No solo es Taiwán

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En la pasada cumbre virtual entre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden y su homólogo chino, Xi Jinping, cada líder abordó una serie de puntos de fricción mutua: para el inquilino de la Casa Blanca, las aristas de reclamo a China pasan por el respeto a los derechos humanos, tema en el que volvió a mencionar la situación de la minoría musulmana Uigur en la provincia de Xinjiang; también la salud de la libertad de expresión y de las libertades políticas, la competencia comercial y los desencuentros en el Mar de la China Meridional.

Biden sacó a colación a Hong Kong y a Taiwán. Para este pequeño estado insular, dijo que lo defenderá de todo intento de invasión o de apropiación por la fuerza aunque señaló estar de acuerdo con la política de “una sola China”.

Para Jinping, la isla es una situación de política nacional y condenó todo tipo de injerencia bajo el ultimátum de que “quien juegue con fuego terminará quemándose”. Para el presidente chino se actuará en caso de que “fuerzas separatistas” crucen las líneas rojas y en respuesta “habrá que tomar medidas”.

Si bien hablaron de otras aristas internacionales como la situación en Irán, Afganistán o Corea del Norte así como el comercio mundial afectado por la crisis de los suministros y la necesidad de trabajar juntos en áreas como el cambio climático o la lucha contra la pandemia, hoy por hoy, el gran tema de elevada fricción es Taiwán.

Desde finales de octubre, Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán, confirmó en una entrevista para CNN que fuerzas militares norteamericanas llevaban días entrenando al ejército de Taiwán y que confiaba en que Estados Unidos terminase defendiéndolos si China “invadía su territorio”.

Durante su conversación con la prensa norteamericana, la política comentó que Taipéi ha extendido sus lazos y nexos de cooperación con la Unión Americana a fin de incrementar la capacidad de defensa de la isla.

En agosto, el presidente Biden aprobó la primera venta de armas a Taiwán en lo que va de su gobierno, un conjunto de 40 obuses autopropulsados ​​M109 nuevos y le surtió de nuevas municiones más precisas con tecnología GPS. Una venta por 750 millones de dólares.

 

A COLACIÓN

No solo hay fricciones comerciales, económicas, políticas, geopolíticas, estratégicas, entre Estados Unidos y China, hay en el medio un inmenso océano ideológico.

Hace unos días, el China Daily, destacó por todo lo alto cómo el gobierno de Xi Jinping ha refrendado su vocación comunista y de hecho ha logrado rescatar al marxismo readaptándolo al siglo XXI.

En la plenaria del Partido Comunista de China, del 8 al 11 de noviembre pasado, salió una resolución para reforzar el futuro del gigante asiático a fin de garantizar “la felicidad de los chinos” en una simbiosis entre el PCC y el pueblo chino que Wang Yi, ministro de Exteriores, calificó de estrecha y vital como “los peces y el agua” y “la tierra y las semillas”.

El PCC está viviendo nuevos tiempos, ganando más poder y readaptándose a las necesidades de una economía de mercado pero sin ceder espacio centralizando todas las decisiones más fundamentales en los aspectos políticos, administrativos, burocráticos y el de las libertades civiles.

Fundado desde 1921, aglutina a más de 95 millones de miembros, en su trayectoria ha vivido distintos períodos torales: con Mao Zedong, una revolución cultural que combinó el marxismo-leninismo y sentó fuertes bases socialistas; después, bajo el mandato de Deng Xioping se le dio además un mayor contexto científico y se profundizó en las bases marxistas.

En la actualidad, con Xi Jinping en el poder desde 2013, se habla de la doctrina Xi como una nueva inyección ideológica en la que se sella al comunismo en la Constitución y se rescata la ideología marxista.

Para el historiador canadiense, Timothy Cheek, con el gobierno de Jinping, el Partido Comunista se ha reencontrado con Marx como modelo para la población. En la forma y en el fondo, esto sigue siendo una pugna entre el capitalismo y la libertad versus el nuevo comunismo de mercado. ¿Quién ganará?

@claudialunapale