¿Hay más cuerdos que locos?

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Carlos Díaz

Por lo general, dislocarse el cerebro está peor visto que dislocarse una pierna. Todavía hay quienes apedrean a los perros, rompen los árboles y se burlan sañudamente de los loquitos del pueblo; a mí semejantes conductas me causan mucho dolor, tal vez porque tengo algo de perro apaleado, de árbol truncado y de bobo.

Sin embargo, existen muchos grados de locura, desde las simples rarezas hasta los grandes disparates. Los niños pequeños se asustan más cuantos más platos acaban de romper, o sea, cuanto mayor es el estropicio. Más que la posible maldad de su intención lo que para ellos cuenta es la cantidad; más se asustan cuanto mayor es el escándalo que su acción produce, y sobre todo cuanto mayor es la ira con que son castigados; me castigan mucho, luego no me quieren nada (Freud). Este “realismo” infantil (Piaget) lo conservan casi intacto los adultos inmaduros cuando, para evitar reprimendas o problemas, no solamente niegan la realidad de lo hecho, sino que hasta ocultan el cadáver, e incluso terminan creyéndose en todo o en parte que ellos no lo han hecho, pues son muchos los mecanismos de huida mental, y ojos que no ven corazón que no siente. Muchas veces, añadamos, la desaforada búsqueda de placeres reactivos tienen su origen en la negación del principio de realidad. El principio de placer contra el principio de realidad una vez más.

¿Por qué estoy loco? Porque lo que yo digo o hago no lo entiendes tú, porque las señales que yo emito no son compatibles con la longitud de onda en la cual tú recibes, y a la inversa. Por lo general, loco es el otro, y precisamente el más loco es el que más acusa y más intensamente cree que el loco es el otro. El loco se pone el mundo por montera al creer que los locos son los demás y, cuanto más llama loco a los otros, más loco está él mismo. La deriva inevitable de esta situación es que cada loco se reserva para sí mismo el principio de inocencia (son los demás los que deben probar su culpabilidad) y a los demás les lleva a los tribunales sin el menor beneficio de la duda.

En el mismo sentido, pero en dirección contraria, la locura consiste en creerse superior a los superiores a uno, y el más tarumba es el que se cree la divina garza envuelta en huevo. Esto es algo que muchos piensan y pocos dicen porque está mal visto, pero todo soldado lleva en su mochila el bastón de mariscal. El tonto cree que es listo por la licenciatura, el listo cree que es sabio por el doctorado, el omnisciente es el doctor honoris causa, y ello por causa del honor con que ha sido honorado, y no siempre porque lo mereciese. Me parece que en esto, como en tantas otras cosas, no veo diferencias mayores entre los locos, las locas, y demás parentela.

Digan lo que digan, locos egregios (Vallejo Nájera) han sido los que han tenido razón veinticuatro horas antes que el común de la gente. A Francisco de Asís le gritaban pazzo por la calles simplemente por haber renunciado a la herencia de su hacendado padre; a Galileo Galilei le encerraron quienes defendían el geocentrismo, y no digamos nada de la cantidad de mártires víctimas de la sabia burrería de los poderes y las gentes: antes Barrabás que Jesucristo. La gente odia a los sabios. Si te pasas de sabio estás loco. Para el vulgo necio (es vulgo necio el que se niega a crecer, respaldado en la infalible omnisciencia de Pero Grullo), ¡el pueblo unido jamás será vencido, no nos moverán, etc! Bueno, ya nos moveremos nosotros…

¿Qué es la moral cerrada de las verdades sectarias sino una historia de la infamia? Yo al menos soy de los que creen que el poder enloquece, rend fou. No sólo el poder de la casta, sino el de mi propia casta sin castidad. No quisiera estar tan loco como no ver en mí mismo las huellas de la casta ajena.

Sabiduría y locura son una misma puerta giratoria, entras loco y sales cuerdo, entras cuerdo y sales loco, a veces te atrancas. A veces estamos locos en casa y cuerdos fuera, hay locuras de juventud que son memeces de vejez, y a la inversa. No hay loco del que no pueda aprender algo el cuerdo, siempre que no olvidemos que esa puerta giratoria somos también nosotros mismos y que giramos tras esa puerta. Uno no sabe qué habrá tras esa puerta verde, pero no puede dejar de girar. Bateadores, picapedreros, bateadores: arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Quien piensa que el gozne o quicio de la puerta de la entera humanidad es él, está más desquiciado que nadie. Quien supone que las puertas están para ser derribadas, es un loco peligroso porque abrirá las puertas de la desolación. Quien piensa que una puerta únicamente está para abrir a otra puerta, y así siempre y sin salida alguna, es que vive una vida kafkiana. No olvidemos, conforme a lo que decíamos al principio, que la locura es una puerta sin salida. Dime cómo usas las puertas, y te diré quién eres.

El hombre es el único animal que instala la trampa, pone la carnaza, y luego mete en ella la pata. Un puñetazo a un saco evita un puñetazo a un enemigo. ¡No es lo mismo vivir con problemas que morir entre balas! No te acerques a una cabra por delante, a un caballo por detrás, ni a un loco carente de humor por ningún sitio. Y, como ningún artículo que se precie debe terminar o empezar sin una cita de Blas Pascal, le cedemos la palabra: “Los hombres son tan necesariamente locos que sería otra especie de locura el pretender no serlo”.

Lo único que no es una locura es el amor, precisamente porque cuando es bueno nadie lo puede medir, pues él mide a todo sin ser medido por nada, y en consecuencia es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son, y de las que no son en tanto que no son. Locura es el sueño de quien está despierto, enamorado, y por eso también locura es el fruto de la sabiduría que ama.

Publicado originalmente en elimparcial.es