Como cada tres y seis años, el régimen mexicano se pone a prueba con las elecciones a diputados federales y senadores y sale siempre reprobado: el modelo federalista de sistema representativo desaparece por la incapacidad de los partidos políticos para seleccionar a los representantes de la nación.
El régimen mexicano, por mandato constitucional tiene características muy claras:
1.- “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo” (Artículo 39).
2.- México es una “república representativa, democrática, laica y federal” (Artículo 40).
3.- La república se construye con “estados libres y soberanos” (Artículo 40).
4.- El pueblo ejerce su soberanía “por medio de los poderes de la Unión” (Artículo 41).
5.- El supremo poder de la federación se “divide para su ejercicio en legislativo, ejecutivo y judicial” (Artículo 49).
6.- Y “no podrán reunirse dos o más de estos poderes en una sola persona o corporación” (Artículo 49, segundo párrafo).
7.- Y “en ningún caso, salvo en lo dispuesto en el segundo párrafo del artículo 131, se otorgarán facultades extraordinarias para legislar” (Artículo 49, segundo párrafo).
La conjunción, aplicación y respeto a estos criterios define –debiera definirlo– al sistema/régimen/Estado mexicano como democrático. Pero en los hechos no ocurre así. Los perfiles reales del modelo de gobierno mexicano son otros:
1.- La configuración de la soberanía popular está en el Congreso y los partidos han perfilado a legisladores sin representación popular nacional. Los diputados no trabajan para toda la nación, sino para su sector o partido.
2.- El control del ejecutivo sobre el legislativo y el judicial, que viene desde la fundación de la república en 1824, impide la existencia de una república democrática y federal.
3.- Los estados no son libres y soberanos y dependen de la voluntad del ejecutivo. Desde antes, con Juárez, Díaz, el PRI y ahora Morena.
4.- La división de poderes es inexistente. El ejecutivo controla al legislativo vía el partido en el poder y los ministros de la Corte son propuestos por el presidente de la república y votados por la mayoría de su partido.
5.- La inexistencia de un sistema/régimen/Estado democrático tiene su origen en la correlativa inexistencia de verdaderos partidos políticos que reconozcan ideas y representatividades y no funcionen bajo la “ley de hierro de la oligarquía” (Robert Michels, 1911): las dirigencias partidistas devienen en grupos oligárquicos que tiene la facultad absoluta y absolutista de designar candidatos a voluntad.
En este contexto, no debe sobreponer que los partidos, viejos y nuevos, tengan el despropósito de designar diputados a ciudadanos sin experiencia, con representaciones sociales dudosas y muchas veces controladores de masas, además, como ahora, luchadores, misses, artistas y deportistas sin experiencia política, ni educación de Estado.
Como el legislativo ha sido desde los tiempos, voluntad y modelo de Porfirio Díaz un apéndice del ejecutivo, entonces no importa quién llegue a las cámaras legislativas: igual van a someterse a la voluntad presidencial. Así funcionó, sin rubor, en los años del reinado priísta; la rebelión de 1988 no duró sino una sola ocasión: el PRD y Morena en el poder han repetido el modelo priísta de subordinación. Y el PAN quiso hacerlo, no pudo y sólo duro dos escasos y mediocres sexenios en la presidencia.
El problema se agudiza cuando se observa una crisis general del modelo de democracia representativa: no sólo Morena reproduce los vicios autoritarios y presidencialistas del PRI, sino que el PRI, el PAN y el PRD como oposición han carecido de ofrecimientos de profesionalización política. Las listas actuales de diputados plurinominales de esa oposición revelan un tráfico de influencias, una apropiación abusiva de candidaturas y una carencia de sentido político para construir un equilibrio presidencialista con algún legislativo fuerte y con autoridad moral.
El adelgazamiento electoral del PRI no construyó una opción democrática porque en México no existe lo que debiera ser una oposición real, sino que se trata de membretes, familias y políticos profesionales que se apropian de manera caciquil de las estructuras de representación popular.
Al final, el pueblo no tiene representación en sus legisladores, aunque sus votos los hayan incrustado en el poder legislativo. Los legisladores recogen el voto del pueblo y se olvidan del pueblo. Y ocurre igual en México que en Europa y hasta en EE. UU.
A partir del deseo de Lincoln, el modelo político democrático no es del pueblo, ni para el pueblo ni con el pueblo, sino para una casta de profesionales de la política que viven de la democracia para sí mismos.
@carlosramirezh
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