Así la llevaba en el corazón:
Una figura pequeñita siempre corriendo, siempre detrás del espeso humo que escapaba de la taza: café como sus ojos, como las trenzas que descuidada deshacía con sus juegos. Sus pecas aparecían coquetas engalanando su nariz, como pequeñas gotas escapadas de la bebida que tenía frente a él.
Y las horas parecían interminables…
Pero nada es interminable:
inevitablemente la vida vuelve a fijarse en el reloj y se lleva las trenzas y los juegos, el tiempo borra las pecas y lo deja a uno con el sabor agridulce guardado en el corazón.
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