Guillermo Buendía
El Movimiento de Regeneración Nacional arrastra desde hace más de cinco años una crisis de liderazgo que ha impedido la cohesión de la representación de las fuerzas políticas integradas. Las pugnas soterradas y públicas por hacerse del control del partido -acentuadas principalmente en los periodos de elección interna de candidatos para gobernadores, diputados locales y federales, senadores- apuntan que el reposicionamiento de grupos políticos está relacionado con la disputa de la dirección nacional. Circunstancias adversas que condicionan la capacidad de movilización de cuadros proselitistas de promoción del voto y la vinculación real con las bases sociales, por un lado; formular propuestas de gobierno que no dependan del arrastre popular de AMLO, ni del efecto de los beneficios de los programas sociales del gobierno de la 4T, por el otro.
Estos elementos enunciados son los errores de MORENA que explican no solamente esta crisis de liderazgo, sino el retroceso electoral registrado el año pasado.
Una vez concluido el periodo de AMLO, el 12 de diciembre de 2017, la presidencia, la secretaría general y otros puestos relevantes del partido fueron objeto de jaloneos por parte de los grupos interesados en controlarlo. Dos años antes, ya constituido el movimiento como tercera fuerza política, el partido comienza a operar la innegable candidatura presidencial lopezobradorista en ascenso. La presidenta, Yeidckol Polevnsky Gurwitz -permanece hasta el 26 de enero de 2020- tiene a su cargo el proceso electoral de 2018, incluyendo por supuesto, la convocatoria por medio de la cual se establecen los métodos, condiciones y plazos de selección de candidatos a puestos de elección popular. Detrás de la convocatoria está la maniobra para acotar, conformar o consolidar a las diversas fuerzas que convergen en el movimiento. Al mismo tiempo, se gestan las disputas internas salidas a la luz pública al momento de elegir a los nuevos dirigentes del Comité Ejecutivo Nacional. Alfonso Ramirez Cuellar sólo preside al partido hasta el 5 de noviembre de 2020 en medio de impugnaciones legales y cuestionamientos de legitimidad de los estatutos, situación que propicia la intervención del INE y del TEPJF para resolver los conflictos.
Para la elección presidencial de 2018 Morena pudo controlar la incorporación de los cuadros perredistas y priistas interesados en asegurar su triunfo. Las bases sociales que ostentan las candidaturas de los conversos de último momento se movilizan ahora con el objeto de promover el proselitismo dominante de las transformaciones y, de esta manera, generar la tendencia de la preferencia del voto a favor de la corriente lopezobradorista. Ningún grupo que salió del PRI y PRD e incorporado a MORENA en el proceso previo a la nominación de candidatos -finales de 2017 y principios de 2018- se constituyó en dominante y, en cambio, se subordinó al proyecto político de la 4T. La dirigencia morenista operó las alianzas bajo las determinaciones distributivas de cuotas correspondientes a los 300 distritos electorales y objetivos porcentuales de las cinco circunscripciones de representación proporcional. Este punto se convierte en crucial para los grupos en ascenso ante la perspectiva de consolidarse a través de la reelección, en 2021. Paralelamente a estas circunstancias internas de MORENA, López Obrador construyó un círculo compacto de operadores en distintas posiciones dentro y fuera del partido que atendía los asuntos estratégicos y prioritarios de la campaña presidencial -acercamiento con los poderosos grupos empresariales nacionales y extranjeros, abrir canales dentro de la relación con el gobierno conservador estadounidense, el manejo de los medios- y después del 6 de julio, la integración del gabinete y definición de las políticas públicas puestas en marcha a partir del primero de diciembre.
Sin embargo, durante estos años la dirigencia de MORENA no ha logrado conciliar las disputas de los grupos y las inconformidades permean toda actividad política partidista. Incluso, se ha descuidado la vinculación de las bases sociales en la creencia de que la fuerza de arrastre popular del presidente de la República es suficiente para la competencia electoral. La derrota de la Ciudad de México que ocasionó la pérdida de alcaldías y distritos electorales es una clara muestra de este error de cálculo de políticos, legisladores, secretarios de Estado, gobernadores y los propios dirigentes del partido -algunos señalados como precandidatos presidenciales- que, en el contexto de las acciones confrontativas de una oposición proveniente de empresarios interesados en financiar la alianza de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional que dispute la presidencia en 2024, los errores morenistas inciden notoriamente para la continuidad del proyecto lopezobradorista.
Deja de ser un acto anecdótico tanto el lanzamiento de huevos contra el presidente de MORENA, Mario Delgado Carrillo, como su huida de una asamblea partidista. Las pugnas registradas a raíz de cómo resolvió el CEN morenista la selección de los candidatos para las seis gubernaturas acusa el deterioro de liderazgo y falta de oficio político de negociación. Esta problemática interna de inconformidades políticas afecta la participación de bases desplazadas que, de no ser atendidas, revertirán las tendencias de voto.
Por otro lado, la afectación del vínculo MORENA-sociedad se observa en el rechazo de la orientación de las políticas públicas de la rectoría económica del Estado y el carácter asistencialista de los programas sociales por parte de amplios estratos de la clase media, causada por dos vías. La primera, relacionada con los pronunciamientos apreciativos del presidente Andrés Manuel López Obrador, formulados en las conferencias matutinas, percibidos como ataques contra la actividad aspiracionista de la clase media; la segunda, la ausencia total de los líderes de MORENA, como interlocutores políticos de la sociedad, en el debate público de los temas presidenciales utilizados para legitimar el proyecto de las transformaciones.
