Juan José Vijuesca
A veces me pregunto si por el hecho de pertenecer a la especie humana eso me convierte en un ser más considerado. La realidad es que no estoy seguro cuando recibimos tantas lecciones provenientes del reino animal. ¿Cuánto conocemos de cada una de las especies con las que compartimos hábitat terrenal? Sus emociones, sus manera de sufrir, su manera de amar, su manera de proteger, su manera de defenderse. ¿Hay tanta diferencia con los humanos?
En cierta ocasión un adinerado cazador amante de aniquilar animales por placer, viajó a un lugar remoto del África central con el único objetivo de matar un gorila, tal vez dos. Pieza codiciada, según él, y que aún no había conseguido. Y allí disparó con balas de placer hasta conseguir su objetivo. El propio “héroe” de tal hazaña relataba como un buen número de primates acudieron a prestar los primeros auxilios a su abatido compañero dándole masajes para evitar la irreparable muerte. Algunos miembros del grupo comenzaron a increpar al cazador con muestras de dolor y rabia. Lo peor de todo es que el ufano autor contaba aquello desde la satisfacción y la hombría de su gesta.
Me considero una persona débil si para demostrar mi condición dominante tengo que apretar el gatillo y cercenar la vida de un simple gorrión. ¿Quién soy yo? Habrá quienes puedan cuestionar mi forma de interpretar esto, pero me gustaría que alguien me tranquilizara sin recomendarme el diván de un psicólogo, sino dedicándole unos instantes a contemplar el trato que reciben los animales por quienes incumplen la regla más elemental de la convivencia entre semejantes, que no es otra que el amor y el respeto, pues ya sea humano o animal el protagonista, la coexistencia entre seres vivos es una y a la vez complementaria.
No caigamos en alarmas injustificadas por un hecho puntual, los laboratorios que experimentan con diversas especies para testar fármacos, cosméticos y otros productos con fines científicos conviene suponer que realizan su trabajo con el rigor de la ciencia pero cumpliendo con firmeza las leyes en materia de protección de animales. Dicho esto, lo trascendido por lo que presuntamente ha acontecido en Vivotecnica, uno de tantos laboratorios, no puede quedar impune ante la sociedad si a juicio de los responsables de la propia empresa y de las autoridades que intervienen en el caso reafirman la lamentable muestra de mal oficio por parte de algunos de sus trabajadores. Cruelty Free Internacional ha destapado imágenes de una extremada crueldad animal rayana en la tortura gratuita sobre monos, perros, cerdos recién nacidos, conejos, ratas y ratones.
El vídeo de la investigación encubierta desvelado por la ONG Cruelty Free International muestra escalofriantes imágenes de violencia acompañadas de comentarios vejatorios contra los animales, en clara violación de lo que es un trabajo inherente al ensayo con animales por quienes deben hacer de su labor científica una auténtica y respetuosa razón experimental. A decir de varios expertos de la ONG resulta casi insoportable de poder ver las imágenes.
Tortura y crueldad deliberada. Burlas, humillaciones y abuso verbal de animales que están en una situación de extremo estrés y sufrimiento (incluidos aquellos que están agonizando, a quienes se está matando en ese mismo momento) Matar animales en presencia de otros de su especie. Total falta de compasión. Mala praxis en la aplicación de técnicas que causan un dolor y un sufrimiento mayor e innecesario sin anestesia o con una anestesia inadecuada. Manipulación inapropiada. Conejos que sufren, por ejemplo, lesiones en la espina dorsal. En fin, que estas salvajadas nos retrotraen a las peores prácticas del exterminio de masas. Y uno siente la obligación de preguntarse: ¿Hasta qué punto puede sernos comprensible por su sentido de maldad la conducta de ciertos humanos? Por extraño que nos pueda parecer muchos animales advierten órdenes, cólera, amor e intenciones agresivas, reaccionando ante esas actitudes no solo de un modo mecánico, sino conscientes del sentido del dolor más insoportable cuando se les aplica.
El dilema existencial entre animales y humanos es de simple aceptación de la fase por la que atraviesa el hombre del siglo XXI. Lo irracional gana enteros a medida que la mediocridad se establece en las capas sociales, por eso hay violencia cuando los gobiernos apuestan por el ocio subvencionado en detrimento de la práctica educacional y cultural. A lo largo de la historia humana encontramos que la noción sobre derechos o protección de los animales ha sido una constante preocupación. En los tiempos modernos filósofos como Arthur Schopenhauer y Jeremy Bentham nos hablan de los animales como seres que sienten, sufren y deben ser protegidos. También hay voces que declinan ambigüedad, como la del filósofo Peter Singer con su propuesta sobre poder justificar solo la muerte de un animal si el dolor y la pérdida de la vida de ese animal se ven considerablemente superados por los beneficios para otra persona o para un grupo en general. Añado yo, siempre que lo sea en favor de la humanidad y sin contrapartidas hacia los especuladores que más ambicionan.
Siendo sincero creo que tanto animales como humanos tienen idéntico derecho a vivir una existencia digna. Diferente, eso sí, pues cada especie tiene su aquél en lo que a capacidad intelectual se refiere; pero resulta comprensible que bajo esta premisa humanos y animales debamos tener idéntica oportunidad de alcanzar el mayor nivel de felicidad y satisfacción, insisto, dada las capacidades de cada especie. Mi perro, por ejemplo, sin desarrollo intelectual, no hay un solo día que no me demuestre su mejor afecto tan solo a cambio de unas caricias, un hogar amoroso, un plato de comida y una atención veterinaria.
Escritor español.
Publicado originalmente en elimparcial.es