Miles de mexicanas han roto su vida cotidiana. Han dejado de “cumplir” con el papel asignado por la sociedad. Abandonan lentamente al silencio, amasado tras el fogón, el lavadero, la cocina… Han roto el eterno papel secundario para convertirse en protagonistas de la denuncia y la acción política. Sin intereses y sin partidos, se han convertido en defensoras de la vida y la no impunidad.
Son los heraldos de la justicia para las desaparecidas, asesinadas, víctimas de la trata. Algunas que nunca salieron al espacio público organizan protestas, elaboran mantas y carteles. Son estrategas de la comunicación, dejaron el silencio y con dignidad llevan el dolor a cuestas. Se han convertido en rastreadoras, investigadoras ministeriales, lectoras de gruesos expedientes judiciales, gestoras ante la Suprema Corte de Justicia.
Una mañana se dan cuenta que todo ha sido transformado en su entorno doméstico o profesional, porque ahora su tarea es esclarecer qué les pasó a sus hijas, a sus hermanas, a sus madres. Gestoras ante el ministerio público, rompen jerarquías, derriban las puertas de los congresos, de Palacio Nacional, dejando atrás cualquier plan de vida personal.
Descubrieron el valor del colectivo, discuten con las feministas sobre la discriminación y la opresión de las mujeres, saben cómo y por qué sucede el feminicidio en una sociedad patriarcal. Quieren justicia y se convierten en las voceras de los derechos de ellas y de todas las otras mujeres. Han ido sustituyendo a los agentes investigadores y a los tribunales de justicia.
Y es que miles de casos o no son investigados con la debida diligencia o simplemente se apilan en estantes polvosos. También tienen otro lenguaje. Descubrieron palabras que cobran sentido, conceptos como medicina forense, audiencia, cadena de custodia de pruebas periciales, pruebas de ADN, testigos, reparación del daño, alerta Amber y muchas otras.
Son las mujeres gestionando justicia al frente de la protesta social. Han aprendido qué es la impunidad, qué es democracia y participación, que no era lo suyo. Documentan, explican, no tienen miedo.
Todo ello, a propósito de que ayer y hoy, entre miles de compromisos viajaron a Oaxaca para realizar el Tribunal Feminista contra el feminicidio, donde expertas abogadas y activistas examinarán siete casos emblemáticos del asesinato de sus hijas. Piden que así sea civil y simbólicamente que se produzcan las sentencias que el sistema de “justicia” es incapaz de formular.
En Oaxaca, en seis años han asesinado a 600 jóvenes. Por ejemplo, la periodista Soledad Jarquín Edgar tiene más de tres años luchando en tribunales para que encuentren a los responsables del asesinato de su hija, la fotoperiodista María del Sol Cruz Jarquín, ocurrido en junio de 2018. Denuncia que hubo una investigación ineficiente, llena de omisiones, corrupción e intereses inconfesables.
El Tribunal Feminista contra el Feminicidio en Oaxaca se hará en respuesta a las puertas cerradas y la justicia denegada, la reparación del daño, la averiguación responsabilidad del estado. Acompañarán a Soledad, sus semejantes, mujeres cívicas, emprendedoras, fuertes, muchas feministas ejemplares, en un país donde sólo este año hay 5 mil asesinadas, sin justicia.
El Tribunal, organizado por Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad Oaxaca, el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio y Madres contra el Feminicidio y la Impunidad, pusieron en evidencia a ministerios públicos, investigadores ministeriales, tribunales y a la tremenda realidad de la impunidad. Ellas ni callan ni olvidan. Exigen solución. Veremos…
Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx