9/11 chileno 2.0: la izquierda socialista al poder democrático

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Hace más de medio siglo la sociedad de la República de Chile tomó la decisión de votar por un presidente de la alianza Partido Socialista-Partido Comunista y su bandera de reivindicaciones nacionalistas. Estados Unidos y Europa atravesaban por un severo conflicto ideológico como crisis de la guerra fría por el avance electoral de los partidos comunistas y socialistas de Italia y Francia y los primeros debates institucionalistas dentro del PC de España.

La agenda de Gobierno del presidente Salvador Allende Gossens tomó decisiones de expropiación de recursos naturales y abrió la primera fractura en la política exterior imperial de la Casa Blanca con la reanudación de relaciones diplomáticas con la Cuba comunista de Fidel Castro. El gobierno republicano de Nixon y el brazo operador imperial de Henry Kissinger como temible consejero de seguridad nacional decidieron el derrocamiento de Allende a través de un golpe militar financiado y operado por militares de Chile y Washington.

El pasado domingo 19 de diciembre Chile volvió a votar por un candidato, Gabriel Boric Font, producto de una amplia coalición de centro-izquierda-socialismo y banderas de reivindicación de derechos de las minorías. No se reproduce el escenario ideológico de 1970-1973 ni se definió una agenda socialista-comunista de carácter antimperialista y expropiadora, pero bien podría localizarse en el espectro progresista de reivindicaciones nacionales y sobre todo de construcción de una base social-popular más cercana al populismo.

La elección chilena obedeció a una lógica de confrontación política populismo-neoliberalismo de disputas tan concretas como derechos sexuales y sobre todo la bandera de una educación gratuita. Luego de la dictadura del general Pinochet 1973-1990, Chile ha tenido gobernantes pendulares: un demócrata cristiano, un centrista y pasó de la socialista Bachelet al derechista Piñera y luego otra vez Bachelet y de nueva cuenta Piñera. El dato significativo es que las corrientes socialistas y comunistas posteriores a la dictadura cambiaron el rostro ideológico que tenían hasta 1973 y se embarcaron en los espacios de la democracia procedimental.

Las prácticas políticas chilenas han llegado a desconcertar. El gobierno socialista de Bachelet, por ejemplo, no vaciló en utilizar las fuerzas de seguridad para responder a las agresiones de los grupos radicales y el movimiento estudiantil que llevó a una reforma de la constitución también fue acotado por la policía del conservador Piñera.

El escenario ideológico de América Latina es también muy diferente al de 1970-1973: Fidel Castro murió, la revolución sandinista de Nicaragua se transformó en una dictadura en modo Somoza y los izquierdismos socialistas se han ajustado a los acotamientos de la democracia procedimental y no han respondido a Marx sino a una ideología nacionalista-histórica identificada con la lucha reivindicatoria independentista de Simón Bolívar de principios del siglo XIX.

Estados Unidos, a su vez, ha tenido una evolución histórica: el enfoque vietnamita y kissingeriano de los setenta llegó a la derrota militar, económica e ideológica de Afganistán como la última expresión realista del fracaso del enfoque militar de la política imperial. El pensamiento estratégico de los últimos presidentes estadounidenses ya no pasa por el despliegue de tropas militares, después del fracaso de la estrategia Bush Jr.-Obama en el Medio Oriente.

Las agendas político-ideológicas de Iberoamérica se alejaron por completo del marxismo-leninismo cubano y el propio Fidel Castro, en sus últimos posicionamientos, también reconoció que la experiencia comunista de Cuba era imposible de reproducir en Chile con Allende y en Venezuela con Hugo Chávez. El pensamiento ideológico de izquierda en Iberoamérica se ha inclinado más por la reivindicación de valores sociales y morales y ya no por la expropiación de los medios de producción privados. Solo como referente tangencial pueden acumularse evidencias en el sentido de que la clase obrera como eje ideológico y de masas en la lucha socialista-comunista es inexistente como clase revolucionaria.

Los estudiantes chilenos iniciaron su movilización en el 2011 y 2018 y el presidente electo Boric participó en los grupos dirigentes estudiantiles de los últimos años. Sin embargo, la agenda de educación gratuita no resuelve los problemas de desarrollo económico y social de Chile. Las propuestas del nuevo presidente chileno insisten en los derechos sociales, pero no contienen ninguna bandera de modificación del sistema productivo.

Y lo más importante del escenario chileno se localiza en las relaciones internas del poder civil con la estructura militar heredada por Pinochet. En los conflictos callejeros por las protestas estudiantiles no hubo ninguna sombra de preocupación militar. Hasta donde se tienen datos los militares chilenos han regresado a la institucionalidad previa al golpe de Estado de 1973 y ya no constituyen ningún problema que conflictúe la democracia.

Se va a querer vender la victoria chilena como un reposicionamiento del gelatinoso Grupo Puebla identificado como la Internacional Populista, pero sin que exista alguna diplomacia activa de promoción de una ideología populista transnacional. La agenda política de Chile podría caracterizarse hoy como de centro-progresista o de una socialdemocracia deslavada, sin capacidad para influir en la construcción de un bloque ideológico iberoamericano.

En este contexto, la elección en Chile forma parte de la lógica pendular local.

 

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