Ayer comenzaron los debates de las elecciones de medio gobierno con mensajes huecos y sin sentido. Salvo algunas frases, todo fue un cachondeo, al menos así ocurrió en Tlaxcala, donde la candidata de Morena Lorena Cuéllar puso como ejemplo al gobierno de Obrador, como si el tabasqueño fuera Dios y México el paraíso. Por eso no me extrañaron las palabras de Anabell Ávalos, la abandera de la coalición “Unidos por Tlaxcala”, cuando preguntó a la audiencia: “Ustedes van a decidir por una mujer clara, honesta y responsable, o por una mujer que roba, que miente y traiciona”.
Como la mayoría del respetable seguí el debate a través de las redes sociales, yo esperaba que fuera más aguerrido y propositivo, pero ni siquiera hubo la menor autocrítica. Era el momento ideal para expresar el coraje de los ciudadanos que están hartos de tantas mentiras. Un debate es para increpar, atacar, cuestionar, para vencer y convencer.
Carajo, ¿En qué pensarán los políticos cuando van a los debates? ¿Sabrán acaso que un debate político es como un ring sin cuerdas y por eso se muestran pusilánimes?
No lo sé, pero me pregunto: ¿En qué pensarán los candidatos cuando hacen el amor? ¿Serán igual como cuando van a los debates? Lo que sí sé, es que los boxeadores no tienen sexo antes de las peleas, pues al menos no solo dejan el piso del cuadrilátero pegajoso de sudor. Se suben a partir la cara. Un político llega a un debate a ser el portavoz de lo que la gente está diciendo en la calle.
Si al menos los políticos lograran aprender a comunicar habría tal vez mejores electores. Pero los políticos no hablan para los electores, hablan para ellos mismos. Tienen controlados todos los riesgos. De ahí el refrán: “cría ciudades y te sacarán los votos”.
Cuando el poeta Homero Aridjis escribió su novela “¿En quién piensas cuando haces el amor?” reflexionaba en el tipo de ciudadanos al que aspiramos ser. La degradación de la política se suma a la catástrofe humana, cultural y ecológica. No hay futuro para el país si no le damos valor a nuestro voto.
La política está contaminada por la corrupción y la impunidad, por la mentira y la soberbia.
La decadencia política en que vivimos no solo es un reflejo metafórico de nuestro presente, es el futuro al que estamos condenados si seguimos permitiendo que irrumpan en el poder malos gobernantes.
La “cuarta transformación” es un reflejo de la decadencia política del país. El presidente Obrador desde su primera campaña sembró un discurso de odio y todos los días lo sigue regando como una maldita flor. Un discurso que replican los candidatos de Morena y sus aliados, con falsas promesas e invocando en cada línea de ese discurso el nombre del “pueblo”.
La “cuarta transformación” es la manifestación plena de la oclocracia como muestra de la degeneración de nuestra democracia.
No hay duda. En México ha nacido la Obradocracia sintetizada en la violencia y el desprecio por la ley convertida en el gobierno de las muchedumbres.
Las campañas de los candidatos obradoristas son la copia fiel del discurso de odio y de las mentiras del caudillo de Morena.
El discurso de Lorena Cuéllar giró en torno de la figura del presidente Obrador.
Acomplejada por su diminuta estatura física (y moral), la candidata de Morena ordenó que le pusieran un banco para alcanzar el atril y aparentar una mayor estatura. Su discurso en el debate fue una retahíla de promesas. Yo, yo, yo, yo…
Lorena Cuéllar se confundió: los debates políticos no son concursos de mentiras. Dijo: “tú ya conoces cómo gobierna el PRI. Tú ya conoces como gobierna el PAN…” entonces puso a Morena como el ejemplo a seguir. Como si el presidente Obrador fuera Dios y México el paraíso.
Su contrincante Anabell Ávalos fue contundente: “qué se puede esperar de una persona que roba, miente y traiciona”.
Los temas de debate se abordaron de manera insustancial. Salud y Seguridad. Como siempre: promesas y más promesas. El tema de la inseguridad se centró en la falta de preparación y lo mal pagado que están los policías.
El tema de la salud fue como una subasta. Sin excepción, todos tenían la panacea para resolver los grandes problemas sanitarios del país.
Lo único rescatable fueron las propuestas de la mayoría de los candidatos, pero a diferencia de éstos y en especial de Lorena de Cuéllar, Anabell Ávalos de la coalición “Unidos por Tlaxcala” los llevó y presentó más elaborados. En cuanto a Seguridad se comprometió en nueve puntos a incrementar la fuerza policial, con estímulos y mejores salarios, combatir la trata de personas, prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres y mejorar el sistema penitenciario. Y en cuanto al sistema de salud presentó un plan de 15 puntos para mejorar la atención y la infraestructura de salud.
Sin embargo, no fue suficiente. Los electores tienen otras expectativas de los candidatos.
Está claro que existe un mal humor social. Hay malestar por la Obradocracia. Sí, nos referimos a la forma decadente de la “cuarta trasformación” que se sustenta en un estilo desorganizado, irracional y corrupto (que beneficia a la muchedumbre sobre la colectividad).
Por eso no extraña el discurso machacón de los candidatos de Morena que se comunican de forma no racional, apelando a sentimientos, utilizando el miedo y el nacionalismo y, en general, el circo, el linchamiento y la dádiva o el favor como formas de ejercer justicia y repartir bienes.
En eso consiste el discurso de la Obradocracia.