A las quien nos dió la vida y a las que nos hicieron padres

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El dolor de quienes perdieron un hijo, de quien vio alejarse de sus vidas, sin saber que quizá fuera para siempre la separación porque emigraran en busca de oportunidades.

Las que tienen que cargar con la pena de la enfermedad incurable de un hijo enfermo, las que ellas mismas padecen una enfermedad incurable que les incapacita para seguir siendo el origen de las actividades del hogar.

Aquellas que día con día añoran al hijo ausente, las que lloran en silencio en el transporte público, el diario caminar a la cárcel a visitar a su hijo, las que visitan y lloran viendo la ausencia de su hijo, perdido en las sombras de la locura en los hospitales siquiátricos.

 A las que queriendo ser madres, han perdido al producto de su amor negándoles la distinción de ser madre.

A las que el destino les arranco la oportunidad de disfrutar la felicidad de educar o a ver crecer a un hijo.

También a aquellas, que sin los dolores del parto, asumieron la responsabilidad de asumir como suyos los hijos ajenos.

Y las doblemente madres, que educaron a sus hijos y después a sus nietos.

A las que enmascaradas en una imagen dura, a veces injusta, que por dentro tuvieron un enorme corazón de dulce que siempre ocultaron, pero que lograron así forjar hijos de bien.

A las madres minusválidas, a las invidentes a las que les fue doblemente difícil cuidar y educar a sus hijos y sin embargo lo hicieron.

A las que a pesar de la adversidad de la vida cumplieron su meta eduxar a sus hijos.

A las que fueron padre y madre a la vez, las que pueden presumir que sus hijos son producto de su esfuerzo y trabajo.

A las obreras, campesinas, profesionales y a las que sin preparación ni cultura, sin conocimientos les guio su amor y perseverancia para alcanzar sus metas… sus hijos.

A las madres puras ejemplares que enseñan y educan a sus hijos con el ejemplo.

A las madres prostitutas que anhelaron tener un hijo y lo tuvieron producto del amor y no de su profesión, esas que a pesar de todo educaron en los mejores colegios y en los mejores lugares a sus hijos, aunque tuvieran que ocultar la profesión que ejercen.

A las mujeres que en el ejército y en la policía, en el quirófano en el despacho en la construcción o en el quehacer cotidiano, refrendan su amor a sus hijos.

A las cantantes, a las artistas a las que trabajan en todo lo que tiene que ver con lo artístico en todas sus manifestaciones, pintura, música, escultura, gastronomía, a la mujer universal, a todas aquellas que viven o que se han marchado persiguiendo una estrella.

También a aquellas ultrajadas, incomprendidas, calumniadas, ignoradas señaladas por la adversidad, pero que no dejan de ser paradigma de la mujer universal.

A las que nos trajeron al mundo y a las que nos han dado el privilegio de ser padres.

A las que en su quehacer cotidiano refrendan y acreditan día a día, su amor a su patria en la persona de sus hijos. Para todas en donde estén, y con ellas las nuestras, ¡Gracias!.

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