Columna publicada originalmente el 14 de diciembre de 1990.
Desde La sucesión presidencial en 1990 no había aparecido en el país un texto que realmente hiciera propuestas de fondo como el ensayo Por una dictadura sin Adjetivos. El libro de Madero comenzó una revolución que ya se agotó en manos del PRI. El artículo de José Agustín Ortiz Pinchetti (La Jornada, 25-26 de noviembre y 2 y 3 de diciembre) puede iniciar esa contrarrevolución pacífica -o revolución al revés- que se necesita para desenredar los nudos gordianos del sistema político mexicano.
S trata de una propuesta audaz que no hace sino reconocer el lado oscuro del momento político actual, Mario Vargas Llosa habló de una dictadura perfecta. Sin embargo, para que sea perfecta a la mexicana sólo le hace falta el consenso nacional. Y ahí apunta la columna vertebral del ensayo del abogado Ortiz Pinchetti: darle legitimidad mayoritaria a la dictadura mexicanaque ahora se aplica a contrapelo de los mexicanos.
La resistencia social a la salinización del país no hace sino llevar a conflictos y rupturas que no benefician ni al proyecto salinista ni a los deseos democráticos de la sociedad. Estamos, pues, en un punto muerto, en una etapa de estancamiento, como esos carros cuyas llantas patinan en el lodo. Ni el PRI gana todas, ni la oposición se consolida; en medio, el país pierde tiempo, se desgasta y se irrita. Y como el sistema no quiere correr el riesgo de la este-europeización del país con elecciones absolutamente libres porque las pierde, entonces nos esperan meses difíciles y complicados.
Bueno, realmente nos esperaban. Porque Ortiz Pinchetti acaba de mostrar una puerta de salida: instalar en México una dictadura sin adjetivos. El esquema es fácil: el salinismo tiene un proyecto, pero le falta base social; la oposición tiene base social; la oposición tiene base social pero no proyecto. Pero como el que tiene el poder es el manda, resulta que hemos vivido ya dos años de excepción democrática cuyo símbolo es el Ratón Loco. Toda empieza y termina en el ejercicio del presidencialismo: se impone una política económica, se deciden elecciones, se integra a México a Estados Unidos y cosas por el estilo. La sociedad está excluida.
La propuesta de Ortiz Pinchetti es para destrabar el momento mexicano: legitimar la dictadura con un esquema que no anule del todo a la sociedad, pero que le dé al gobierno salinista el cheque en blanco para imponer su proyecto. Si de todas maneras lo va a entronizar, entonces habrá que negociar algo. Se busca que el camino sea incruento. El proyecto de ”dictadura sin adjetivos” busca darle 10 años al proyecto salinista para funcionar como una dictadura perfecta con consenso social, al final de los cuales se convocará a un plebiscito. Sólo votar sí o no. Si gana el sí, entonces el modelo puede seguir y en lugar de elecciones habría un plebiscito sexenal; si gana el no, entonces se convocarían a elecciones absolutamente limpias en julio del año 2001 para comenzar una democracia sin adjetivos.
La propuesta tiene sus candados. Todos los mexicanos aceptarían la dictadura como tal. Si hoy el proyecto salinista tiene la lata de las elecciones o de la crítica, éstas no existirían. Los partidos tendrían receso. El poder legislativo también. El judicial desaparecería y en su lugar se fortalecería la dirección de asuntos jurídicos de la Presidencia de la República. La prensa se especializaría en deportes, sociales o cultura. Todos los que ahora trabajan en Democracia S.A. pasarían al sector productivo por 10 años. Además de desdramatizar la política, se aumentaría la productividad.
La vida política mexicana está hecha un nudo. Las aspiraciones democráticas de la sociedad que se manifestaron en julio de 1988 han caído víctima de la teoría política del Ratón Loco. México es una excepción: suben los precios y gana el PRI; hay desempleo y gana el PRI; baja el salario real y gana el PRI; cada vez es más difícil evadir al fisco y gana el PRI; sube la gasolina y gana el PRI; reprimen a los ambulantes y gana el PRI; se roban las elecciones y gana el PRI; viene Bush y gana el PRI; desenmascaran a Solidaridad y gana el PRI.
El único problema es que nadie cree que el PRI gana. Sin embargo, tiene el poder. Pero cada vez tiene que profundizarse el autoritarismo oficial para que el big brother prieta pueda funcionar. La única salida es la ruptura democrática -imposible sin partidos de oposición- o la ruptura dictatorial – posible como instancia para desatar el nudo de la modernidad-premodernidad-. Aquí se localiza la claridad de la propuesta de Ortiz Pinchetti: si el país debería marchar hacia una democracia sin adjetivos que proponía Enrique Krauze en 1983, resulta a ésta sólo le falta un ingrediente: la voluntad presidencial. Y como ésta apenas tiene tiempo para atender la prioridad del acuerdo de libre comercio y de la reprivatización nacional, entonces la opción debe buscarse por otros lados.
El único problema será que hacer con los políticos. Cuauhtémoc Cárdenas puede enviarse a trabajar a Chapingo. Luis H. Alvarez le haría bien como cajero de un banco. Porfirio Muñoz Ledo puede ser ser el intendente en Guanajuato. Luis Donaldo Colosio puede ocupar la vacante de jefe del Departamento de Irrealidad Social de la Secretaría de Asesores Nacionales. La lucha presidencial de 1994 desaparecería y se resolvería por designación del Ejecutivo.
Como se ve, la propuesta de Ortiz Pinchetti es impresionantemente realista: sacrificar 10 años dándole legitimidad social a lo realmente existente, a cambio de la verdadera democracia sin adjetivos en el 2001. Si 20 años no son nada, qué son 10 sino la mitad de nada.