Ya nada volverá a ser igual. No al menos en la pequeña gran aldea global, afectadísima por la invasión rusa a Ucrania y por todas las consecuencias desatadas, no solo por las severísimas sanciones aplicadas por Occidente, también porque el mundo está volviendo a quedarse dividido en bandos y amenaza con ello a la globalización.
Estos días en Bruselas, Jens Stoltenberg, cabeza de la OTAN, volvió a reiterar que nos aguarda “una guerra larga” para pesar de los ucranios lacerados en sus propias carnes por una tropelía intestina y del resto de la gente de otros países que todos los días recibe en la factura de la luz, de la gasolina y de la cesta de la compra una serie de bombas colaterales. Todos somos víctimas de la invasión.
En Madrid, Serhii Pohoreltsev, embajador de Ucrania en España, recién realizó un balance de los primeros cien días de la ocupación bélica rusa de su país: “Hemos entrado en la fase de guerra duradera”.
Rusia ha logrado controlar el 20% del territorio ucranio, sobre todo la parte de la región del Donbás en la que domina el 90% de Lugansk; cada día Ucrania, pierde aproximadamente entre 60 a 100 soldados y sigue demandando armas pesadas para repeler a los rusos.
Pohoreltsev ha destacado que Ucrania sigue en pie defendiéndose del invasor gracias al liderazgo del presidente Volodímir Zelenski, una verdad tan grande como contundente. Meses atrás, el nombre de Zelenski apareció en los Panamá Papers y en la actualidad es el héroe de esta gesta, utilizado además por Occidente –primordialmente por Estados Unidos– para debilitar en todo lo posible al sátrapa ruso, Vladimir Putin.
Todo está cambiando para seguir igual, menudo gatopardismo, o más bien para ir a peor: Ucrania atiza el miedo de que Rusia invadirá a otros países europeos y va involucrando cada vez más a Occidente en la invasión, léase en la guerra. De hecho, Estados Unidos y otros países de la OTAN están tan metidos con el envío de armas, de logística, con sus servicios de espionaje y la eficacia de sus satélites, que solo faltan sus tropas en el frente y que Putin ordene atacarlos con misiles.
La díscola Europa ha pasado a convertirse en un gran cuartel general. Los mandatarios de la Unión Europea (UE) tienen más reuniones que nunca antes entre sí y dedican días a viajes para demostrar su apoyo in situ a países como Moldavia o los Bálticos.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, solo hablan de dos modelos… de dos sociedades equidistantes; hablan de que Rusia quiere arrebatarnos la libertad, minar la democracia y devolver a cierta parte de Europa al pasado soviético.
Cien días después, las autoridades europeas están más obsesionadas en las sanciones que en la propia recuperación económica de la región o en la búsqueda de una mesa de negociaciones para la paz con Putin. Con sus decisiones para mostrar su condena moral hacia la invasión, provocan un daño importante en los grupos sociales que ya venían castigados por la larga crisis de 2008 (sus efectos han durado una década); por el inminente golpe de la pandemia con su emergencia sanitaria, los cierres, cuarentenas, confinamientos y toques de queda (terminó de quebrar muchos negocios) y ahora con las sanciones por la invasión rusa.
La opinión pública europea no soportará una guerra larga. Las tornas de apoyo inicial van a cambiar en cualquier momento porque ahora mismo hay gente más pobre que hace cien días. Cuando la gente empiece a sumar más allá de los tres mes del conflicto y siga pagando la gasolina por encima de los dos euros el litro, vaya al supermercado y no encuentre aceite de girasol y no pueda comprar harina, ni pechugas de pollo porque su precio está por las nubes, cuando el hambre apriete el bolsillo, entonces los líderes europeos estarán metidos en un problemón con enormes dimensiones sociales. Lo pagarán en las urnas y con protestas masivas que aprovecharán los grupos de ideologías extremas.
Ángeles Moreno Bau, secretaria de Estado de Asuntos Exteriores de España, reconoció que las sanciones son medidas con efectos negativos en “nuestras poblaciones y exigen un sacrificio de nuestras sociedades” pero el costo de no adoptarlas sería mucho más elevado.
En mi opinión todo dependerá del efecto de la temporalidad de las mismas: una guerra larga, con sanciones largas, no habrá un solo europeo que lo aguante, ni lo apoye más.
El primero que resentirá este resultado en las urnas será el presidente estadounidense, Joe Biden, con las próximas elecciones legislativas del 8 de noviembre.
PARA TOMAR EN CUENTA:
Hace un mes en Bruselas, en el seno de la UE, se habló de la imperiosa necesidad de cerrarle el grifo energético a la Rusia de Putin para cortarle la maquinaria de dinero para comprar más armas para usarlas contra Ucrania.
La semana pasada, en la reunión del Consejo Europeo en Bruselas con la presencia de los líderes de los veintisiete fue finalmente acordado un veto parcial al petróleo ruso; y es parcial porque la Hungría de Víktor Orbán se opuso totalmente esgrimiendo que su país y otros de Europa del Este dependen del crudo que llega por los ductos.
Entonces lo que se veta es el envío de los barriles por la vía marítima lo que implica más de dos tercios de las exportaciones de crudo ruso para el malestar del Kremlin.
“Hemos decidido acabar con las importaciones de petróleo ruso en un 90% para finales de 2022 nos mantenemos unidos y sobre todo fuertes. Seguiremos apoyando a Ucrania”, dijo Emmanuel Macron, presidente de Francia.
Además del veto al crudo a través de barcos, quedarán excluidos del sistema de pago SWIFT, tres bancos rusos; se incluyen en el listado de sancionados a 70 rusos más y se prohíbe la emisión de tres canales de televisión pública.
@claudialunapale