Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
¿Por qué el lector de hoy en día elige, entre los miles de libros existentes, los de estas autoras escritos doscientos años atrás? ¿Por qué resultan las novelas favoritas de millones de lectores? ¿Qué trasmiten y cómo lo transmiten para que les produzca tanto placer? ¿Qué pueden tener de interés para un escritor principiante? Estas interrogaciones nos las formula Inger Enkvist, filóloga, profesora, doctora en Letras por la Universidad de Gotemburgo y catedrática de español de la Universidad de Lund, en Suecia; además de firmante del ensayo que reseñamos: Aprender a escribir con Jane Austen y Maud Montgomery.
La autora quiere llegar a comprender todo el mundillo que se ha creado alrededor de estas dos escritoras y de sus obras. Esa relación tan estrecha entre obra y lector ha llevado a la edición de dos libros específicos de cada una de ellas en los cuales los lectores expresan su aprecio por sus obras. También ha generado series televisivas, viajes para conocer los lugares donde vivieron. Se habla de una “industria Austen” que ha creado clubes de aficionados con páginas web. Canadá venera a Montgomery, las ventas de su obra superan los cincuenta millones de ejemplares. La isla en la que creció y describió recibe cada año a unos doscientos mil visitantes.
El prologuista, José Manuel Mora Fandos, advierte que este libro se distancia de un manual propiamente dicho y de un ensayo puramente impresionista o exclusivamente teórico, pero que se inserta en la enseñanza de las humanidades, al reconocer de forma crítica el valor de las tradiciones y estudiar con inteligencia los datos empíricos. La califica como una obra útil para el joven escritor en fase de formación y para el lector interesado en enriquecer su modo de leer, con el fin de adquirir herramientas conceptuales y descubrir nuevas perspectivas para una mayor comprensión y deleite en la lectura. A ambos o al mismo —fácilmente pueden coincidir en una misma persona— se le propone descubrir el modo en que las obras dan una determinada forma literaria a una reflexión sobre el arte de vivir.
Inger Enkvist ha estudiado los libros de Austen y de Montgomery con el fin de presentar las características válidas para cualquier escritor. Sabe que es difícil enseñar a escribir creativamente. El escritor debe ser original —no se puede enseñar la genialidad—, la escritura es una actividad inefable, intuitivo-sentimental, impulsada por fuerzas sobre las que el escritor apenas si tiene algún control o conocimiento. Pero por otro lado está convencida de que, si la enseñanza se centra en la adquisición de hábitos de trabajo, en una lectura atenta, analítica, creativa y en el conocimiento de experiencias y referentes literarios, sí es posible.
Maud Montgomery (1874-1942) es la autora de una obra primeramente rechazada en Canadá y los Estados Unidos y a posteriori lanzada por una editorial de Boston, que logró un éxito inmediato: Ana, la de Tejas Verdes. Consta de nueve libros publicados entre 1908 y 2009 —el último volumen, el más extenso, lo entregó antes de morir— en los que no siguió un orden cronológico respecto a la vida de la protagonista, pero sí se preocupó de que estuvieran bien cohesionados, gracias a la utilización de un narrador omnisciente. Su éxito se debe a la habilidad literaria y al buen entendimiento de la psicología. Y a su vez a la combinación de rasgos de géneros literarios diversos; esto hace que resulte atractivo tanto a niños, adolescentes, como a los que buscan el género humorístico o el costumbrista, pues nos cuenta cómo se vivía en un rincón aislado de Canadá hace cien años. Además, ofrece ejemplos de cómo mantener el optimismo y superar las dificultades. Ana abre un mundo de comprensión, amistad y buen humor, es como si hiciera un guiño al lector diciéndole que si entiende esas alusiones indirectas pertenece a su círculo de almas gemelas.
Comparada con la vida de la autora, la narración se basa en un ideal, algo que hubiera querido vivir, más que en una experiencia. Ese buen humor, ese cariño no los obtuvo en vida. Sin cumplir los dos años se quedó sin madre y su padre se trasladó al Oeste de Canadá a trabajar. Son sus abuelos maternos quienes la educaron, en Prince Edward Island, de una forma severa. La buena relación padre-hija resultó insoportable para la nueva esposa, razón por la que únicamente vive un año, siendo adolescente, en casa de su padre. Al morir su abuelo, le tocó cuidar de su abuela, puesto que ningún otro miembro de la familia quería hacerlo. Se casa, al fallecer la abuela, con el pastor presbiteriano y se mudan al interior de Canadá. El matrimonio la decepciona por la tendencia de él a la depresión y tener que sacar a sus hijos adelante sola. Uno de sus hijos muere al poco de nacer, lo que le llevó también a ella a sufrir depresión y soledad emocional e intelectual durante toda su vida.
Estudió magisterio, y como maestra ganó suficiente dinero para costearse filosofía y letras. Empezó a publicar cuentos y poemas en diferentes revistas, incluso trabajó en un periódico. Se conocen todos estos datos de su vida por la cantidad de diarios que escribió desde niña. Resultaron sus “compañeros” en su soledad, le ayudaron a recrear literariamente ambientes y emociones de su niñez y juventud. Por este motivo su obra rebosa optimismo y aprecio por la belleza. En sus diarios se distingue, más que en las novelas, su enorme amor por los libros. Frecuentaba las bibliotecas: es un alma solitaria que busca compañía en los libros porque necesita belleza, risa y vida social. Además, el hecho de ser una apasionada fotógrafa también le sirvió como consuelo personal y fuente de inspiración.
La novela trata sobre dos hermanos mayores que deciden adoptar a un chico del orfanato para que les ayude en las faenas del campo. Por equivocación, el orfanato manda a una niña, Ana: pelirroja, muy delgada y feúcha, según ella misma, pero con una imaginación fuera de lo común y un don para hablar y para descubrir la belleza en todas partes. Su amor por la naturaleza se fusiona con su amor por el lenguaje que embellece la vida cotidiana, ya que pone nombres románticos a las cosas. Lo romántico está presente como referencia literaria y como paisaje, cuando aparece como historia de amor es de manera humorística.
El valor de la novela también radica en la combinación de las técnicas con el contenido. En cada libro varía esas técnicas y el enfoque temático. Usa el humor basado en el contraste entre el romanticismo de Ana y la realidad y en la discordancia que supone la inclusión de una huérfana en una comunidad. Escribe sobre la educación entendida como el arte de vivir. Se trata de conocerse a sí mismo y saber convivir con los demás respetando la integridad del individuo.
La forma de plasmar la relación entre protagonista y comunidad a través del modo de hablar, el desarrollo personal y la comprensión de sí mismo como hilo conductor, el conseguir efectos humorísticos aprovechando choques entre diferentes perspectivas, el crear una relación casi personal con los lectores son similitudes que se pueden hallar en las dos autoras. Ambas lectoras ávidas empezaron muy jóvenes a escribir, tuvieron que reescribir sus primeras obras y llegaron a ser conocidas en su tiempo. Un signo de calidad de la prosa de las dos lo constituye el gran número de personajes secundarios perfectamente delineados y la necesaria solidaridad entre fondo y forma.
Las dos autoras utilizan magistralmente el diálogo, el discurso indirecto libre y el humor. El ideal de Austen es un equilibrio entre razón y emoción. También el de Montgomery, pero le gana en la alegría de vivir y la intensidad emocional que la naturaleza le suscita. En cambio, para referirse a las obras de Austen se suele utilizar las palabras perfección y limitación. No se pueden quitar episodios o personajes de sus tramas. Quizá por esto, Halldén llama a Jane Austen “la Mozart de la novelística”, leerle es como escuchar música de Viena, por su impresión ligera, exacta y espiritual sobre un fondo de consciencia que reconoce la existencia del dolor y de la nostalgia.
Jane Austen (1775-1817) es mundialmente conocida, pero se sabe poco de su vida. A pesar de que no escribió diarios como tales, existen unos cuadernos de trabajo por los que conocemos su buen humor, su voluntad de hacer reír a los demás y sus inmensas ganas de ser escritora. Pero la cantidad de cartas que escribió —se calcula que llegaron a ser tres mil, aunque solo se han conservado unas ciento sesenta— nos han mostrado su perfil; las más interesantes, las dirigidas a Cassandra, su única hermana. Los demás fueron hermanos, seis.
Perteneció a una familia culta —la biblioteca contenía quinientos volúmenes— en la que se leía en voz alta, se improvisaban piezas de teatro y se dialogaba. En este ambiente no extraña que su padre le animara a escribir y un hermano le pusiera en contacto con las editoriales. Tampoco su afición por las novelas, por las poesías, por el teatro, así como su admiración por Shakespeare, hasta aprenderse de memoria parte de su obra; o por Moliére: en él encontró ejemplos de cómo enfocar los tipos humanos y los defectos morales. Además, los especialistas en su obra han destacado sus profundos conocimientos en filosofía, en religión, en política…
Muestra habilidad al describir con exactitud el egoísmo, la vanidad y la estulticia. Sus novelas son humorísticas y moralistas tanto o más que románticas. Posee una capacidad fuera de lo común para construir tramas. Maneja a muchos personajes, los pone en contacto los unos con los otros de manera inesperada y tanto los personajes como los episodios tienen una función precisa en el desarrollo de la trama.
La obra de Austen es extensa, algunos de los títulos que se estudian en este ensayo: Orgullo y prejuicio (1813), comedia que se burla de lo ridículo que es el mundo. Sir Walter Scott fue quien dio un empujón a su obra gracias a su favorable reseña de la novela Emma (1815) cuya trama es poco menos que perfecta. Mansfield Park (1814), presenta menos humor y más crítica de las debilidades humanas. La abadía de Northanger(1817) es una metanovela que parodia tanto las novelas góticas de moda, llenas de corredores oscuros y supuestos misterios, como las sentimentales. Lady Susan(1871) supone un experimento dentro de su obra. Se describe a una mujer de clase alta que acaba de enviudar. La protagonista, al decir lo que quiere hacer —seducir a varios hombres casados—, descubre su actitud inmoral y los lectores no necesitamos interpretar al personaje.
“Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa. Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de un hombre de tales condiciones cuando entra a formar parte de un vecindario” (Orgullo y prejuicio). Este conocido inicio trata el tema del matrimonio, aunque recurrente en su novelística, Jane Austen nunca se casó. No se sabe si por el temor a morir dando a luz, como dos de sus cuñadas, o porque no encontró la pareja ideal o por mantener su independencia y así tener su tiempo para escribir.
Sus novelas no se publicaron en el orden en que fueron escritas y muchas salieron a la luz tras su muerte. Sus primeras obras eran anónimas y una de las ediciones la pagó la propia autora. Sí que ganó algún dinero con sus libros durante los últimos años de su vida, pero su gran fama ha sido póstuma.
El arte de Austen se basa en una observación psicológica astuta, en una trama bien hilada y en el uso de un lenguaje preciso. Se sirve de pocos localismos, sobre todo se centra en el análisis de la psicología y la vida social usando un vocabulario que ha conservado su actualidad. Efectivamente se debe afirmar que la atención al lenguaje es central también para la trama: si los personajes notan en otro personaje un lenguaje descuidado, toman esta observación como la indicación de un defecto moral. Austen presta atención a cómo hablan los personajes en cada novela; preocupación que también se la traspasa a los personajes, observando y reflexionando sobre el mismo. Para la filóloga una novela es una obra de arte verbal, por eso cree que es lógico que la novelista esté atenta al lenguaje y que el uso del lenguaje de los personajes sea parte de la acción que describe.
Austen se basa en la actitud del narrador, que es la de una persona benévola, madura, que no pretende ser superior a los lectores ni a los personajes, sino que respeta la integridad tanto de estos como de aquellos. A los lectores nos trata como a personas inteligentes y cultas. Y agradecemos este gesto considerando a su vez inteligente y culta a la autora. Enkvist apunta que Morini destaca la creación del narrador que se acerca a los protagonistas y se convierte casi en un personaje más, invisible, irónico, femenino, creando la ilusión de que nos habla la propia autora. Esta “Jane Austen” es un fantasma, un “autor implícito” cuyas características imaginamos, deduciéndolas de la lectura. Lo especial es que logre ser a la vez personal e impersonal, es objetiva frente al mundo narrado, pero levemente divertida antes las absurdidades que le toca observar. Esta actitud irónica cautiva hasta a los lectores sofisticados preparados para encontrar defectos y debilidades en los textos. Es fundamental que esta voz narrativa no intente convencernos ideológicamente, y así permita que el lector juzgue por sí mismo. Además, subraya que Austen usa lo que más tarde se llamará focalización, es decir, crea protagonistas que son “reflectores” que ven, oyen, piensan y evalúan a los demás personajes.
Muchos lectores se consideran incondicionales de Jane y se autodenominan “Janeites”, término inventado por George Saintsbury en 1894. La estadounidense Deborah Yaffe habla de este fenómeno en su libro “Entre Janeites: Un viaje por el mundo de los fans de Jane Austen”. Aunque también están los Janeaustenses, quienes la califican así: “Secretamente crítica y a la vez siempre correcta, no era sino una experta miniaturista que supo captar detalles humanos, escondidos en el rabillo del ojo, en la comisura de los labios, y en el movimiento de una muñeca, y esconderlos de nuevo en una narrativa de estilo impecable, para que siglos después, pudieran ser de nuevo utilizados en medios que su época no pudo siquiera imaginar”.
Las obras de Jane Austen priorizan el humor como un lazo de contacto entre autor y lector. Si podemos reírnos de las mismas cosas, podemos entendernos en otros aspectos también. Son novelas de educación en el sentido moral y es notable que esa educación en gran parte sea una autoeducación a través de la lectura y de la observación de la sociedad. Y no contienen descripciones de sentimentalismo, sexo o violencia, por lo cual son textos aceptables para lectores de diferentes edades y culturas.
Inger Enkvist ha escogido a estas dos escritoras porque usan temas universales, modos literarios eficaces retórica y estéticamente y saben hacerlos visibles e interesantes para la razón, el sentimiento y la sensibilidad del lector. El hecho de haber perdurado tanto en el tiempo, el haber sido leídas en ámbitos culturales tan diversos se debe a unas cualidades universales y a que representan algo más que un reflejo de la sociedad en la que se escribieron. El éxito de sus novelas tiene que ver con cierta visión de la vida social, combinada con ciertas técnicas literarias. Asimismo, ofrecen una determinada forma literaria a una reflexión sobre el arte de vivir, que incluye la manera de relacionarse con la comunidad sin dejar de ser cada uno quien es. No hay duda de que el mundo ha cambiado mucho, pero las desigualdades entre los seres humanos siguen existiendo, la inteligencia, la estulticia, el egoísmo, la ambición se han mantenido. ¿Está aquí el quid de la cuestión?