México, una transición surrealista y kafkiana

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El ciclo de la transición mexicana de 1988 llegó a su fin, pero sin cumplir con sus objetivos. La ruptura dentro de Morena por la rabieta del diputado Porfirio Muñoz Ledo contra el gobierno de López Obrador tiene un escenario político más complejo que el enojo del político porque su partido le negó la reelección legislativa. Las catilinarias de Muñoz Ledo contra López Obrador revelan que la transición de sistema/régimen/Estado/Constitución de México, iniciada por Cuauhtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo en 1988, no fue sino un revulsivo dentro del mismo aparato de poder.

En 1988 Muñoz Ledo, junto con Cuauhtémoc Cárdenas, generó una ruptura interna en el PRI y enarboló banderas de democracia y transición. A la vuelta de treinta y tres años, el grupo disidente de 1988 finalmente llegó a la presidencia de la república, pero enfrenta conflictos iguales al PRI de entonces. Ello quiere decir que en México no hubo transición de instituciones ni de reglas y hoy estamos como en 1988: una élite enquistada en el poder y grupos disidentes clamando por espacios democráticos.

En esos tres decenios, México vio pasar el desmoronamiento del PRI, la alternancia a la derecha con el PAN, la fractura permanente de los grupos de centro-izquierda, la consolidación del modelo económico de mercado, el inexplicable regreso del PRI a la presidencia en 2012 y la victoria de López Obrador como uno de los tres líderes disidentes del PRI de 1988. Y en medio de tanto revulsivo, México sigue igual –que quiere decir peor– que antes de la ruptura de 1988: el sistema/régimen/Estado/Constitución estilo PRI.

El problema de la transición mexicana de 1988 estuvo en el hecho de confundir una transición de régimen con una rebelión dentro de un mismo grupo de poder. Los disidentes de 1988 sólo buscaban que el proceso de selección de candidato presidencial no se diera por voluntad del presidente saliente –como había ocurrido desde 1920–, sino que se sometiera a votación de militantes. Lo malo fue que los grupos en pugna no procesaron el conflicto subyacente que disidentes y élites querían ocultar: el debate del modelo populista y neoliberal en el proyecto de gobierno. Ganaron los neoliberales y el México de mercado sobrevivió de 1988 a 2018.

López Obrador y Morena enarbolaron la propuesta de un proyecto de desarrollo populista, a partir del criterio de que la Revolución Mexicana, de acuerdo con el estudio de Arnaldo Córdova, La ideología de la Revolución Mexicana, era populista, no de clase, no popular, no socialista, no proletaria, ni social. Una élite de poder militar tomó el control del proceso revolucionario y mantuvo la estructura piramidal para la transmisión del poder entre las élites. La disidencia de Cárdenas y Muñoz Ledo fue de élites, por más que enarbolaran ideas progresistas.

Muñoz Ledo se benefició de los nuevos espacios de poder que abrió la disidencia de 1988 y ha estado treinta y tres años en el poder. Y ahora se enoja de nueva cuenta porque no lo dejaron competir, a sus ochenta y ocho años, por la presidencia del partido Morena que es de López Obrador y porque no le permitieron la reelección legislativa para –según confesión propia– terminar su ciclo de vida en el Congreso, como si el poder legislativo fuera un cementerio de elefantes.

La disputa entre las élites disidentes de 1988 treinta y tres años después con los mismos argumentos sería la mejor evidencia de que en México no hubo una transición de instituciones o de modernización de régimen, sino que los espacios ganados por los disidentes de 1988 con argumentos democráticos han llevado al mismo régimen institucional de control del poder. Antes era el PRI, sería el mensaje de Muñoz Ledo, y hoy es Morena, pero los mexicanos estamos igual que siempre.

Los analistas y académicos internacionales deben estar pasmados con el momento actual de México. El instrumental de la ciencia política no alcanza para tratar de explicar qué ocurrió en México. Porfirio Muñoz Ledo está atacando al presidente López Obrador con argumentos que debió de esgrimir contra el presidente Díaz Ordaz por la represión estudiantil de 1968, pero los documentos históricos revelan discursos de Muñoz Ledo justificando a Díaz Ordaz y disculpándolo por la matanza en Tlatelolco. La racionalidad politológica queda aplastada por la lógica oportunista de uno de los protagonistas de la rebelión sistémica de 1988.

Lo peor de todo es que Muñoz Ledo es politólogo, profesor de ciencia política, exembajador y muchas otras cosas más. Y monta en furia porque no lo dejan ser diputados para morir en la sala de pleno y recibir homenajes. En diciembre de 2018 el presidente López Obrador autorizó que Muñoz Ledo fuera presidente de la Cámara para ser el legislador que le pusiera la banda presidencial como símbolo de la victoria del régimen de 1988 y ahora Muñoz Ledo dice que las cosas están peor que hace más de tres decenios.

En casos como el de Muñoz Ledo se tiene la impresión de que México es un país surrealista. De hacer caso a los razonamientos válidos de Muñoz Ledo, hemos tardado treinta y tres años para regresar al punto de inicio. ¿A quién pueden reclamarle los mexicanos que creyeron en el régimen de transición de 1988 por el fracaso? El caso es que Muñoz Ledo fue artífice de la construcción de ese régimen de transición de 1988 hasta comienzos de 2021 y ahora resulta que dice estamos peor.

No, México no sólo es surrealista, sino en política también es kafkiano.

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