El 30 de mayo de 1984 fue miércoles.
Por la tarde, Manuel Buendía, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se hizo sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto.
Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo asesinó de cinco tiros por la espalda.
El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia.
Las fotografías del cadáver de Manuel Buendía sobre la acera dieron la vuelta al país y al mundo: en aquel México, tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.
Treinta y siete años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de Buendía fue ejemplar, pero no en el sentido que quisieron sus asesinos.
Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó un compromiso con la libertad.
Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y personal. Don Manuel sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.
Recuerdo a Buendía de muchas maneras. Su cálida amistad y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales.
Una vez escribió: “Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: ‘Hoy he descubierto algo importante, pero… ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’”
Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: “El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas.
“Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda.
“Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos.
“Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora; y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera.
“Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores, pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día”.
Manuel Buendía fue asesinado seis meses después de publicado su libro
La CIA en México. Mi ejemplar tiene una hermosa dedicatoria en la recia letra de su autor: “Para Miguel Ángel, cuyo afecto para mí se vuelve fortaleza de ánimo en la lucha cotidiana de un combatiente por México”.
Casi cuatro décadas después, don Manuel Buendía no descansa en paz.
Su muerte pide justicia. Su ejemplo nos sigue iluminando.
Cada año, en esta fecha, publico la misma columna. Sólo actualizo el tiempo transcurrido y añado alguna reflexión. Es la machacona esperanza de que algún día sabremos la verdad sobre el asesinato de Manuel Buendía Tellezgirón: quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron –o eliminaron- a los pistoleros.
¿Los que han purgado condenas por el homicidio son realmente los responsables? Un juez así lo consideró y al parecer habría otros motivos para mantenerlos en prisión, aunque hoy viven en libertad y ahogados en el desprestigio y la repulsión.
El juzgado autor material niega su participación. El sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue parte de una conjura que nadie está en condiciones de probar.
Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo. Y los de los periodistas jamás, ni en el primer ni en el tercer mundo.
Acá, 37 años después, nos seguimos preguntamos quién mató a Buendía.
En Estados Unidos, 73 años después, se siguen preguntando quién mató a George Polk.
En Rusia, 15 años después, se siguen preguntando quién mató a Anna Politkóvskaya.
En la última década se ha documentado la muerte violenta de 937 periodistas en el mundo. ¿Cuántos más fueron eliminados y no pasaron a las estadísticas?
Reporteros sin fronteras ha declarado a México el país más peligroso del planeta para el ejercicio del periodismo.
Es curiosa, pero no asombrosa, la estupidez de quienes creen que eliminar a un periodista los protege o pone remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social.
Una y otra vez el resultado es, para ellos, contraproducente. Porque la memoria y la palabra no pueden ser asesinadas: Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando exhaló el último aliento, lo mismo que George Polk, lo mismo que Anna Politkóvskaya, lo mismo que incontables otros.
Ese símbolo es el del periodismo que sirve a la sociedad y no a quien se cree dueño del espacio en los diarios.
Un día don Manuel escribió: “No entiendo un periodismo sin ideales. Ni el reporterismo, ni la entrevista, ni el reportaje, ni el artículo, ni la crónica, ni el editorial, ni mucho menos géneros de tan comprometido ejercicio como la columna, pueden llevarse a cabo sin un ideal ¿Cuál es ese ideal? Servir a nuestro país con los recursos del periodismo”.
Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe.
Lo recordamos siempre.
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