Cada quien ve de diferente manera la iniciativa de reforma electoral del Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, y con un distinto interés, incluido el meramente académico. Como toda reforma tiene sus pros y sus contras.
Y uno de los pros es la reducción de las cámaras de Diputados y de Senadores: De 500 a 300, y de 128 a 96, respectivamente. Lo interesante, académicamente, es saber cómo se haría tal reducción: Es una fórmula compleja pero muy parecida a la que se aplica actualmente para obtener las curules y escaños plurinominales.
Incluso, se continuaría aplicando el resto mayor, mediante el cual casi siempre salen beneficiadas las minorías. Eso tras obtener un cociente natural de la votación y un cociente de distribución para determinar el número de curules y escaños a asignar a cada partido político conforme a los votos que obtenga en la entidad federativa.
Entre más veces quepa el cociente natural de asignación en los votos obtenidos por el partido de que se trate, más diputaciones o senadurías tendrá (según la elección).
Y ya no habría porcentajes márgenes de sobre y sub representación.
Así, muy grosso modo porque la fórmula es compleja.
Y para la asignación, cada partido político presentaría sendas listas de candidaturas para las elecciones de diputaciones federales y senadurías, por entidad federativa, ya no por cada una de las actuales cinco circunscripciones electorales plurinominales para integrar la Cámara Baja, ya no la lista nacional para integrar la Cámara Alta.
Tampoco habría distritos electorales uninominales.
Todas las diputaciones serían electas en una circunscripción estatal y por lista. Lo mismo que las senadurías. Eso obligaría a los partidos políticos y a las personas candidatas a hacer campañas reales, de tierra. El único pero es que las listas siguen siendo cerradas y bloqueadas, o sea, el partido colocará a quien quiera en dichas listas, como ocurre ahora con las pluris.
Lo ideal sería que fuesen listas abiertas y desbloqueadas, para que la ciudadanía escoja por quién votar de esas listas de candidaturas.
El consuelo que queda es que por lo menos sí harían campaña las candidatas y candidatos, que, por cierto, competirían en fórmulas aplicando los principios de paridad y alternancia de género.
Las candidaturas independientes también entran en el procedimiento planteado.
Así que no es tan malo.
Ah, y se modifican los requisitos para ser diputado o senador: La persona debe ser “originaria de la entidad federativa en que se haga la elección o vecina de ésta con residencia efectiva de más de un año anterior a la fecha de ella.”
Requisito que vendría a reducir el ‘chapulineo’. Ahora hay diputados pluris por la cuarta circunscripción electoral y al mismo tiempo senadores suplentes pluris.
Quizá eso tiene algo alterada a la clase política acostumbrada a entrar y salir de una cámara a otra de manera tan fácil vía pluri. Con la reforma propuesta de AMLO también podrían ‘chapulinear’, pero ya no sería tan fácil, mínimamente tendrían que hacer campaña.
Imagínense a los exgobernadores que andan en busca de una senaduría; si no gobernaron bien, la ciudadanía les dará la espalda al ir a pedir el voto nuevamente.
Respecto a la integración del Senado de la República, la reforma de AMLO plantea reducir el número de escaños de 128 a 96, empleando idéntico procedimiento que para la elección y asignación de diputados. Así desaparecerían los escaños de lista nacional y los escaños de primera minoría.
Y al ser electos solamente en las entidades federativas se rescataría la esencia del Pacto Federal: Que los senadores representan a los estados.
En fin, la iniciativa es interesante; polémica, pero interesante. Aunque el tema del Instituto Nacional Electoral (INE) hace mucho ruido opacando el resto de los planteamientos.
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