El generoso poeta y filántropo Alejandro Guillermo Roemmers

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Roberto Alifano

El poeta se hace desde que nace. No hay otra explicación. Ser poeta y escribir poesía puede ser lo más difícil del mundo, lo imposible, o lo más fácil. Eso sí, depende para quién. La poesía, don del cielo o trabajo de lima, “limae labor” (según el prodigioso aedo latino Horacio), si buscamos dar una aproximación y no definirla con una rotunda respuesta, la tenemos ahí, al alcance de la mano o a una distancia inalcanzable. Si el poeta nace o se hace se afirmará que debe venir a este mundo provisto de unas especiales cualidades que el ejercicio diario y constante ha de desarrollar y consolidar. Probablemente así son las cosas, aunque el asunto admite acaso infinitas reflexiones.

En primer lugar la misma etimología de la palabra “poeta” nos puede ayudar a dilucidar el dilema. “Poeta”, del griego ποιητής, “poietés”, es el creador, autor, fabricante, hacedor (hacedor de versos, por supuesto); y, claro está, no todo el mundo tiene capacidad creativa. Así es que la poesía, desde su origen, está conectada con los dioses. La poesía es “un don de los dioses” o de “Dios”. El poeta es un ser “insanus” o loco, arrebatado por el “furor poeticus”, por la “inspiración divina”. Hay tanto para agregar, pero anclemos aquí. Pues esta creencia se ha prolongado a lo largo del tiempo y hasta nuestros días. Simplemente recordemos a Cervantes y su referencia a la poesía como “la gracia que no quiso darme el cielo”. Y esto lo expresaba el inmortal autor de Don Quijote, nada menos, que, por otro lado, fue un poeta de la prosa (recordemos que Stevenson decía que “la forma más difícil de la poesía es la prosa”).

Pero vayamos a los hechos consumados para no seguir por las ramas. Hacia fines de la década del ‘80, con Norah Borges, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, León Benarós, Isidoro Blaisten, Marco Denevi, Dino Rivadavia, Raúl Casal y otros aventureros como yo, y con el apoyo desde el exterior de Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Nicanor Parra, Juan José Arreola, Camilo José Cela y Luis Alberto de Cuenca, que siempre formaron parte del Consejo de Redacción, deslizamos en el mar de las publicaciones argentinas la tercera botadura de la legendaria revista Proa, que fue fundada entre otros por los Borges (Norah y Jorge Luis) en 1922.

Es bien sabido que no es tarea sencilla publicar una revista literaria; sobre todo, sino hay un respaldo económico detrás, ya que el esfuerzo, por lo general, está condenado al fracaso. Los Bioy, con su ayuda personal y algunos empresarios del arte (las galerías Zurbarán y Vermeer), y la tarjeta de crédito Argencard fueron los generosos solidarios que nos acompañaron. No por mucho tiempo, claro. Nuestra Argentina, se sabe, es un país que vive de crisis en crisis y una alta inflación, acompañada de una corrida bancaria, desbarató nuestro proyecto.

Fue entonces cuando un colaborador nos presentó al joven empresario Alejandro Guillermo Roemmers y a su madre, la señora Hebe Colman de Roemmers. Increíblemente la empresa familiar nos empezó a patrocinar y se terminaron en buena medida nuestras angustias económicas; hasta pudimos pagar a los colaboradores. No solo eso, gracias al impulso de nuestros mecenas, Proa empezó a distribuirse en toda América.

Pero -¡oh, sorpresa-, en el ínterin descubrimos que Alejandro era poeta -¡y qué poeta!- y empezó a publicar en nuestra revista. Un poeta formal, diestro, sobre todo, en el manejo del soneto. Agrego que su composición dedicada a Miguel Hernández, es una obra maestra dentro de esa forma estética.

 

¿Por qué hallaste, Miguel el lado oscuro,

El absurdo fragor, la estrella hiriente?

¿Por qué clavó en tu integridad ferviente

La desventura su aguijón más duro?

 

Amor, un sorbo, apenas inmaduro,

un brote descarnado en la simiente.

Por grietas acerbas del poniente

la hiedra envilecida cubrió el muro.

 

Aun pudiendo evadir aquel tormento

elegiste, poeta nazareno,

convertir tu prisión en monumento.

 

De penumbras hilaste la madeja

que abrigó en tu dolor todo el veneno

amando cada piedra y cada reja.

 

Por supuesto, no demoramos en publicarle el libro, España en mí, que fue presentado en la Biblioteca Nacional de Madrid por quien entonces era su director, el poeta Luis Alberto De Cuenca. El entrañable León Benarós y yo viajamos para acompañarlos en la mesa. A partir de ese momento, Alejandro Guillermo Roemmers no ha cesado de escribir y publicar en distintos países de nuestra América y de Europa. Su obra está escrita en diversas formas literarias y abarca la poesía, el teatro, la comedia musical y la novela. Esto, sin dejar de tender su mano solidaria a instituciones como la Sociedad Argentina de Escritores, la Fundación Argentina para la Poesía y otras instituciones.

Hace pocas semanas, Alejandro habló en el Vaticano. Su mano amiga, en esta oportunidad se hizo presente en el África, donde financió una histórica labor humanitaria encabezada por la Orden de Frailes Franciscanos Menores (Custodia Santa Clara de Asís de Mozambique) y con presentación en la Sala de Sínodos, donde se reúnen los máximos responsables de la Iglesia Católica. La convocatoria tuvo en esta oportunidad a dos protagonistas: al poeta y mecenas y al fraile Jorge Bender Weidmann, dos argentinos unidos por una labor humanitaria que ha empezado a dar buenos frutos en esa áspera región.

Alejandro Guillermo Roemmers nació poeta. Quien esto escribe se enorgullece de ser su amigo y de haberlo acompañado en tantas gestas literarias y de solidaridad humana. Vaya toda mi gratitud y permanente afecto a él y a su maravillosa familia que tanto bien hacen en esta vida y, por ende, a la cultura. ¡Ah, olvidaba algo muy importante, Alejandro Guillermo celebra su cumpleaños este 10 de febrero! ¡De manera que le deseamos, además, un Feliz Cumpleaños y lo estrechamos en este abrazo virtual!

Escritor y periodista

Publicado originalmente en elimparcial.es