Aunque fuera de México parece existir poco interés sobre lo que se conoce en el lenguaje político el “proceso de sucesión presidencial” para definir al candidato a la presidencia del partido en el poder, de todos modos, es importante la fase en la que se encuentra la vida política mexicana porque se está definiendo la continuidad o alternancia del proyecto político y económico del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Del lado oficial, las cosas están más o menos claras: el presidente saliente tiene todo el poder para determinar quiénes son los precandidatos para competir y cuáles serán las reglas; y ahí están los datos: de manera oficial son tres los aspirantes oficiales y uno que hace esfuerzos desesperados por colarse. Los oficiales son: Claudia Sheinbaum Pardo, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard Casaubón, secretario de Relaciones Exteriores, y Adán Augusto López Hernández, secretario de Gobernación. Y el cuarto colado es el jefe político del Senado, Ricardo Monreal Avila, quien ha sido excluido por el presidente López Obrador de manera ostentosa de la lista oficial.
En esta ocasión importa tener una idea aproximada de lo que está pasando por la oposición: el principal partido es Acción nacional (AN), de ideología conservadora y articulado a la internacional demócrata cristiana, nacido en 1939 para oponerse al proyecto político del PRI. Construido en 1929, el PRI fue partido hegemónico hasta el 2000, de ahí pasó a la oposición y ahora de manera inexplicable es el principal aliado del PAN para combatir al partido Morena quien nació de las entrañas del PRD fundado en 1989 por expriistas. Y el cuadro se complementa con el PRD que con Cárdenas consiguió el 33% de los votos en 1988 –conteo oficial repudiado por todos los grupos políticos– y del cual salieron el propio Cárdenas y López Obrador por la descomposición interna.
Este galimatías mexicano no ha sido entendido e inclusive dentro de México, porque la alianza opositora autodenominada Va por México está formada por estos tres partidos aliados, coaligados, comprometido, unido o algo similar: PRI, PAN y PRD. Es decir, en México estamos viendo que los enemigos históricos PRI y PAN son aliados y tienen el apoyo del PRD que repudió el seno priista por abandono de compromisos históricos y que siempre calificó al PAN como el partido de tendencias fascistas.
Pero las confusiones no terminan ahí. El pivote político para promover la alianza opositora fue la Coparmex, el sindicato patronal de ultraderecha, y también el empresario ultraderechista Claudio X. González. La intención de estos grupos políticos, partidistas y sociales es sumar votos que logren la mayoría simple a su candidato presidencial –aún no definido– en las elecciones de junio de 2024, a partir del modelo electoral mexicano en que el candidato presidencial ganador será el que tenga la mayoría sin ningún porcentaje mínimo,
La oposición aliada logró candidaturas comunes para sillones en el Congreso de los diputados, pero fracasó en las coaliciones para gubernaturas estatales. El proceso adelantado de la candidatura presidencial ha generado ya tensiones al interior de los grupos de la coalición opositora, cuando todas las encuestas le dan en promedio un porcentaje de 42% al partido Morena en el poder y alrededor de 32% a la alianza opositora. Estos datos no son determinantes y puede que ni siquiera sean tan creíbles, pero la coincidencia de varias encuestas cuanto menos aporta un elemento para el análisis político.
Algunos políticos mexicanos –muy pocos, por cierto– se han preocupado por entender el tema de las alianzas y las coaliciones. Casi nadie analizado la experiencia de la Junta Democrática, la Plataforma Democrática y la PlataJunta de España que construyeron un discurso social de transición para superar al régimen franquista. Y menos aún se han preocupado por entender qué ocurrió con el compromiso histórico de Italia entre el Partido Comunista y el Partido Demócrata Cristiano o el programa común de Francia entre el Partido Comunista y el Partido Socialista.
La alianza opositora tuvo una prueba fracasada en las elecciones presidenciales de 2018, cuando el PAN de derecha y el PRD de izquierda llevaron un candidato a la presidencia, pero sin explicarle a los electores la importancia de esa coalición o el valor de los enfoques excluyentes. El saldo electoral fue de 53% de votos para Morena-López Obrador y apenas el 22% para la alianza PAN-PRD, con el dato importante de que este porcentaje fue menor al obtenido por el PAN en elecciones presidenciales anteriores.
A la alianza opositora le falta un discurso cohesionador y de propuesta para explicar las razones que llevaron a tres partidos de ideologías diferentes a unir fuerzas, mientras Morena y López Obrador siguen encabezando las preferencias del electorado.
Las dificultades para encontrar un candidato presidencial que represente las cinco corrientes ideológicas aliadas han comenzado mal porque no pueden ponerse de acuerdo en un candidato aliancista para la elección de gobernador en el Estado de México en junio de 2023, a pesar de que se trata de la entidad con mayor número de recursos económicos y electores.
La inexperiencia política y la falta de voluntad para construir alianzas entre corrientes ideológicas diferentes están viendo a la oposición en la pérdida de credibilidad para ganar por ahora tendencias de votos en las encuestas. Un pequeño partido, Movimiento Ciudadano, está reventando las posibilidades de las encuestas por su negativa a sumar su modesto 7% de votos que pudiera de alguna manera beneficiar a la alianza opositora, pero es la hora en que todos los liderazgos opositores están destrozándose entre sí.
La elección oficial de candidatos será hasta enero de 2024, lo que abre un período de año y medio de confrontaciones, guerras políticas, descalificaciones y desgastes opositores. Pero esa es la oposición en México.
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