Cuando Marcelo Ebrard Casaubón decidió disolver las precarias posibilidades del Partido de Centro Democrático de Manuel Camacho Solís al declinar en 2000 su candidatura a la Jefatura de gobierno del DF, Marcelo Ebrard Casaubón supo desde entonces que había firmado un pacto con el diablo. Lo que ha ocurrido en su casi cuarto de siglo político es sólo consecuencia.
Camacho tenía claras sus opciones y sus objetivos cuando se rebeló contra la decisión unipersonal y sistémica del presidente Carlos Salinas de Gortari a favor de la candidatura presidencial priista de Luis Donaldo Colosio: la reforma democrática del régimen del PRI para evitar el avance de la derecha económica que había liderado el tratado de Comercio libre con Estados Unidos y que representaba el enfoque ideológico de Joseph-Marie Córdoba Montoya.
Del 23 de noviembre de 1993 al 23 de marzo de 1994 –una crisis política de cuatro meses–, Camacho supo que su candidatura presidencial independiente era imposible, menos desde que aceptó la cancillería de Salinas y luego funcionó como negociador salinista en Chiapas con el EZLN. En esos 120 días que cimbraron al régimen priista, Camacho buscó el pacto político con Colosio para sacarlo del territorio salinista y convencerlo de la reforma democrática del régimen.
En estos últimos casi 70 días, Ebrard anduvo dando tumbos de indefinición personal, pero sobre todo de inexistencia de un proyecto de modernización política que superara el modelo caudillista de López Obrador. Camacho rompió con el régimen priista-salinista y Ebrard se quedó esperando que su “hermano” al que quería mucho, López Obrador, anulara su modelo político sucesorio de cinco años para cederle el poder a Ebrard.
Ebrard nunca pudo o quiso entender el escenario del pacto con el diablo que lo subordinó a López Obrador desde el 2000; la competencia por la candidatura presidencial opositora –entonces perredista– en el 2012 dejó muy claro los términos faustianos del pacto con el diablo: la subordinación de Ebrard al proyecto político de larguísimo plazo de López Obrador.
Después de terminar en 2012 su gestión como jefe de gobierno capitalino designado de manera directa y por dedazo por López Obrador, Ebrard negoció con la facción chuchista del PRD que entonces ya se encontraba en línea de confrontación y ruptura directa contra el tabasqueño. En lugar de subordinarse como pieza clave del lopezobradorismo, Ebrard navegó como llanero solitario con el PRD y en el 2015 las autoridades electorales lo bajaron como candidato de Movimiento Ciudadano por jugar en varias canchas partidistas.
Ebrard aceptó la cancillería en el Gobierno de López Obrador para trabajar desde ahí una candidatura presidencial oficial que iba desde ese momento en línea de confrontación de las preferencias del tabasqueño hacia Claudia Sheinbaum Pardo. Extraña que una mente compleja como la de Ebrard, formada en la estructura de la construcción de opciones, hubiera desdeñado el juego político sucesorio abierto de López Obrador.
El error estratégico de Ebrard fue muy obvio y al parecer nunca quiso entender las explicaciones que le dieron en el sentido de que carecía de fuerza política personal para obligar a López Obrador a cambiar un enfoque sucesorio en marcha, sobre todo porque en Palacio Nacional sabían que Ebrard no se iba a atrever a romper relaciones con López Obrador, a pesar de que varios de sus seguidores lo estaban empujando a esa decisión conflictiva.
En el juego político de poderes, la peor posición es la que deja ver la debilidad de las rupturas estratégicas. El mensaje de López Obrador en el sentido de que Ebrard tenía el puente de plata para salir de Morena fue el punto de inflexión que marcó la derrota del excanciller. López Obrador ha demostrado ser un político que se mueve en las orillas del abismo, a diferencia del Salinas de Gortari timorato que le tuvo miedo a una ruptura con Camacho. La diferencia entre Camacho y Ebrard es muy clara: el primero quería pactar una reforma democrática y el segundo buscaba la candidatura presidencial o, en el peor de los casos, posiciones de poder para sus seguidores.
La peor humillación para Ebrard ocurrió cuando Dante Delgado Rannauro le planteó competir por la candidatura presidencial contra el endeble político influencer Samuel García con menos de dos años de entrenamiento político. Muy a su pesar, Ebrard tuvo que pactar en desventaja con “esa señora” que es la candidata que encabeza las tendencias electorales.
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Política para dummies: la política es más Fausto que Machiavelli.
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