Alejandro San Francisco
Andrés Bello nació el 29 de noviembre de 1781, en Caracas. Han pasado 240 años y sigue siendo hasta hoy uno de los hombres más notables que ha nacido en América, por su sabiduría y su inmensa producción intelectual, por la universalidad de su obra y las múltiples dimensiones que abarcaron sus amplias ocupaciones durante su larga vida, que se extendió por casi 84 años.
Entre sus labores de juventud destaca haber sido maestro de Simón Bolívar –el futuro libertador– además de haber formado parte de una misión diplomática en Londres, en los albores del proceso independentista hispanoamericano. En la práctica, esto le significó desarrollar una larga carrera en la diplomacia y la vida intelectual en una de las ciudades más importantes del mundo, donde durante años desarrolló sus actividades oficiales, pero también cultivó su pasión por el saber, desarrollando algunas investigaciones en el Museo Británico. Paralelamente, ejerció algunas labores periodistas, como redactor de periódicos como El Censor Americano, La Biblioteca Americana y El Repertorio Americano, del cual incluso fue director.
Una de las grandes creaciones de Andrés Bello fue la Universidad de Chile, nacida en 1842. Fue su primer rector y le correspondió pronunciar el discurso inaugural de la institución –una verdadera pieza maestra– el 17 de septiembre de 1843. En esa ocasión destacó el valor de la ciencia y la literatura, de los estudios clásicos y de la medicina, de las artes y todas las disciplinas que harían a la universidad atractiva y valiosa en la creación y difusión del conocimiento. Dedicó unas palabras al tema de la libertad, reflejo de su pensamiento a la vez ilustrado y tradicional: “La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin examen, y por otra a la desarreglada licencia que se rebela contra la autoridad de la razón y contra los más nobles y puros instintos del corazón humano, será sin duda el tema de la Universidad en todas sus diferentes secciones”.
Una de las obras más reconocidas de Andrés Bello fue el Código Civil chileno. En realidad, se trató de un trabajo que al poco tiempo adquirió una dimensión continental, cuando comenzó a ser adoptado por otros países. En un interesante libro, con especial énfasis en el plano jurídico, Alejandro Guzmán Brito destaca que el trabajo de Bello fue adoptado “íntegramente” por Ecuador, por la Confederación Granadina (Colombia), El Salvador, Venezuela, Nicaragua, Honduras y Panamá: en algunos todavía se mantiene en vigor. Además influyó de manera notable en los códigos de Uruguay y Argentina (ver Vida y obra de Andrés Bello, Thomson-Aranzadi, 2008). Adicionalmente, el jurista también influyó en otras ramas del derecho, tanto a nivel interior como en el plano internacional.
En cuanto a su propia creación literaria, Bello fue autor de estudios jurídicos así como escribió poesía. Igualmente, tenía una presencia permanente en la prensa y en los debates intelectuales –sobre el modo de escribir la historia, por ejemplo–; también redactaba los discursos que cada año pronunciaban los gobernantes ante el Congreso Nacional. Acompañaba en ocasiones a los presidentes en reuniones con representantes diplomáticos de otras potencias, y muchas veces obraba como traductor en ellas. El principal periódico chileno a partir de la década de 1830, El Araucano, contaba con la redacción pulcra e inteligente de Bello.
El propio Jaksic resume muy bien el aporte de Bello: “Pudo combinar sus conocimientos de los asuntos internacionales con una inteligente evaluación de la situación política nacional… [logró] la creación de un nuevo sistema de legislación civil que rompía con el orden colonial… Ya sea que se estudie la evolución literaria o la investigación científica, la filología o la historia, la gramática o el derecho romano, el teatro o el sistema carcelario, la rúbrica de Bello está presente. En la historia hispanoamericana del siglo diecinueve, parafraseando a Ignacio Domeyko, no hay quien haya sabido tanto, y logrado tanto”.
Una excelente síntesis para un hombre que influyó profundamente en el primer siglo de vida independiente de los países herederos de la monarquía castellana; que lo hizo con un sentido de la tradición y el cambio; que miró hacia las raíces hispanas, pero también a las griegas y romanas; que comprendió el tiempo histórico que vivía Europa y también Hispanoamérica. Andrés Bello murió el 15 de octubre de 1865, tras una larga y fecunda vida. Sus últimos años –como era previsible– estuvieron consagrados el estudio y la lectura. Se calcula que más de diez mil personas participaron en su funeral, en el cual habló Miguel Luis Amunátegui, el mejor conocedor de la obra de Bello.