Tuvo una vida ejemplar. A la manera de Thoreau, cumplió con sus principios sin esperar nada a cambio y sin vacilar.
Encaró a los poderosos. Domeñó el miedo al puño brutal del apartheid, pero recusó la venganza y procuró la reconciliación.
Como arzobispo de Ciudad del Cabo ocupó las trincheras de la encarnizada lucha en contra del despotismo blanco sobre los negros y combatió la expoliación de las riquezas del Gran Karoo y el cono sur africano.
“Es sobrecogedora la extensión y la profundidad de la maldad”, dijo. “Pero fue necesario abrir la herida para limpiarla”. En su visión, el apartheid envilecía tanto a los opresores como a los oprimidos.
Buscó una justicia rehabilitadora y no represiva: al interior de la nación, reconciliar; en el mundo, sanciones económicas para forzar un cambio de política del régimen tirano.
Gracias a su estatura moral y credibilidad, sumó a su lucha a ex guerrilleros y a ex integrantes de las fuerzas de seguridad. Al mismo tiempo fue un crítico firme de las acciones violentas de los grupos opositores al régimen.
Cuando el aparheid fue desguazado y pulverizado en 1994 y comenzó la reconstrucción moral de la República, Desmond Tutu se erigió en crítico de las desviaciones del Congreso Nacional Africano, el partido que llevó al poder a Nelson Mandela.
Con la misma entereza con la que enfrentó a los herederos del siniestro Hendrik Verwoerd, Desmond Tutu denunció el regreso a políticas que enriquecían a una minoría mientras las mayorías eran azotadas por una pobreza degradante e inhumana.
En 2010 el arzobispo dijo al New York Times que en contraste con los ideales de Mandela, en África del Sur “el sueño posible se aleja más y más… vivimos en la sociedad más desigual del mundo”.
Y en 2011, ante la creciente corrupción y el cada vez más ineficaz liderazgo, arremetió contra el régimen en términos nunca antes imaginados: “Este gobierno, nuestro gobierno, es peor que el gobierno del apartheid…”
Reprendió al entonces presidente, Jacob G. Zuma: “Usted y su gobierno no me representan. Ustedes velan únicamente por sus propios intereses. Lo llamo a capítulo por amor: un día comenzarmos a rezar por la derrota del Congreso
Nacional Africano. Es usted una desgracia”.
Fue profético. En 2016 una alianza de dirigentes religiosos se formó en contra de Zuma y a principios de 2018 este fue depuesto.
Al nuevo presidente, Cyril Ramaphosa, Tutu apercibió: “Todos los días rezamos por usted y por sus colegas… para que no sea su gobierno un falso amanecer”.
Ramaphosa respondió calificando al arozbispo como un dirigente pragmático y de principios cuya militancia “da nuevo significado a la visión bíblica de que la fe, sin obras, es algo muerto”.
Desmond Tutu lo expresó a su manera: “Ser neutral en situaciones de injusticia, es elegir el bando del opresor”.
Acuñó la frase “Nación arcoiris” para describir a la Sudáfrica que transitó a la democracia después del apartheid, pero nunca mezcló su investidura religiosa con una función política.
Desmond Tutu murió a los 90 años el 26 de diciembre en Ciudad del Cabo. Era originario de Witwatersrand, hijo de una trabajadora doméstica y un maestro. Llegó a ser una celebridad global como Gandhi y como Martin Luther King y en 1984 recibió el Premio Nobel de la Paz, pero su última morada fue un ataud de madera sin cepillar.
No sólo impartió sacramentos y rescató pecadores. Nunca depuso las armas en contra de la injusticia. Fue siempre un hombre de paz… pero jamás un pacifista.