Con el Palacio Nacional, casi cinco veces centenario, sucede lo mismo que con Los Pinos en su época imperial: desconocemos casi todo de tal.
Es una magnífica oportunidad para reflexionar sobre ello en este puente del natalicio de Benito Juárez, su más conspicuo inquilino. Y a colación con los drones que lo protegen y los muros que se le resguardan.
Algunos datos sueltos conviene saber: se dice que el priista Miguel de la Madrid comenzó a dejarlo de usar con la frecuencia acostumbrada por no desplazarse debido al tránsito padecido al trasladarse a él desde Chapultepec y desde luego, por su impopularidad creciente, también dígase. Los Pinos cobraron mayor relevancia y protagonismo con los presidentes subsecuentes, con la desventaja de ser aún más opaco e inexpugnable aquel sitio que el otro inmueble del Zócalo. Un búnker que opacó la presidencia de México. Alguien salió al paso a decir: es que así se ahorraban tiempo al evitar el desplazamiento. A saber en qué lo ocuparían tal tiempo supuestamente ganado vistos los resultados de cada sexenio. Nadie repara en que les abren paso al circular.
El inmueble situado en el Zócalo se fue convirtiendo en un verdadero museo. O casi. Ya Fox casi lo convirtió
en espacio cultural y se podía visitar ampliamente. Se impulsó la Galería Nacional, un gran acierto museístico. Calderón lo consolidó y hasta Peña Nieto tuvo el acierto –¡oh sorpresa, sí– de añadir un museo dedicado a la historia del edificio situándolo en un mezanine, la entreplanta, frente al recinto de Juárez. Ese espacio fue formidable.
Sabemos que Hacienda permanece ah
í y que el Ejército mexicano tiene un cuartel prominente desde donde lo custodia. La llamada Comandancia de la primera región militar, así como el segundo batallón de servicios especiales de la Policía Militar. Las antenas espectaculares que sobresalen de su azotea, advierten su importancia y justifican –no explican a nadie como sí dijo errada, una activista el 8 de marzo– que el espacio por seguridad nacional está resguardado de cabo a rabo, aunque desde 1692 sufra asaltos de distinta laya. Y es adecuado que esté resguardado el inmueble que entra en el patrimonio cultural de la Humanidad referido al centro histórico de la Ciudad de México, aunque le pese a quien le pese. Hay temas innegociables y este es uno de ellos.
¿El inmueble lo regentea el INAH? Entendemos que sí. Pero la verdad es que su particular importancia, significado y condición ameritaría una gubernatura propia, visible y transparente. Una identificable para todos. Desconocemos su situación legal al detalle, que no parece tan certera a los ojos de los ciudadanos. Cuando el presidente López Obrador anunció revivir la figura de un mayordomo que alguna vez se dice que existió para su administración, hubo explicables sorpresas. Es menester saber qué abarca y qué contiene esa denominación de Palacio Nacional. Se entendería mejor la función del nominado al cargo de mayordomo y que vista la opacidad del tema, es afortunada propuesta. No es ocioso. Para sorpresa de todos, la Torre Eiffel no estaba inventariada por la alcaldía de París y hay quien dice que el edificio situado en el Zócalo se lo vendieron a Fernando VII, rey de España o a los descendientes españoles de Moctezuma. Convendría cerciorarnos de su situación legal.
Tal nombramiento de un mayordomo nos recordó lo poco que sabemos de su cuidado y administración. ¿Está bien asegurado el Palacio Nacional? Guarda verdaderos tesoros. Sus salones, abiertos al público en 2010 con motivo del bicentenario, nos permitieron recorrer gran parte de sus estancias y constatar eso: los tesoros que allí se resguardan, la viva imagen de nuestra historia patria. Lujo que no aportó López Obrador y que no habita directamente. Son salones que por sus características, son inhabitables de cotidiano. El Presidente vive en un anexo moderno habilitado por el panista Calderón. ¿Ve? No es lo mismo que la propaganda negra que pinta a López palaciegamente. Propaganda engañabobos. Y sus opositores se la tragan. No nos equivoquemos. El edificio anexo no es parte de la estructura colonial que delimita propiamente eso que se conoce como Palacio Nacional, aun estando en el mismo predio. Por eso es importante deslindar e identificar.
Aludiendo a la administración patrimonial de esta histórica edificación, en tiempos de Peña Nieto aparecían de cuando en cuando piezas de su acervo prestadas por el inmueble en sendas exposiciones. Se las etiquetaba en la respectiva cartela orientativa al público usando una extraña expresión: Curaduría de Palacio Nacional, dando así a entender que su custodia y resguardo estaba a cargo de ese ¿organismo? Solo invocarla abonaba a acrecentar la curiosidad por saber cómo se administraba el inmueble y bajo la custodia de quién. ¿Qué alcances tenía tal organismo, de existir? Ni idea. Sumaba al INAH, Presidencia, Defensa Nacional…de ahí que sería estupendo unificar y delegar funciones con plena claridad, poniendo orden en lo que se anticipa ser un verdadero enredo.
Sería muy conveniente que se clarificase la situación jurídica y patrimonial del Palacio Nacional. La mayordomía propuesta puede ser y ojalá, un paso en esa dirección. Que se precisen facultades y los responsables de ejecutarlas; acaso no sea conveniente que esté solo bajo la directriz del Ejecutivo, sin que sea óbice como para entorpecer sus funciones. El objetivo de crearla, de que existiera de nuevo está clarísimo y no hay que darle tantas vueltas. Falta detallar y mucho.
El organismo creado por López Obrador podría incluir que se verifique la seguridad del edificio a prueba de todo y desde luego, que se definiera mejor esa figura del mayordomo, que de entrada nos conduce a pensar que el inmueble no se visita al completo y ¿está ocupado al completo? Desde luego no por el propio presidente que sí utiliza para sus funciones de Estado una parte sustancial del recinto.
Ya el solo saber que no toda la manzana que ocupa es el Palacio Nacional, advertiría de lo mucho que desconocemos de tal. Que sí, que hay libros profusamente ilustrados alusivos pero eso no lo hace conocerlo al detalle ni en el tema aquí planteado. No todo son los murales de Diego Rivera. Qué hay de su situación legal y a los responsables directos de su guarda y custodia. Transparentarlo serían provechoso para la nación al completo.
Para terminar: a los desmemoriados, decirles: en tiempos de Calderón y Fox se abrió al público gran parte de su perímetro y sus alrededores libres de obstáculos. Tuvo que llegar el PAN. Y se entraba al formidable recinto de todos los mexicanos por la puerta principal, la central que mira al Zócalo. Llegó el PRI y bloqueó por 6 años toda la explanada, esa megabanqueta que corre por el frente, de Moneda a Corregidora, impidiendo a los mexicanos transitar de lado a lado del Zócalo. El suscrito como tantas mujeres y ciudadanos en general al salir del metro, caminábamos por el arrollo vehicular en fila india. Imposible subir a la banqueta. No hubo poder humano que retirara esas vallas, muestra del repudio al presidente priista. Y ponía en riesgo a todos, mostrando su interés en el pueblo. Y le importó un pepino al priista.
¡Qué dicha! fue el día que pudimos caminar de lado a lado por ese espacio ya con el nuevo gobierno que retiró tales obstáculos. Poner vallas provisionales para evitar pintas y para resguardar el inmueble, sí es acertado. Las alharacas lanzadas contra tales hacia el 8 de marzo se estrellan con la hipocresía de quienes se callaron el atropello sexenal descrito en el párrafo anterior y de los grupos violentos que da igual si son de hombres o mujeres, se reprueban sus acciones de igual forma que cualquier atentado a una mujer. Le pese a quien le pese. Su actitud violenta y anarquista está en el mismo nivel y no merecen ser secundados por una sociedad democrática que debe rechazarlos y trabajar mucho además, para revertir las 10 mujeres que mueren a diario en México, víctimas de la violencia. Le pese a quien le pese.