente aquellas proposiciones que no hablan de hechos, que no representan hechos, carecen de significación (por ejemplo afirmaciones de tipo religioso o metafísico).
“De aquí una conclusión radical: de lo que no se puede hablar, mejor callar […] Esta tarea de limpieza de la filosofía es tan extrema que, fuera del discurso científico, no queda nada en pie. El lenguaje corriente es defectuoso, tiene muchas proposiciones que no indican nada concreto. El complicado lenguaje corriente -afirma en el Tractatus– no puede captarse en su aspecto lógico. Es sumamente complicado y disfraza el pensamiento de la misma manera que el vestido oculta el cuerpo.
Hasta aquí Carlos Salinas (el otro).
Su preocupación con la perfección moral llevó a Wittgenstein en algún momento a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido que se subestimara su judaísmo. Parece que Ludwig fue atormentado durante toda su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo e hijo de una católica, fue bautizado en la fe romana y su funeral fue asimismo católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.
Hubo en su vida, como telón de fondo o música de acompañamiento, una densa angustia que hoy apreciamos en su permanente fascinación con lo sacro, al grado de que en una época pensó en tomar los hábitos.
Se oponía a las interpretaciones que enfatizan la doctrina o los argumentos filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían los ritos y símbolos religiosos. Equiparaba el ritual a un gesto, como cuando se besa una fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular, como “Te amo”. Como el beso, la actividad religiosa expresa una actitud.
En 1929 fue a Cambridge a enseñar en el Trinity College, y en 1939 lo nombraron ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al magisterio universitario, pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en su escritura. Para 1949 había redactado todo el material que sería publicado después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas.
El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su meta es clarificar lo oscuro y confuso.
Se sigue que los filósofos no deben preocuparse tanto con lo inmediato, sino con lo posible, o más bien, con lo concebible. Esto depende de nuestros conceptos y de cómo se ensamblan desde el punto de vista de la lengua. Lo que es concebible y lo que no, lo que tiene sentido y lo que no, depende de las reglas de la lengua, de la gramática.
En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar esos peligros.
“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar. Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino principalmente recordatorios de lo que todos sabemos.”
Los positivistas lógicos del Círculo de Viena, esa escuela que tan grande influencia ha ejercido en el pensamiento occidental, se declararon impresionados por lo que encontraron en el Tractatus, particularmente la idea de que la lógica y las matemáticas son analíticas, el principio de la verificación, y la idea de que la filosofía es una actividad enfocada a la clarificación, no al descubrimiento de hechos. Wittgenstein dijo, sin embargo, que es lo que no está en el Tractatus lo que más importa.
Carlos Salinas recuerda una anécdota del propio Bertrand Russell, tutor de
Wittgenstein cuando llegó a Inglaterra: “Al final de su primer período de estudio en
Cambridge, se me acercó y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si soy un completo idiota o no?’ Yo le repliqué: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta?’
“Él me dijo: ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero, si no lo soy, me haré filósofo’. Le dije que me escribiera algo durante las vacaciones sobre algún tema filosófico y que entonces le diría si era un completo idiota o no.
“Al comienzo del siguiente período lectivo me trajo el cumplimiento de esta sugerencia. Después de leer sólo una frase, le dije: ‘No. Usted no debe hacerse ingeniero aeronáutico’”.
Wittgenstein pasó los dos últimos años de su vida en Viena, Oxford y Cambridge y siguió trabajando hasta su muerte en abril de 1951. El producto de esos dos años fue publicado bajo el título Sobre la certeza. Sus últimas palabras fueron: “Díganles que he tenido una vida maravillosa”.
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