El problema político de México, según lo descubrió Francisco I. Madero en 1908, radica en la inexistencia histórica de una oposición. En el siglo XIX de la Reforma hubo dos partidos: el Conservador y el Liberal, el primero monárquico y el segundo republicano. Sin embargo, los dos fueron dominados por el pensamiento histórico de “un solo México” y Edmundo O´Gorman detectó que en propuestas de desarrollo los liberales fueron conservadores y los conservadores se comportaron como liberales.
El problema político de México radica en tres puntos:
1.- El pensamiento histórico ha bloqueado, tergiversado y desviado el desarrollo de las relaciones entre ideas y correlación de fuerzas políticas. El ideal de Patria domina hasta a la derecha ultramontana (sexenios de Fox y Calderón). Y si en todos los enfoques ideológicos el conflicto entre las clases dinamiza el desarrollo político, entonces la uniformidad idealista de la Madre Patria impide que el conflicto dinamice el perfil del sistema de gobierno. Al final, en México, en realidad, no hay derecha, ni izquierda, ni centro, porque todos son hijos de la misma Mamá Patria.
2.- El presidencialismo ha sido en México una forma de gobierno, de Estado y de sistema político. No es nuevo: Octavio Paz centralizó en Posdata la continuidad histórica del poder: el Tlatoani indígena, el Virrey español y el señor presidente criollo. México no ha tenido líderes, sino salvadores de la Patria: los héroes son semidioses griegos. La crisis política en Mexico ha sido producto de la disputa entre la consolidación y expansión del presidencialismo contra la dinámica democratizadora de la sociedad: Santa Anna, Juárez, Díaz, el PRI. Y el presidencialismo se sostiene por la centralidad del poder, el control del presupuesto y la jefatura de la seguridad judicial y de fuerzas armadas.
3.- El sistema de partidos reproduce el sistema solar: el presidente como el sol central, su partido como el planeta tierra y los demás girando en torno. Al controlar el poder ejecutivo, el dinero y la fuerza, el ejecutivo designa –casos indígenas, virreinales, Juárez, Díaz, el PRI , el PAN y Morena– a los legisladores, quienes le deben lealtad al jefe político y no al sistema democrático. El presidente en turno designa candidatos, opera elecciones, financia campañas y asume el liderazgo legislativo en una especia de pervertido sistema parlamentario presidencialista, un engendro politológico.
Así funcionaron los sistemas liberal, porfirista, priísta y panista y no había razones para suponer que fuera diferente con Morena en la presidencia y el legislativo. En el sistema político tipo Montesquieu no existen formas efectivas de definir la autonomía relativa o absoluta de los poderes. En este sentido, Morena –que nació del seno del PRI vía la inseminación in vitro del PRD– no presentaba razones para ser diferente. Sí ha habido circunstancias y oportunidades para construir sistemas democráticos con balances de poder, pero al final han prevalecido los liderazgos presidenciales del México posrevolucionario.
Morena llegó a la presidencia con la propuesta de nuevos equilibrios de poder, pero al final de cuentas sus cuadros dirigentes, casi todos, nacieron del PRI. El único partido que de manera histórica representó una opción de modelo económico-ideológico fue el Partido Comunista Mexicano, aunque su venero marxista-soviético no presentaba una verdadera alternativa: en Posdata –de nuevo la referencia– Octavio Paz aplicó el modelo de ciencia política comparada para encontrar similitudes siamesas entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el PRI: el poder dual de presidente de la república y secretario general del partido, lo cual sumaria a los comunistas-perredistas-morenistas en el mismo canasto presidencialista.
El problema no es el PRI o su clon Morena como tal, sino el modelo político presidencialista, la ausencia de ciudadanía y la inexistencia histórica de partidos políticos reales y no imaginarios. Las propuestas nacionales salen de personas y líderes, no de movimientos sociales organizados como partidos. Los tres primeros años de Morena como mayoría absoluta en la Cámara de Diputados fueron iguales a los del PRI; y su apuesta es mantener el mismo esquema, ampliarlo o sumar otros partidos-rémora para ampliar la mayoría, en todo momento sometidos a la autoridad presidencial.
A eso se resume, para Morena, el proceso electoral de 2021: mantener la mayoría para sostener el proyecto presidencial lopezobradorista; y para el siguiente sexenio, el congreso estará sometido al presidente en turno, cualquiera que sea el partido.
@carlosramirezh
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