José Legazpi: viento popular para siempre donde ríos de vino cantan al oído

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Diego Medrano

La genialidad de José Legazpi excede cualquier página a vuelapluma. José, Pepe, Legazpi fue grande más allá del cielo sobre nosotros, el suelo bajo los pies y la sonrisa como moneda de oro entre rostros gloriosos. José Legazpi (1943-2019) murió sin renunciar al calor de chimenea de las mejores tabernas, el fuego vivo de todos los suyos, sembró amor y un Arte, en mayúsculas, que excede la labor de cualquier palmero, aquí en la banqueta, con muchas lágrimas negras sobre las manos vacías. Qué grande era Pepe. Escultor, ingeniero de inventos de madera imposibles, otras esculturas nacionales, expresionista sobrio, impresionista lírico, una botella de vino hasta arriba y un cigarro como paz entera de todos los justos. Aquel bigote gordal, a lo Nietzsche, que él se dejó recitando latín, porque los curas le sirvieron para algo. Fue un pintor español, muy español, Goya y Solana laten dentro como otro infarto, a quien ningún huelebraguetas de ocasión tomó el pelo. ¿Regalar obra? Ni de coña, ni para hoja volandera, faena de aliño o polvo de ocasión. Pepe Legazpi fue bohemia, lujo y risa de niño con coloretes a vino tierno de pueblo para siempre jamás.

Publica muerto, como el Cid, obra que me llega y es su completo canto del cisne: Gusarapas. Dice la RAE sobre gurarapo/a algo noble, algo así como animalejo en estado larvario o embrionario, que tiene forma de gusano y se cría en cualquier medio líquido. Pepe, qué coña la tuya, al final de tus días. Nunca nos conocimos personalmente, y chateábamos por el MSN hasta las cuatro de la mañana, y planeábamos nuestro encuentro como una boda. Une Gusarapas texto y dibujo, texto y acuarelas, su completo canto del cisne, personajes populares por las tabernas, de bar en bar hasta ver el mar, donde la realidad es mito, fruto de esa necesidad personal propia de quien empatiza, lucha y retrata las mayores desdichas sociales. Son caricaturas, hay una novela en cada párrafo, y en cada cata resiste una frase que llevarse a los labios para morder la lona: “No hay mayor calamidad que morirse a destiempo sin más razón que la de ser pobre”, “Tras desabrocharse la bragueta, dejó a la vista la respuesta”, “Nos vamos sin más fardel que un puñado de penas”. La realidad no cuenta, pero es la base, dijeron a sus aires, con mucho menos vino que Pepe Legazpi, Wallace Stevens y John Ashbery. La luz, a la puerta de la tasca, es otra bombilla donde el ingenio despeja e invita.

Su última exposición, cuadros en relieve, maderas y oscuros, Perra vida, retrató yonquis, violinistas en su paz impecune, religiosos del cartón de vino sin espera, pajareros sin vender ningún ala, poetas con americana vieja y las manos en jarras, mujeres-desastre con la falta tan corta, ojeras luminosas, ojeras lujosas, el yonqui del anorak y el gorro de lana que lee a un poeta por las noches como chubesqui. Algún zoquete tachó aquello de antiarte, por eso de que nadie colgaría un paria del salón de casa, cuando es todo lo contrario, somos testamento y compromiso –cada día más- con los vencidos. José Legazpi es hoy la mejor leyenda, viento nuevo, muchos en todos los barrios viejos de España le vieron llegar y pedir una botella alta de vino, él solo, fumando para nadie y sin tiempo que perder. Culto, divertido, dice en la página 35 de Gusarapas: “No me resulta fácil acertar con los propósitos de quienes acuden a mi taller con la intención de obtener una réplica de sí mismos. En general, se mantienen agazapados en la espera de descubrir, a costa de mis debilidades, algún aspecto incontrolado de su personalidad. Aunque suelen ofrecerme libertad de interpretación, sé muy bien cuánto veneno esconde la propuesta, pues resulta muy poco probable que mis apetencias vayan de acuerdo con las del cliente. De hecho, con frecuencia, tengo la impresión de ser como un espejo roto en añicos, pues son pocos los que aceptan reconocerse en el espejo y así le culpan de su distorsión”.

Solo se come mordiendo la vida, y la envidia muerde pero no traga, y solo la calle nos da la medida de quiénes somos. Qué pobre esa recua de creadores sin calle ni chirlos de auténtica vida en colchón que muge como un toro –como los mejores estómagos vacíos- para dos. Pepe Legazpi es una novela e igual, sí, me enciendo y la hago yo, a doble espacio, con mucho colorete y callos en los dedos. Gusarapas Perra vida es el baile de una navaja en el aire, donde ningún anochecer llega a la fonda, porque el pan de hogaza junto al cuartillo de vino son otros padres. Legazpi viene de la pana dura de no haberse traicionado, del olor estiércol que es olor a madre, como quería Juan Ramón, y del arte mayúsculo, el de la literatura y la pintura, donde no cabe ser un cobarde ni aceptar la doma. Ni un cuadro, ni un regalo, a los huelebraguetas de ocasión. Y suda, cabrón, si quieres escribir algo sobre mí, porque aquí no hay barra libre y el vaso cuesta la vida y todo el esfuerzo. Gusarapas, en edición de autor e integra, restringida y única, es un aroma, una forma de vida, donde la oscuridad es otra luz y ningún cuerpo glorioso huye de su sexo. Qué grande José Legazpi, hoy más vivo que nunca, gracias a sus huellas, por las que otros viven. La vida es corta, pequeña y salpicada de mierda como una escalera de gallinero, pero merece la pena si es catada hasta las trancas, como un Homero perfecto. Gracias, Pepe. Gracias, Luis Legazpi, por tu magia entera sin dudas.