Lecciones de las elecciones en Francia

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Este domingo, Francia vivirá uno de los procesos electorales más ajustados y con resultado incierto a pesar de que ahora mismo, las encuestas tras el debate entre el presidente Emmanuel Macron y su contrincante, la ultraderechista, Marine Le Pen, le conceden a él una ventaja de entre 11 a 13 puntos. Los indecisos son muchos, el abstencionismo es creciente y hay otro cúmulo que rechaza tanto a Macron como a Le Pen.

La descomposición política en Francia, con el ascenso peligroso de la ultraderecha está sirviendo de espejo para otros países que miran, en el retrovisor, cómo el nacionalismo más abyecto también les persigue.

La decadencia de los partidos tradicionales es evidente no solo en el espectro político francés, ese escenario se repite como un mantra en muchos otros países, tanto dentro del viejo continente, como fuera de éste y en buena medida acontece porque el cambio generacional está sustituyendo en las urnas a los electores más o menos educados de las generaciones del Baby Boom (nacidos entre 1946 y 1964) y de la Generación X que nacieron entre los años de 1965 y 1981. Los primeros responden ante la mentalidad construida después de los años que precedieron al final de la Segunda Guerra Mundial cuando la formación de una clase media marcó un camino boyante para muchas economías.

En 2022 es totalmente visible cómo se procesa la realidad que impacta en las concepciones de las generaciones más jóvenes tanto de los llamados millennial (nacidos entre 1980 a 2000) como de la Generación Z (2001 a 2010) y que han comenzado ya a votar por vez primera en las urnas.

Que las generaciones entre los 18 a los 40 años manifiesten en diversos países que su futuro se avizora más difícil y desesperanzador respecto de sus padres y de sus abuelos es utilizado como baza por los partidos más extremistas que ven en la decadencia del sistema su oportunidad para sacar del armario a la momia del populismo más rancio y xenófobo.

Porque la culpa del fracaso siempre la tiene otro, al menos es lo que Marine Le Pen repite como un credo infalible tal y como en su momento lo hizo su padre Jean-Marie, por primera vez candidato en las elecciones de 1974   y votado por 190 mil 921 electores, un 0.8% de los sufragios emitidos.

 

A COLACIÓN

Lo interesante es que, catorce años después, ese partido marginal de ultraderecha, también con Jean-Marie Le Pen como candidato logró 4 millones 376 mil 742 votos; un 14.4 por ciento.

Y para las elecciones de 2002 –igual con Jean-Marie como candidato– por primera vez sorprendió no solo a Francia, sino al mundo entero, disputándose la segunda vuelta contra el republicano Jacques Chirac. A Le Pen le votaron en esa segunda vuelta 5 millones 525 mil 032 franceses mientras Chirac terminó arrollando, más por el temor de un gobierno populista.

El político que actualmente tiene 93 años volvió a intentarlo otra vez presentándose a las presidenciales de 2007 ante Nicolás Sarkozy y en esa ocasión obtuvo el 10.4% de los votos. Fue la última elección en la que participó.

Su partido no estuvo exento de la rebatinga del poder familiar y su hija Marine, una abogada de 53 años, se encargó de asestarle cuantas puñaladas políticas fueron necesarias para quitárselo de en medio; para alejarlo del partido que él mismo contribuyó a formar cuando ella apenas cursaba el kindergarten.

Por su parte, a Marine se le reconoce un lavado de cara en el partido que ha dejado de ser el Frente Nacional para llamarse Agrupación Nacional a fin de rebajar el tono de su pasado más xenófobo.

Aunque ella sigue insistiendo en que de ser presidenta prohibirá el uso del hiyab y combatirá con todo a los islamistas e insiste en realizar un referendo para preguntarle a los franceses qué hacer con los inmigrantes ilegales y los inmigrantes que delincan.

Le Pen ha utilizado todas las disparidades socioeconómicas que ella constantemente achaca a la globalización y a la pertenencia a la Unión Europea (UE) para construir un discurso rupturista con el actual modelo. Es su caldo de cultivo natural.

@claudialunapale