La ley de la selva

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Juan Carlos Barros

“Nos adentramos en una nueva era, la de la hipercompetitividad, en la que hay quien está dispuesto a hacer lo que sea con tal de ganar influencia, ya se trate de prometer vacunas y proporcionar créditos a elevados intereses, o de recurrir a las armas pesadas y la desinformación.” ha dicho la presidenta de la Comisión en su discurso sobre el estado de la Unión.

Suponemos que la era de excesividad a la que se refería la presidenta será la de la libre competencia, la de las empresas o undertakings, como en el Tratado de la Unión se las denomina, que es el ámbito donde la competencia únicamente se aplica, porque si se tratase de relaciones internacionales entre estados, la política europea, según el mismo Tratado, es de cooperación no de competición.

En vista de lo cual, y como ejemplo fenomenal del diferencial, veamos lo que pasó una vez hace mucho tiempo en el subcontinente asiático entre un cocodrilo, un marabú y un chacal, tal y como se cuenta en el Libro II de la Selva, en el capitulo titulado precisamente “the undertakers”.

“El mundo se ha vuelto de hierro últimamente…”, se lamentaba el chacal mientras no quitaba ojo a una leve onda en la superficie del agua por lo que aquello presagiaba, así que se giró rápidamente y le plantó cara, que era en esos casos lo que más se aconsejaba “…incluso para nuestro excelente maestro, la envidia del rio, el amparo de los mendigos…” añadió, refiriéndose así a un cocodrilo de siete metros de largo, asesino, devorador de hombres y fetiche local, todo incluido, que surgió del fondo de improviso y con quien era mejor llevarse bien por el asunto alimenticio.

El chacal lo dijo para ser oído por el cocodrilo,

el cocodrilo sabía porqué el chacal lo decía,

el chacal sabía que el cocodrilo lo sabía,

el cocodrilo sabía que el chacal sabía que él lo sabía,

y con tanta sabiduría estaban tan felices, incluso sin comer perdices.

“La envidia del rio” se instaló en el vado medio sumergido con su habitual estilo de pasar desapercibido, aunque solo había ido por sport o al menos eso dijo. “Desde que hicieron el puente ya no me quiere la gente, quien reprocha al mundo es por el mundo reprochado y quien mira lejos al final es premiado. Hay que vivir primero para aprender después, el orgullo es destructivo y hay que contar al final con el destino. La clave es el conocimiento y si le añades la cola a la trompa ya tienes el elefante completo”, resumió su jurisprudencia el saurio susodicho.

“En los viejos tiempos” el marabú por su lado dijo “tiraban de todo al río y podías escoger para comer. Una vez desde un barco que estaban descargando grandes trozos de algo blanco me lanzaron uno y como es usual en mi me lo tragué entero sin rechistar. Al momento me entró un frio desde la cola hasta el pico como nunca había sentido. Lo mejor de todo es que al cabo de un rato no tenía en el buche mas que agua de rio.”

“Y tú, señor mío, cuando fuiste a probar suerte a otro lado en el año de la gran inundación” preguntó el chacal “¿qué comiste por el camino?” “Lo que pude, primo” respondió el cocodrilo. “Entonces lo mismo que yo” respondió. “Comer y ser comido es la ley de la selva, amigo” añadió el cocodrilo. Y el marabú entonces de nuevo intervino: “¿cómo puede un chacal cazar con un cocodrilo? Es fácil saber el resultado mismo.”

En eso estaba la conversación cuando hablaron dos hombres en el puente sobre el rio y uno dijo: “Es un disparo sin riesgo” “¡Córcholis, vaya bicho!” exclamó el otro. A renglón seguido hubo un estruendo terrorífico y hecho trizas quedó el cocodrilo.

“Valió la pena estar toda la noche al acecho” dijeron, se llevaron la cabeza como trofeo y se fueron. Y eso fue también lo que entre si se dijeron el chacal y el marabú bajo el puente sobre el rio, tras que aquellos hombres se hubiesen ido.

Abogado, consultor europeo y periodista

Publicado originalmente en elimparcial.es