HOUSTON, Texas.- Más agobiado por el peso de la figura política de Donald Trump que por una estrategia propia, el presidente Joseph Biden está reviviendo el modelo político imperial exterior de Ronald Reagan (1981-1989) para imponer el dominio de seguridad nacional de la Casa Blanca sobre el mundo, ahora sobre Centroamérica y de manera especial sobre México.
Pero los enfoques de seguridad nacional estadunidense sobre su zona de influencia latinoamericana no garantizan acuerdos positivos para la Casa Blanca, exaltan los sentimientos nacionalistas de países abandonados por Washington desde 1989 y exhiben la ceguera de la agenda estratégica de la comunidad de los servicios de inteligencia de EEUU.
A pesar de que Washington tiene con México un acuerdo de integración comercial que vale un comercio exterior de 800 mil millones de dólares de exportaciones e importaciones, ahora la prioridad de Biden estará en dos temas que han sido siempre batallas perdidas: migración y narcotráfico, con la circunstancia agravante de que se trata no sólo de asuntos mexicanos, sino que abarca de manera significativa a Centroamérica y con mayores dimensiones a Sudamérica.
El último estratega con enfoque mundial que tuvo la Casa Blanca fue Henry Kissinger. Desde el gobierno de Jimmy Carter (1977-1981) el gobierno estadunidense perdió el liderazgo estratégico en el continente americano. Ahora Biden imponer el dominio de la Casa Blanca, no construir un liderazgo. Pero la dimensión de la crisis económica de un continente sin proyecto de desarrollo y la crisis social por la pandemia están provocando la invasión de hordas centroamericanas de personas huyendo de sus países. Sólo en 2021 se esperan un millón doscientos mil personas que exigirán entrar, asilo, nacionalidad y empleo.
La relación que viene de Biden con México será un buen laboratorio de análisis estratégico. Los temas de migración y narcotráfico se están asumiendo desde el enfoque parcial de la Casa Blanca, aunque repitiendo de manera puntual la estrategia de Trump: contener las caravanas de migrantes en la frontera México-Guatemala y obligar al gobierno mexicano a descabezar –no destruir– a los dos cárteles que ya están hasta las entrañas de la sociedad estadunidense; el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa.
Lo malo de las estrategias de seguridad nacional de la Casa Blanca radica en el enfoque parcial de sus diagnósticos: la migración ilegal mexicana y centroamericana ha sido responsabilidad del fracaso del capitalismo internacional estadunidense en la región y los cárteles de narco están dentro de EEUU en 85% de los estados por razones de corrupción de las autoridades locales. Mientras la Casa Blanca no replantee sus estrategias de seguridad y asuma que su viabilidad como imperio ya no depende de la invasión a otros países o del derrocamiento de gobiernos, los problemas exteriores de Washington tendrán explicaciones internas.
La migración ilegal y el narco dentro de EEUU se encuentra en situación de emergencia nacional. Trump avanzó por el camino fácil de criminalizar a los migrantes y construir muros de hierro, armas y policías y publicar recompensas sobre las cabezas de los dos cárteles mexicanos y obligó al gobierno de México a asumir una parte de la responsabilidad. Biden, en cambio, no da nada y quiere todo. Y por más que haya voluntad en el gobierno de López Obrador, los dos problemas no se resolverán por la fuerza, sino que se requiere de planteamientos más globales y de estrategias conjuntas.
Y para enredar más las cosas, Biden designó a su vicepresidenta Kamala Harris como responsable de la agenda de migración y narco con México, suponiendo que su cargo de fiscal en California le daba autoridad para gestionar soluciones. La vicepresidenta anunció un viaje a México y Guatemala antes de presentar un diagnóstico o un programa y los estilos latinoamericanos de negociar la van a llevar por los túneles de la confusión.
La línea central de la estrategia de Biden hacia américa Latina tiene dos justificaciones: no repetir las políticas de Trump e imponer el dominio imperial estadunidense. Si los gobernantes latinoamericanos aprendieron ya a negociar con príncipes estadunidenses, entonces le dirán a la vicepresidenta Harris que sí a todo y luego seguirán operando con decisiones locales.
La vicepresidenta Harris, por lo demás, tiene su propia agenda como pieza de recambio en el gobierno de EEUU ante la edad y cansancio de Biden y la agenda de crisis internas –sobre todo los motines por brutalidad policiaca y el racismo reanimado– y la falta de concentración del presidente en las reuniones oficiales y estratégicas.
En el fondo, la preocupación no debe centrarse en los problemas de migración y narcotráfico, sino en la incomprensión gubernamental de los problemas que están deslegitimando el dominio imperial de la Casa Blanca.
@carlosramirezh
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