Por mejores que sean las intenciones de los políticos, las instituciones no funcionan solas. En este sentido, si se desea adoptar una regla que existe en otros países es necesario conocer las condiciones que hacen que funciona y si éstas se podrían repetir en México. De lo contrario incurriríamos en una variante de pensamiento mágico: el fetichismo institucional.
Bajo la anterior premisa, es grave no hacer un ejercicio de planeación política. Por ello, se evitan los diagnósticos y los estudios comparados a nombre de expectativas y buenos deseos. El resultado: pensamiento mágico en lugar de objetivos concretos y acciones asertivas.
Entre los ejemplos más recurrentes de fetichismo institucional, es plantear que se puede alcanzar la gobernabilidad a través de gobiernos de coalición. Entre los proponentes de esta acción que suena mágica han estado Manlio Fabio Beltrones, Ricardo Anaya y recientemente, Gustavo de Hoyos a través de Sí por México.
Las diversas propuestas en esta materia han partido de la fragmentación del sistema político, de tal forma que es necesario o unirse para generar gobernabilidad como se pensaba antes de 2018, o el fantasioso escenario que en 2024 la oposición hará desaparecer a Morena del mapa político y podrá reconstruir un país sin siquiera haberse planteado una agenda común o una alternativa atractiva para quienes votarán. Suena bonito, pero ¿hay evidencias que funcionaría?
¿En qué circunstancias funcionan los gobiernos de coalición?
Los gobiernos de coalición funcionan en sistemas parlamentarios cuando un partido no tiene la capacidad por sí mismo de formar gobierno al no tener la mayoría de asientos en la cámara baja del parlamento. De esa forma se negocia con los partidos que sean necesarios una agenda en común, de tal forma que la supervivencia del gobierno depende del mantenimiento de esta alianza. Si cae, el primer ministro renuncia y se convoca a elecciones.
La coalición se refleja también en el gabinete, donde se distribuyen las carteras entre los socios en el gobierno. En este supuesto el parlamento ratifica y destituye a los ministros a través de la censura. Otro incentivo para colaborar es la siguiente elección: se puede mantener la alianza, el socio mayoritario puede ganar, algunos de los socios tener mayor base de votos o si las cosas van mal, se cambia de partido o coalición.
¿Funcionan las coaliciones en sistemas presidenciales? Sí, aunque no con la misma lógica. Si la elección para presidente y congreso es distinta y ninguno puede censurar o disolver al otro, los partidos que entran en la alianza no asumen los mismos costos o beneficios que en los regímenes parlamentarios. Es decir, si el gobierno es exitoso quien asume los beneficios es el partido del ejecutivo y los socios enfrentarían acusaciones por “desdibujarse”. Por lo tanto, puede funcionar solamente en los primeros años del gobierno y se disolvería conforme se acercasen las elecciones.
Si bien el congreso puede ratificar al gabinete en sistemas presidenciales, la posibilidad de destitución abriría un nuevo problema: la posibilidad de que los secretarios tengan una lealtad dividida entre el ejecutivo y el o los partidos que influyeron en sus nombramientos, restando la eficacia de la administración.
Según estudios comparados, 69 de 123 gabinetes iberoamericanos entre 1958 a 1995 eran de coalición. Sin embargo, los gobiernos que se formaban por coaliciones pequeñas solían ser inestables y un poco más duraderas las sobredimensionadas. Aunque las lógicas de gobierno entre sistemas presidenciales y parlamentarios son distintas, funcionan, aunque no tan bien.
Por otra parte, hay otros elementos que han ayudado a apuntalar la gobernabilidad en los países de Iberoamérica: dotar a los gobiernos de facultades legislativas, y en el caso de partidos débiles formar coaliciones ad hoc.
¿Qué pasaría en México?
Por más bien que suene, no tenemos evidencias de que pueda funcionar la figura de gobierno de coalición en nuestro país. El primer problema: tenemos elecciones intermedias, lo cual reduce a los primeros dos años del sexenio el tiempo en que podrían funcionar. Pasado el segundo año los partidos buscarían romper la coalición de cara a la elección federal del tercer año y de ahí los propios tiempos electorales disminuirían los incentivos para gobernar con el partido del ejecutivo.
Segundo problema: los partidos hasta el momento no enfrentan costos electorales por sus actos o decisiones. Aunque se eligieron este año por primera vez diputados que permanecieron de manera inmediata en sus asientos, el proceso de aprendizaje tomará unos cuantos años. Además, el sistema de partidos está en un proceso de reconfiguración, por será difícil la cohesión.
Añadamos a lo anterior el supuesto que, en efecto, ganase en 2024 una oposición unida e hiciesen, en efecto, un gobierno de coalición. ¿Qué representan ahora? ¿Tienen alguna agenda clara, en lugar de la mera reacción contra Morena? Porque si no se tiene, los guindas se encargarán de fastidiar a la coalición ganadora.
¿Ayudaría la segunda vuelta? No: sólo serviría para dar legitimidad al ejecutivo frente a la ciudadanía y de todas formas enfrentaría un congreso posiblemente atomizado. Con las evidencias disponibles, pareciera que proponer un gobierno de coalición pensando que resolvería los problemas de gobernabilidad es similar a una persona que pusiese en su página de Facebook una imagen de un ángel con la leyenda: “Este es el ángel de la coalición. Compártelo en tu constitución y tendrás seis años de gobernabilidad”.
@FernandoDworak
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