La tarea de los analistas políticos se debe centrar en la interpretación de los acontecimientos y conflictos y no tomar partido en los desacuerdos. La crisis en las relaciones diplomáticas de México con España y Estados Unidos tiene el común denominador de conflictos históricos que han tenido que ver con la definición de la nación mexicana: los 300 años de dominación española sobre las comunidades indígenas mexicanas con la correlativa construcción de un criollismo inevitable y la invasión estadounidense a México en 1846 que terminó con la apropiación americana de la mitad del territorio mexicano.
La solicitud del presidente López Obrador de una disculpa al reino de España por la conquista del siglo XIV que significó la casi desaparición del indigenismo mexicano y sus expresiones culturales y la decisión soberana de México de revisar los contratos eléctricos de inversiones estadounidenses están en el escenario subyacente de los conflictos diplomáticos: la pausa en las relaciones diplomáticas con España y las presiones de la Casa Blanca para querer obligar a México a cambiar una ley soberana.
La relación de México con España no se puede resumir solo a la que va pausa diplomática, sino que pasó por el apoyo mexicano a la segunda república, la ruptura de relaciones diplomáticas en 1975 por los actos criminales de Franco con disidentes y, de manera sobresaliente, al espacio mexicano abierto al activismo de la PlataJunta que promovió el apoyo del gobierno priísta a la transición española a la democracia.
Los gobiernos mexicanos de Carlos Salinas de Gortari a Enrique Peña Nieto (1988-2018) abrieron la economía mexicana en fase neoliberal a inversiones españolas que no todas han cumplido con las reglas del juego de equidad en la distribución de las utilidades. Lo mismo ocurrió con la ley eléctrica en fase de aprobación que está revisando de manera muy estricta los beneficios leoninos que se otorgaron a empresas estadounidenses en temas energéticos.
El tema español ha sido eludido por México, a pesar de que el actual modelo cultural mexicano es más español que indígena y que los gobiernos mexicanos han abandonado a las comunidades originarias y las sometieron a un proceso autoritario de educación criolla. Inclusive, el gobierno del presidente López Obrador carece de una propuesta formal sobre las comunidades indígenas que representan apenas el 15% del total de la población y los gobiernos del priísta Ernesto Zedillo y del panista Vicente Fox, ante el alzamiento guerrillero indígena en Chiapas, se negaron a reconocer la condición de naciones a las comunidades indígenas desperdigadas en la república y sin propuesta de articulación a las reglas de convivencia de la sociedad mexicana españolizada.
Los conflictos diplomáticos con España y Estados Unidos encontraron la incomprensión de esos gobiernos ante la profundidad de los temas de debate y se vieron respuestas ajustadas a las reglas de la diplomacia y dependientes de la condición de Estados protegiendo a sus inversionistas en el extranjero.
El presidente López Obrador ha confrontado de manera directa a España por el conflicto histórico de la conquista, pero no ha hecho nada para exigirle a Estados Unidos cuando menos una disculpa por la guerra del 46-47 del siglo XIX que le quitó a México la mitad de su territorio y por las presiones imperiales que implicaron decenas de acciones de invasión territorial de Estados Unidos a México, ni menos aún ha planteado la reclamación de una revisión en tribunales de aquella guerra histórica que formó parte del expansionismo territorial estadounidense atropellando no solo los derechos territoriales de México, sino aplastando de manera criminal a las comunidades indias originarias del oeste americano.
Desde el punto de vista histórico y cultural México nunca ha tenido una revisión histórica del periodo español y apenas de manera reciente la historiografía ha comenzado a reconocer el papel aliado de comunidades indígenas al lado de los españoles para derrotar al imperio azteca en Tenochtitlan. Y sigue sin profundizarse la propuesta de interpretación histórica de Octavio Paz en su ensayo Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe respecto a que la lucha de independencia de México en 1810 buscaba, con el apoyo de algunas corrientes dentro de la corona española, la creación autónoma del Reino de Nueva España.
En este sentido, la crisis en las relaciones México-España por la pausa decidida por el presidente López Obrador y que tendría duración cuando menos en los próximos tres años hasta terminar su gobierno tendrá efectos negativos en los negocios españoles en México y en la muy escasa inversión mexicana en España. En cambio, México tendría mucho que perder con un conflicto con las inversiones estadounidenses por la existencia de un Tratado de integración productiva y comercial que es la única vía de funcionamiento de la economía mexicana.
Si se miran con objetividad las cosas, el conflicto México-España podría quedarse en el ámbito estricto de la diplomacia, en tanto que México necesita de España como una puerta de entrada a la Unión Europea y la convivencia cultural entre los dos países es más profunda que un embajador. Hasta ahora, no parece existir resentimiento entre los dos pueblos y eso ayudaría a esperar nuevas condiciones para la reanudación diplomática.
Quedan, de todos modos, las evidencias del abandono social y cultural de España de la población iberoamericana que proviene de la presencia española y la centralización de las relaciones en temas de inversión económica y el interés acusado de los gobiernos españoles por los negocios y no la cultura histórica. Además, haría falta también una revisión española de los escenarios históricos del pasado para reconocer abusos propios de una expansión superada.
La pausa diplomática puede ser aprovechada para la búsqueda de nuevos acercamientos culturales más de España hacia Iberoamérica que en sentido contrario.
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