El día que lo iban a detener Mario Marín estaba tirado de panza al sol sobre un camastro en una vivienda de autoconstrucción en una colonia popular de Acapulco catalogada como de “alto riesgo”. Apenas unos días antes de su captura a unos cuantos metros de la vivienda apareció el cadáver de un individuo. En esa zona son comunes las ejecuciones. Las calles serpentean y en las noches son altamente peligrosas, pero en el día se puede disfrutar de la Bahía de Santa Lucía que se divisa desde ese lugar. Hacía calor y corría un viento imperceptible. Se sentía la humedad y Mario descansaba Junto a la alberca. Ahí en una mesita reposaba un daikiri de tamarindo recargado de coñac con el que se refrescaba. Su hermana Alicia Marín, una modesta profesora de educación básica y dueña de la casa había ordenado al personal de servicio que atendieran al “Señor”. Marín apenas tenía ocho días de haber encontrado refugio en ese lugar. La casa se encontraba abandonada y un par de mozos le daban mantenimiento. Marín huía como las presas de los cazadores pero los sabuesos de la policía desde mucho antes lo tenían ubicado, bien medidito, nada más estaban a la espera de la orden de cateo de un juez para invadir el domicilio y atraparlo. A su detención fue exhibido como un trofeo por las huestes del fiscal general Alejandro Gertz Manero el que tiempo atrás había ordenado que se emitiera la “ficha roja” del exgobernador quien estaba en la lista de los fugitivos más buscados. La cacería se extendió a todo el mundo. En lugares recónditos, como China, mucha gente desconocía dónde se ubica México, pero sí sabían quién era Mario Marín al que simplemente referían como el “gobel plecioso”.
La casa ubicada en el número 22 de la Citlaltépetl de la colonia Cumbres de Figueroa –llamada así en “honor” del exgobernador Rubén Figueroa Figueroa, quien en realidad su verdadero nombre era Teodosio Eustolio, pero como nunca le gustó como lo registraron sus padres, se autonombró “Rubén” y así se hizo llamar hasta su muerte–.
Ese día un ligero vientecillo hacia soportable la humedad que se transpiraba. La temperatura arañaba los 30 grados centígrados. Marín vestía un short y una playera con una gorra de beisbolista que combinaba con unas gafas de sol que le cubrían buena parte de su rostro.
Años atrás la vida de Marín dio un vuelco. Su rocambolesca trayectoria política acabó de sopetón. Fuera de toda broma, llegó a soñar con ser la reencarnación de Benito Juárez. Aquellos a los que les confiaba sus aspiraciones no sabían si reír o llorar.
A Marín le ocurrió lo que pasa a casi todos los políticos que se encumbran en el poder: se trastornan. Enloquecen.
El joven que se inició como inspector de mercados por uno de sus maestros, Guillermo Pacheco Pulido, ni en sus más remotos y delirantes sueños consideró que podría un día llegar a gobernar su estado natal. Pero sus sueños se cumplieron, lo malo es que se llegó a sentir intocable.
Ahora estaba ahí frente a su realidad. Acorralado y sin los guardias que le vigilaban el sueño y sin los amigos de siempre, Marín estaba consciente que tarde que temprano lo agarrarían en el mínimo de los descuidos. Después de las famosas grabaciones que lo imputaban junto con el empresario Kamel Nacif en la persecución contra la activista Lydia Cacho, comenzó a sufrir una pesadilla.
Marín había iniciado su polémico mandato en febrero de 2005. A finales de ese año estaba sumergido el escándalo que pondría fin a su carrera política. Al principio desdeñó los reclamos de Lydia Cacho, contrató a un equipo de abogados para atender su caso y recurrió a sus contactos en los más altos niveles del poder judicial. Todo el periodo de su gobierno fue de escándalo tras escándalo por el caso Cacho hasta llegar a enero de 2011 en que concluyó su gestión. A partir de entonces Marín fue abandonado por sus amigos y hasta por sus cómplices. Se convirtió en un apestado. Los últimos diez años de su vida fueron de litigios. Pero se le acabó la “buena suerte” y comenzó a andar a salto de mata, con la ayuda y complicidad de sus abogados.
La casa de Cumbres de Figueroa era una de sus últimas madrigueras. Años atrás cuando despachaba en la Casa Puebla ayudó a su hermana Lucía a terminar de construir y ampliar la vivienda.
Marín tenía vedado disfrutar del paraíso de Acapulco. Vivía en su propia prisión. Para él, era impensable caminar por la arena de las playas. Su vida estaba acotada. Sufría un calvario. Añoraba sus días de poder y hasta maldecía y se arrepentía de haberse cruzado un día con Kamel Nacif, pero él ignoró la fama de pederasta con la que cargaba el empresario textilero.
En todo eso pensaba casi todos los días desde que comenzó a andar a salto de mata.
El miércoles 3 de febrero los mozos estaban pendientes de la comida que preparaban para su huésped. La mesa ya estaba puesta y Marín estaba en el camastro en un estado de somnolencia, entre el sueño y la vigilia como si estuviera a punto de perder la conciencia.
En los ochos días que estuvo ahí escondido, casi sin hablar con nadie, el sopor lo consumía, tenía una sensación de cansancio, de pesadez, con los sentidos embotados y hasta cierta torpeza en sus movimientos.
Cuando la policía allanó la casa dio un brinco, sorprendido por los agentes de investigación, ni siquiera tuvo tiempo de reclamar nada, con el corazón agitado y las mandíbulas apretadas de coraje, Marín pidió unos minutos para vestirse, ahí mismo le llevaron la ropa y unos zapatos. Los agentes lo trasladaron en una camioneta y más tarde lo llevaron al aeropuerto donde un avión de la Fiscalía General lo trasladaría a Cancún. La misma aeronave en la que se trasladó al Chapo Guzmán a Estados Unidos y la que también se usó para extraditar al exgobernador de Quintana Roo, Roberto Borge. Una aeronave Challenger 605.
Esa misma noche Marín arribo a Cancún a donde Lydia Cacho escribió Los demonios del Edén. La cárcel del Caribe es su nueva casa. La misma prisión donde vive –bueno es un decir– Jean Succar Kuri, el pederasta condenado a más de cien años de prisión y quien era uña y mugre de Kamel Nacif, el rey de la mezclilla, el personaje que solía apostar millones de dólares en Las Vegas y que sentía una pasión irrefrenable por las niñas.Marín a quien la pandemia le había caído como anillo al dedo, aprovechó la coyuntura de la crisis sanitaria para ocultar su rostro y tratar de pasar desapercibido. Usaba el cubrebocas para taparse el rostro y de paso protegerse del Covid, combinaba las enormes gafas de sol para completar el disfraz que le permitía desplazarse entre la muchedumbre cada que se atrevía a dar un paseo en un franco desafío a sus perseguidores.
En Puebla todos los miembros de su primer círculo, familiares y colaboradores de su gobierno, fueron sometidos al escrutinio del espionaje telefónico. Se presumía que se encontraba escondido en alguna parte del territorio poblano o que podría encontrarse en Austria, en las latitudes de Europa, donde su hijo mayor posee millonarias propiedades. El junior Mario Marín García casado con Nadja Ludmer, de origen austriaco, fue señalado de llevar una vida ostentosa en la ciudad de Wels, Austria. Notas periodísticas dieron cuenta de las propiedades del junior por varios países de Europa.El político poblano enfrenta los cargos de tortura y abuso de poder, entre otros. En la desgracia no está tan solo. Algunos de sus ex colaboradores y amigos siguen refiriéndose a Marín como el “señor gobernador”, otros lo recuerdan simplemente como “Mario”, mientras sus detractores se refieren al conspicuo personaje como el “gober precioso”.
Entre la Heroica Puebla de Zaragoza y el municipio de Benito Juárez –nombre oficial de Cancún– existe una distancia de 1,500 kilómetros. Ese fue el recorrido que hizo en automóvil Lydia Cacho el 16 de diciembre de 2005 cuando fue detenida y trasladada por agentes de la policía poblana. En el lapso de más de 20 horas Lydia dice que fue torturada sicológicamente con amenazas de echarla al mar. Habrá que esperar si se va a dar una confrontación entre la activista y el exgobernador. Lydia ha señalado a la secretaría de Gobernación y exministra de la Suprema Corte, Olga Sánchez Cordero de proteger a Marín. A su vez, Manuel Bartlett fue quien impulsó la carrera política de Marín.
En este show mediático, las únicas perdedoras son las víctimas de la pederastia quienes señalan a Lydia Cacho de beneficiarse económica y periodísticamente del escándalo. Mientras tanto, Marín duerme en el Cereso de Cancún en la región 99, una de las zonas violentas y conflictivas. Es el “ilustre” personaje de esta cárcel que tiene un alarmante hacinamiento, como ocurre en casi todas las prisiones del país.
Es seguro su próximo traslado a una prisión de máxima seguridad, donde podría pasar los últimos años de su existencia.