China no termina de hallar bien su lugar en el mundo, su cercanía con Rusia es un pacto inevitablemente estratégico que amenaza con pasarle factura en algún momento a lo largo del siglo XXI, porque obliga al gigante asiático a posicionarse en el bloque de los gobiernos parias y eso nada tiene que ver con, a todas luces, liderar a la aldea global.
En el más reciente encuentro entre el dignatario chino Xi Jinping y su homólogo ruso, Vladimir Putin, ambos se han palmeado la espalda, creen que el mundo está en contra de ellos y buscan en medio de esa animosidad unirse y retroalimentarse: Jinping inclusive ha deseado a Putin que el próximo año salga elegido (otra vez) porque su liderazgo es “necesario” para los rusos.
A sus 70 años, Putin desde 2012, ha ocupado los puestos de presidente y también de primer ministro de la Federación de Rusia acumulando veinte años en el poder y en 2024, podría reelegirse por otros seis años más.
Lo mismo que Jinping (un año menor que Putin) quien asumió todos los poderes de su país, desde 2013, convertido en tótem del Partido Comunista de China, máximo líder militar y presidente de la nación. Su reelección en marzo pasado le permitirá gobernar hasta 2028 cuando tendrá 75 años de edad.
Digamos que provienen de la misma generación, aunque de culturas distintas e ideologías que por una parte convergen y por otra no tanto, las circunstancias internacionales han ido orillándolos a cimentar una relación que aunque Putin siempre alaba a Jinping elevándolo al nivel de “su mejor y cercanísimo amigo”, la realidad es que todo es un perpetuo juego de poder.
La visita de Jinping a Moscú es considerada estratégica y trascendental por el significado de todo lo que hay alrededor: roces críticos de ambas potencias con Estados Unidos y la mayor parte de los países miembros de la OTAN; uno de ellos está invadiendo a Ucrania desde hace un año; ambos enfrentan diversos tipos de sanciones a nivel internacional; ambos son líderes ambiciosos que socavan los valores democráticos y los derechos humanos. Los dos buscan un nuevo orden mundial con mayor peso de sus decisiones políticas, económicas y militares. Por si fuera poco, los dos países tienen conflictos territoriales en sus respectivas zonas de influencia.
Jinping ha llegado a Rusia, tras el anuncio del Tribunal Penal Internacional (TPI) de emitir una orden de aprehensión contra el dictador ruso, acusado por crímenes de guerra; propiamente, por deportar a niños ucranios a Rusia.
Una demanda interpuesta, en su momento, por el mandatario ucranio, Volodímir Zelenski, que llegó a denunciar en esta situación a un grupo de “200 mil niños”, pero finalmente el Tribunal con sede en La Haya, Países Bajos, reconoció la sustracción de 16 mil niños ucranios.
Hay quienes ven en este dictamen, una victoria moral y una forma más de dejar en evidencia tanto, a Jinping como a Putin, porque el líder chino sigue poniéndose del lado del bloque de las autocracias y su aliado principal es, ahora, un dictador con una orden de aprehensión internacional.
El encuentro de tres días en Moscú tuvo varios propósitos, uno muy relevante: discutir la propuesta de doce puntos de paz del dignatario chino sobre la invasión rusa a Ucrania. Una ocupación bélica que ya superó el año y en la que China, nunca ha condenado la tropelía rusa, ni abiertamente, ni en las rondas de sesiones en el Consejo General de la ONU.
A COLACIÓN
Desde Beijing, voló un Jinping con aires negociadores tras una mediación histórica entre Arabia Saudita e Irán que ha pasado casi desapercibida en buena parte de los medios de comunicación occidentales. Aunque por la trascendencia de lo acontecido, no pasó de largo para Washington que ve cómo su socio saudí es ya mero espejismo.
El pasado 10 de marzo, un comunicado signado por los ministros de Exteriores de China, Israel y Arabia Saudita, informó “la reanudación de las relaciones diplomáticas y la reapertura de las embajadas en Teherán y Riad, en un plazo de dos meses”.
Desde 2021, había rumores que Beijing venía mediando entre ambos países archienemigos confrontados desde 1979 por el control de Medio Oriente y mientras los ojos internacionales se posan en Ucrania, finalmente ha sido posible el restablecimiento de relaciones.
Para Jinping supone un importantísimo éxito diplomático en una región como lo es Medio Oriente convertida en foco desestabilizador por largas décadas con múltiples confrontaciones entre los países regionales y agrias vecindades.
A China, le parece fundamental para su estrategia de la Nueva Ruta de la Seda que Medio Oriente sea una región estable y predecible. Desde la salida de las tropas de la OTAN de Afganistán, el 30 de agosto de 2021, mucho se ha movido en Medio Oriente, pero nadie esperaba que las pugnas históricas entre chiíes (Irán) y suníes (Arabia Saudita) pudieran dejarse a un lado porque sus intereses contrarios además animan las guerras de Siria y de Yemen.
Lo que Jinping no ha podido desatascar es la invasión rusa de Ucrania y sigue siendo un mal augurio, porque Putin no tiene intención alguna no solo de dar marcha atrás, sino de renunciar a la avaricia de tomar territorios extranjeros.
Su alianza con Jinping lo envalentona más y aquí China empieza a convertirse en el juguete de un Putin sagaz y calculador. Jinping lo está perdiendo de vista por su interés en el gas y el petróleo ruso barato… craso error.