A lo largo de más de medio siglo, cincuenta y tres años para ser exactos, las élites disidentes dentro y fuera del sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional han realizado infinidad de propuestas de reformas democráticas directas, indirectas y tangenciales, el sistema político se ha ido abriendo y la oposición priísta y no-priísta ha llegado a la presidencia, pero el sistema-PRI sigue muy campante como eje político nacional.
Las propuestas de democratización han tenido errores de diagnóstico y por tanto sus conclusiones-propuestas pecan de ese defecto. La democracia se ha enfocado como un modelo procedimental de participación político-electoral, no como producto de una estructura institucional republicana. La oposición y la disidencia han pergeñado sus propuestas en función de los obstáculos encontrados en el desenvolvimiento de la participación política.
El origen del modelo político autoritario con restricciones democráticas no se localiza en las prácticas acomodaticias de las élites, sino en el entramado institucional. Y el modelo de democracia autoritaria mexicana se localiza en tres aspectos interrelacionados: la Revolución Mexicana como ideología, la Constitución como un proyecto nacional histórico de una ruptura social y política y el temor de la oposición y la disidencia para señalar que el modelo político de democracia de Estado, autoritaria y presidencialista fue producto de la Revolución y de la Constitución.
El proyecto político constitucional llegó a su fin en el movimiento estudiantil del 68, cuando el presidente Díaz Ordaz, como jefe del Estado, sintió que las demandas antiautoritarias atentaban contra la esencia del proyecto ideológico del Estado posrevolucionario. El proceso de reformas permanentes a partir de 1969, con pequeñas o grandes decisiones, sólo buscaron despresurizar las tensiones dentro del sistema por la aparición de nuevas clases, de nuevas formas de participación política de grupos sociales y de la pérdida del miedo a la ideología oficial. El camino emprendido por los funcionarios del Estado, fueran del PRI, del PAN, del PRD y ahora de Morena, ha sido el de la reforma, sin entender que la estructura política del sistema/régimen/Estado creada por el PRI ya no funciona en la nueva configuración de las clases sociales y de las diferentes formas de participación social en los asuntos públicos.
Todas las reformas políticas de 1969 a la fecha han quedado en decisiones de flexibilización en la participación política, pero sin reconocer que los problemas de la democracia se localizan en tres puntos clave: la Constitución revolucionaria-posrevolucionaria, el presidencialismo histórico Tlatoani-virrey-caudillo-señor presidente –señalamiento politológico de Octavio Paz desde 1968– y la ideología de la Revolución Mexicana que sigue contaminando la reflexión política de la izquierda y la derecha. Mientras el pensamiento político crítico no rompa dependencias teóricas con esos valores que nos enseñaban por la vía de la educación pública como aparato ideológico del Estado (Louis Althusser) las reformas democráticas quedaran atrapadas en la noria controlada por el propio sistema/régimen/Estado.
A lo largo de medio siglo han sido decenas las propuestas de reformas democráticas, de rediseño de instituciones que tienen que ver con la democracia procedimental –comenzando con la oficina organizadora de elecciones– y de aperturas que eluden las reformas de las estructuras institucionales. Algunos de los promotores de las propuestas de reformas democráticas llegaron a las nuevas oficinas electorales, a la Secretaría de Gobernación, a la presidencia y a las direcciones de los partidos, pero las cosas cambiaron para seguir igual.
El PAN arribó a la presidencia desde la oposición leal, López Obrador consiguió el poder presidencial caminando los senderos del PRD como PRI poscardenista y, oxímoron de nuestras decepciones, y desde el Partido Comunista perredizado, el Estado revolucionario se modificó para llegar a la dimensión desconocida de una estructura autoritaria ya sin ideología ni historia y hoy es el eje del neoliberalismo tipo porfirista que dijo haber destruido como viejo régimen en 1910-1917.
Ninguna de las propuestas partió del hecho real: el proyecto político, ideológico y de entramado institucional de la Revolución Mexicana es ya, usando las palabras de Jesús Silva Herzog a mediados del siglo pasado, “un hecho histórico”; es decir, una propuesta superada por la realidad social, por las nuevas ideas en circulación y por los nuevos acuerdos productivos, sólo una mera referencia de la historia nacional. Hasta Rusia tuvo el valor de desechar el modelo ideológico soviético para asentarse en la búsqueda de nuevas formas de producción, aunque ahora en la etapa de la corrupción de beneficios a favor de la nueva oligarquía.
Ahora la sociedad civil organizada en asociaciones quiere retomar su papel activo en la reforma política del momento, pero lo hace cometiendo los mismos errores: sin diagnosticar el fin histórico del proyecto de la Revolución Mexicana y sin construir correlaciones de fuerzas que pongan en el centro del debate el modelo constitucional-presidencialista-revolucionario. La fase de construcción de organismos autónomos del Estado con fuerzas de la sociedad civil no rompió con el control presidencialista autoritario del poder y ahora se desmantelan para regresar al modelo anterior de Estado fuerte y sociedad civil marginada.
Los nuevos partidos son parte de la fiesta democrática que nada tiene que ver con nuevas correlaciones sociales de fuerzas políticas y nacen y mueren y reviven en decisiones que burlan cualquier escenario democrático y sólo desfondan las finanzas públicas por el atractivo de los subsidios. La nueva élite gobernante sorprende con la categoría de una nueva fase de transformación histórica, pero sin una propuesta de reorganización de clases, estructuras e instituciones, sino que se ha quedado solo en la funcionalidad con menores defectos del viejo modelo cardenista que pervirtió el ciclo priísta del sistema.
El rostro de la democracia mexicana hoy es diferente al de 1968, pero en esencia sigue siendo el mismo. Las insurrecciones sociales y políticas cobijadas en propuesta democratizadoras no diseñaron una alternativa al sistema/régimen/Estado priísta, sino, si acaso, un resane de sus cuarteaduras para ocultar fallas estructuras con una manita de pintura política. Las elecciones legislativas del 2021 y las presidenciales del 2024 mostrarán que la nueva elite gobernante, que es la misma en nombres y apellidos de la de antes, no logró proponer una reforma alternativa al régimen actual. Los puntos por la democracia, el Seminario del Castillo, las reformas institucionales han cumplido algunas de sus metas, pero el sistema/régimen/Estado sigue igual.
Han transcurrido cincuenta y tres años desde la crisis de 1968 y las cosas han mejorado para empeorar.
@carlosramirezh
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