Pablo Hasél: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

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Diego Medrano

Silban las balas en la Puerta del Sol madrileña, huelen a nubes las pedradas por la Vía Laietana, el chocolate espeso se remueve con cucharón de palo en los contenedores quemados de Lleida… un pueblo en armas, contra el encarcelamiento de su poeta rapero, que no se llama Pablo Hasél sino Pablo Rivadulla Duró. ¿Lo más enternecedor? Niños, casi chavales, con la mochila repleta de ropa, para salir con un atuendo delante de las posibles cámaras y otro para llegar a casa silbando y con ganas de meterse en la camita porque nos duele la cabeza. Violencia contra la policía, que es la no violencia, porque lo que se intenta es frenar el destrozo urbano, política de contención y no lo que pasó en Linares, gracias a unos jetas extralimitados en sus funciones, violencia atroz por parte de unos maderos falsos, creídos Supermán y disfrazados para sus funciones inmediatas. La vergüenza del Cuerpo y de todos nosotros. La náusea.

Vayamos por partes. El sentido común incita a separar dos delitos, en esta novela de la gresca, lo que es un Delito de odio de lo que es otro Delito de opinión. Ambos sabemos lo que son: el primero sería negar Auschwitz; el segundo mantener que un jefe de Estado cualquiera, por ejemplo, es un hijo de puta por robar a la Hacienda pública, a través de negocios negros, e irse de juerga con el dinero de todos. Entre ambos (Delito de odio, Delito de opinión) está lo que llamamos Libertad de expresión. Aquello atribuido a Voltaire desde la tribuna, por parte de un biógrafo, pero completamente falso, donde el filósofo reclama: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice pero, defenderé con mi vida si fuera necesario, su derecho a expresarlo”. Nos equivocamos en lo crucial: Hasél está en la cárcel por otra cosita, que es Enaltecimiento del terrorismo, en mayúsculas y para todos. Eso ya no tiene nada que ver con odio/opinión, eso es una barbarie, y tal y como dicta la sentencia: “condenado por el delito de enaltecimiento del terrorismo, presentando a los terroristas como héroes y ejemplos a imitar”. No, amigos, el terrorismo está fuera de cualquier estado democrático, nación civil, república o monarquía de todos, patio de vecindad o monipodio, churrería de la esquina o discoteca. Eso no se contempla en la mínima convivencia.

Podemos debatir lo que queramos debatir, juzgar lo que se presenta a ocasión, reyes eméritos en el exilio o negocios negros y azules, pero el terrorismo está fuera del ámbito ciudadano. Los barrotes crecieron y se hicieron grandes como robles por haberse salido Hasél del suelo de todos. Fue Hasél quien rompió la baraja. Añadido a lo anterior: injurias a la Corona y a las Fuerzas de Seguridad del Estado. Para juzgar lo que queramos juzgar, no hace falta insultar a nadie, y quien lo lleva a término se denigra. Hasél no está en la cárcel por desbarrar, porque el ámbito constitucional lo contempla, sino por un delito terrorista, completamente fuera y ajeno del terreno democrático. Compañeros de Mundo Obrero u otras organizaciones sindicales plantean todos los días sus querellas contra el poder establecido sin sacar pistola alguna de la cartuchera y por los cauces, repito, de todos. Sí, por supuesto, claro que la Democracia, en mayúsculas, es que yo daría mi vida porque usted opine en contra y pueda decirlo sin el menor obstáculo, pero esto es otra cosa. Nadie puede dar ni pedir un tiro para nadie. Así de fácil. Repugna solo imaginarlo. La náusea.

Ahora bien, dicho todo lo anterior, la cuestión es qué piensa el común de los mortales, la señora que viene de la compra con bolsas o el muchacho universitario cargado de papelotes. Cuesta creer que a alguien se le encarcele solo por palabras. ¿Y si esas palabras hubiesen llevado a acciones? Nadie, en Democracia, queremos que se meta a otro en la cárcel por unas palabras pero son las palabras quienes nos protegen de las acciones a las que pueden llevar ciertos dibujos por escrito. Existe en nuestro código penal un delito de Enaltecimiento del Terrorismo, y existen consumados delitos de Odio y Opinión. Nadie, cualquiera que sea el color de su piel, sus tendencias sexuales, su cuenta corriente del banco, su historial sanitario, puede sufrir en Democracia que otro le pase por encima. El respeto a la Minoría, en contra de lo que se piensa, sustenta todo el Congreso de los Diputados, porque tampoco vale el pacto y palmadas en la espalda de los grandotes contra los puros alevines.

Yo, desde la paz, sin levantar ningún adoquín, en la completa no violencia, pido que Pablo Hasél salga de la cárcel, se retracte de todo lo dicho y pague la multa administrativa que sea de conformidad. Nada, ni un rap ni el mayor exabrupto, puede justificar muerte alguna. No se ha producido el deceso pero cada vez estamos más cerca del mismo, porque la función de las palabras no es utilizarlas como balas sino como paso anterior y siguiente a la mano tendida. No pensamos como tú, Pablo Hasél, y queremos que digas lo que te dé la gana, pero siempre en el suelo de todos, sin alejarte, porque tu retirada o deserción de la democracia pluralista plena es una herida para tu tiempo y el mayor suicidio, si lo piensas, para ti mismo. Lo peor para una Revolución seria es hacerla desde la confusión. Esas mochilas, cargadas con dos mudas o vestuarios, son una mofa revolucionaria.

Escritor español.

Publicada originalmente en elimparcial.es