Debate electoral equivocado: neoliberalismo vs. populismo

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El proceso electoral para renovar diputados federales, quince gubernaturas, miles de alcaldías, decenas de congresos locales y regidurías era la gran oportunidad para replantear el quiebre elitista del 2018: refrenarlo o recomponerlo. Sin embargo, el partido en el gobierno y la oposición han equivocado el análisis estratégico y la sociedad va a reconfirmar su ignorancia democrática.

Las elecciones van a girar en torno a Morena y a la alianza PRI-PAN-PRD-sector privado; es decir, a optar por el modelo populista asistencialista en curso o el regreso al neoliberalismo de mercado. Y si bien las elecciones suelen llevar a posicionamientos binarios, ahora será peor porque ninguna de las dos propuestas económicas de gobierno está entendiendo la dimensión de la crisis económica y sus derivaciones sociales y por lo tanto tampoco está ofreciendo opciones reales para atender las nuevas necesidades de desarrollo.

Del lado opositor lo extraño de la mezcla impide un diagnóstico real de la crisis mexicana: al colapso populista en 1976, 1982, 2000 y 2012 le siguió un modelo económico neoliberal de desarrollo. Y en los hechos, ninguna de las dos opciones resolvió uno de los tres problemas económicos graves: estabilizó la inflación, pero el costo de control de la demanda ahondó la polarización social con aumento en los pobres y retrasó la modernización productiva. El populismo ha atendido las presiones sociales y la construcción de una base social del Estado, pero tampoco ha sabido resolver el enigma del empobrecimiento.

La alianza de la tríada PRI-PAN-PRD con los principales organismos empresariales –Coparmex, sobre todo, pero también otras cámaras y organizaciones– ha ignorado el hecho de que precisamente esa alianza perversa entre política y empresa fue la responsable de políticas económicas restrictivas y de saldos sociales pavorosos. Es extraño que el discurso opositor haga énfasis en la democracia, la expansión otra vez del Estado y el populismo presupuestal asistencialista, sin ofrecer el diagnóstico de que la crisis es del modelo de desarrollo y productivo y de los mecanismos estatistas de distribución del ingreso; el Estado y sus partidos aliados han optado por defender la concentración de la riqueza y han pasado el reparto social por los filtros partidistas populistas de la dependencia social.

La alianza opositora, por tanto, quiere regresar a los años del desarrollo estabilizador, del populismo priísta y del neoliberalismo salinista pronasolero basado en el aumento de las utilidades y el costo presupuestal de programas sociales que distribuían riqueza para beneficio de las élites y sus partidos.

Morena, a su vez, acertó en su diagnóstico de la crisis: un Estado populista obeso –crítica, por cierto, también del neoliberalismo salinista–, pero se ha equivocado en los objetivos y sus mecanismos: direccionar recursos a sectores improductivos y no modificar el modelo de desarrollo ni modernizar la planta productiva. Al final, los saldos de Morena en este su primer sexenio serán iguales a los del viejo PRI: PIB acotado, presupuesto social sin multiplicación de riqueza y aumento de las cifras de marginación y pobreza.

El enfoque binario de neoliberalismo vs. populismo que presenta el panorama electoral también es equivocado: los neoliberales del PRI-PAN-PRD-sector privado quieren restaurar el viejo populismo priísta y los populistas morenistas sólo buscan rehacer el neoliberalismo de Estado con programas asistencialistas. En el fondo, cada uno de los dos protagonistas sólo defenderá sus privilegios y los de sus aliados productivos: empresarios, sindicatos, clases medias y marginados.

La verdadera crisis que necesita debatirse y que requiere posicionarse en las opciones electorales tiene cuando menos tres puntos sensibles: la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo con autonomía de clases productivas, nueva política económica que la convierta en impulsora de la actividad y no en control autoritario de clases y partidos y un nuevo Estado alejado del populista-neoliberal y del neoliberal-populista.

Como en la crisis de 1995, la de 2020 no encuentra opciones en los protagonistas electorales. La crisis importada del colapso de Wall Street en 1929 llevó al pacto social cardenista, pero éste se colapsó en el populismo vulgar de gastar sin efecto productivo y llevó al neoliberalismo salinista 1983-2018.

Pero en lugar de proponer legisladores que atiendan este problema de redefinición de proyecto de nación, todos los partidos apelan a la complicidad de grupo o a candidaturas de espectáculo que sólo van a prologar tres años más la propia crisis y a alejar el debate sobre las soluciones radicales.

El viejo México 1910-2020 ya no sirve, pero no existen liderazgos, pensadores u operadores que abran la discusión de soluciones que saquen a las élites políticas, todas, de la vulgar disputa por el poder y el dinero.

indicadorpolitico.mx

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