A partir de la certeza de que los hechos sociales y políticos no se repiten de manera automática, el análisis del fenómeno político Xóchitl Gálvez no puede reproducir las circunstancias del 2000 que permitieron la victoria electoral del panista Vicente Fox.
Cuando menos hay tres puntos esenciales que ocurrieron en 2000:
1.- En 2000, Zedillo no pudo poner candidato presidencial –José Ángel Gurría Treviño o Guillermo Ortiz Martínez, figuras del salinismo neoliberal— y por lo tanto nunca deseó la victoria de Francisco Labastida Ochoa.
2.- La continuidad del proyecto neoliberal salinista se daría no en la figura del presidente en turno, sino que se trasladó a la Secretaría de Hacienda como el aparato económico-ideológico de continuidad neoliberal con tres titulares muy perfilados: Francisco Gil Díaz, jefe de los Chicago boys del ITAM, con Fox; Agustín Carstens, subgerente general del Fondo Monetario Internacional, con Calderón; y Luis Videgaray caso, del equipo neoliberal de Pedro Aspe Armella, secretario de Hacienda de Salinas y eje de la contrarreforma neoliberal del Estado, con Peña Nieto.
3.- Estados Unidos había amarrado compromisos secretos con el presidente Zedillo cuando autorizó, saltándose al congreso, un crédito de casi 50,000 millones de dólares para atender la crisis financiera que había provocado la mala decisión del secretario de Hacienda, Jaime Serra Puche, y la necedad de Zedillo de no pedirle ayuda a Aspe. Entre esos compromisos y aprovechando el repudio de Zedillo al PRI, la alternancia partidista –pero no de modelo económico– benefició a Fox.
El presidente López Obrador no es el Zedillo de 2024 y hasta ahora todas las evaluaciones de inteligencia de la Casa Blanca se basan en el criterio de que habrá continuidad de grupo en la presidencia mexicana y, peor aún, no existe un bloque de poder ideológico-económico avalado por EU en la oposición comandada por Claudio X. González y los timoratos del Consejo Mexicano de Negocios que están jugando también en la cancha de las corcholatas lopezobradoristas.
Xóchitl Gálvez aparece como una figura mediática, chistosa, solo contestataria y sin ninguna representación real del bloque ideológico de poder conservador, sobre todo porque tienen la desconfianza de que llegaría a Palacio Nacional a ejercer el poder y no la intendencia de un proyecto de clase.
La alianza opositora del frente del Señor X. tampoco he resuelto el litigio natural de poder que está tejiendo una compleja red de intereses detrás de la figura mediática de la senadora panista-no/panista, pues existen cuando menos cuatro grupos con intereses no coincidentes: los tres partidos de oposición que controlarán la bancada en el Congreso, la alianza neoconservadora del señor X-Coparmex-grandes empresarios, los panistas fuera del PAN y la sociedad no partidista que ha salido a protestar a las calles y que no entiende de los compromisos de poder de la política creyendo que Xóchitl Gálvez representa a los ciudadanos del sector conservador.
Las presiones dentro de la élite opositora para que comiencen las declinaciones de precandidatos que representan grupos ideológicos, políticos y de poder a favor de la senadora Gálvez benefician al juego presidencial porque, en caso de darse, significaría una desarticulación de módulos en el grupo opositor, y sobre todo por los indicios de que la senadora Gálvez no sabe jugar como cabeza de grupo y cree que sus posibilidades de victoria son por sus atributos personales.
La fuerza del bloque opositor ha estado siempre dependiendo de su funcionamiento como dispositivo articulador de intereses económicos-productivos-ideológicos que van más allá del repudio personal al presidente López Obrador. La senadora Gálvez podría ser la candidata opositora si acepta ser sólo la botarga de un bloque que estratégico de reconfiguración de las corrientes del poder dentro del sistema/régimen/Estado, algo que rebasa la capacidad del Señor X.; si no, pronto comenzarán las desconfianzas que desarmarán la unidad indispensable para buscar la victoria electoral.
Política para dummies: la política no es un juego de apariencias, sino un amasijo de intereses.
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