En este espacio nos hemos referido, cuando eran los tiempos de Donald Trump en el poder, al modelo Tucídides de la dominación imperial de Estados Unidos en el planeta. Ahora, con el presidente demócrata Joseph Biden, el esquema se reconfirma para dejar en claro que no hay diferencias partidistas en el papel que Estados Unidos se ha dado asimismo en la gestión del mundo y que se reduce a consolidar a Washington como el eje solar del universo de naciones.
El enfoque Tucídides viene de aquella magna obra titulada Historia de la Guerra del Peloponeso para contar una de las grandes batallas entre imperios de aquella época para dominar regiones del mundo. El modelo se sintetiza de manera muy fácil: Esparta le declaró la guerra a Atenas para evitar el fortalecimiento político y militar griego que se convirtiera en una amenaza para el papel imperial espartano.
La geopolítica moderna asume ya el modelo Tucídides y lo está aplicando en el escenario analítico de las ofensivas de Estados Unidos contra Rusia, China, Irán y Corea del Norte, países éstos que se han fortalecido en los escenarios político y militar y en el contexto del debilitamiento estadounidense en guerras fallidas de desgaste.
El proceso de rescate del modelo Tucídides tiene con escenario histórico: el presidente Nixon cerró el ciclo de confrontación bélica directa de Estados Unidos en Vietnam que venía desde los 14 puntos de Wilson en 1918 y que le dieron a Estados Unidos la capacidad de definir el marco geopolítico de dominación. El guerrerismo de Reagan trató de subsanar los errores del presidente Jimmy Carter cuando retrotrajo el poder imperial estadounidense en América Latina y en el mundo con la entrega al pueblo panameño del Canal de Panamá como eje estratégico del control americano y la pasividad ante la ocupación de la embajada de Estados Unidos en Irán. Reagan se encargó de desbarrancar la revolución sandinista en Nicaragua, aunque aprovechando los errores de corrupción y pérdida de legitimidad de los guerrilleros.
Las presidencias demócratas de Clinton y Obama se desentendieron de las provocaciones terroristas, pero los ataques del 9/11 de 2001 reactivaron de nueva cuenta el espíritu imperial estadounidense, aunque no hubo mucho de qué preocuparse por la falta de talento bélico, geopolítico y de seguridad nacional del presidente Bush Jr. y las guerras de desgaste en Irak y Afganistán.
La presidencia republicana de Donald Trump se salió de la dinámica y los equilibrios estratégicos de seguridad nacional que habían poseído los presidentes estadounidenses y se lanzó a una etapa de regreso al aislacionismo geopolítico a partir del criterio empresarial de que Estados Unidos estaba desangrándose en su presupuesto por mantener presencia militar en el mundo, mientras los países aliados descansaban en los marines y usaban sus recursos para prioridades sociales internas. Trump amenazó con sacar Estados Unidos de la OTAN y obligó a los presidentes aliados europeos aumentar su gasto militar, una decisión por cierto retomada y profundizada por el presidente demócrata Biden.
El presidente Biden definió su discurso tucididiano en la lógica de la recuperación del espíritu imperial de Estados Unidos: su estrategia de seguridad nacional fijó como prioridad el mantenimiento y aseguramiento del american way of life o sistema de vida americano como el eje de la política exterior y su discurso imperial lo definió en la conferencia de seguridad de Múnich en febrero de 2021 con el argumento de que Estados Unidos estaba de regreso al liderazgo único mundial.
Las dos crisis de Biden –Ucrania y Taiwán– se mueven en el escenario del modelo Tucídides: la Casa Blanca provoca la guerra de Rusia en Ucrania e incrementa las tensiones de seguridad nacional con China en Taiwán y con ello obliga a Rusia y China a entrar en guerras de desgaste geopolítico y militar, en tanto que Estados Unidos encuentra en la salida militar uno de los pivotes para el impulso de la economía y la cuestión interna y de sus aliados exteriores.
En la lógica tucididiana, Putin y Jinping estaban consolidando estructuras económicas, geopolíticas y militares sin el desgaste que implicaría el enfrentamiento de guerras de defensa geopolítica como las de Estados Unidos en Europa, el Medio Oriente y Euro Asia. El relanzamiento de la OTAN, obligando inclusive a los aliados europeos a subir gastos militares que no quieren todavía realizar por precarias finanzas públicas, quiere conducir a la construcción de una fortaleza europea que represente los intereses geopolíticos de Estados Unidos, pero ya sin la presencia de los marines sino con la exigencia estadounidense vigente de construcción de un Ejército europeo que corresponsabilice a los países en la defensa de sus líneas rojas ante los adversarios del viejo comunismo soviético y chino.
La atención de escenarios bélicos ha debilitado bastante el papel geopolítico de Rusia y ha obligado a China a regresar a los ejercicios militares en Taiwán, rompiendo con sus prioridades de seguridad nacional que estarían debilitando las viejas líneas rojas de la guerra fría 1947-1991. Esta estrategia tipo Tucídides debería de tener el apoyo de los aliados estadounidenses, pero el funcionamiento de las democracias europeas no está permitiendo la reconstrucción del viejo bloque estadounidense de la segunda posguerra y por ello la estrategia de Biden habría llegado a la provocación de escenarios bélicos que están reviviendo el pánico social europeo de la Segunda Guerra mundial que llevó a las principales capitales de Europa occidental a recibir tropas nazis.
El modelo estadounidense parece estar claro: ante la pérdida de su dominio latinoamericano y caribeño por el ascenso de los populismos antiestadounidense y la penetración política de Rusia, China, Irán y Corea del Norte en el territorio americano al sur del río Bravo por la vía de alianzas políticas, la hegemonía imperial estadounidense ha tenido que buscar salidas que bloqueen o impidan el fortalecimiento de sus verdaderos grandes adversarios.
De ahí la importancia hoy en día de releer a Tucídides
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