Miquel Escudero
Empujado por el alto empresariado catalán, el Capitán General de Cataluña hizo un pronunciamiento militar en septiembre de 1923 (medio año después de ser asesinado el mítico dirigente de la CNT Salvador Seguí, y al año siguiente de ascender al poder Mussolini). Fue un golpe de Estado incruento que dio paso a una dictadura sin sangre, que duró poco más de seis años. En enero de 1930, Miguel Primo de Rivera dimitió y se instaló en París, donde moriría a las seis semanas, con sesenta años de edad. El general Berenguer le sucedió como dictador hasta dos meses antes de la proclamación de la República.
En este contexto, me voy a referir a un artículo de Juan García Oliver, audaz y feroz dirigente de la CNT que fue ministro de Justicia, con Largo Caballero (desde el 4 de noviembre de 1936 hasta el 16 de mayo de 1937; 190 días). García Oliver aceleró de inmediato la celebración del juicio a José Antonio, que dictó su fusilamiento.
En dicho artículo, que está recogido en sus memorias ‘El eco de los pasos’, Juan García Oliver distinguía entre dictadura y fascismo. Para él, dictadura era una “forma personal de gobierno que dura lo que alcanza la vida o el poder de quien lo ejerce”. Omitía algo que es propio de la dictadura: el ejercicio de un poder arbitrario que reprime las libertades; algo que ocurre también en democracia, cuando se burlan sus controles. En cuanto al fascismo, ideología que imperaba en Italia hacía diez años, lo consideraba “el concepto de gobierno que anula la personalidad del individuo y destruye todas las conquistas de la Revolución francesa”. Creo que lo básico es la intensidad y la ausencia de escrúpulos para dominar. El fascismo reclama dictadura, pero ésta no requiere fascismo ni totalitarismo.
El latiguillo de ‘fascista’ es un lugar común arrojado a los adversarios para declararlos apestosos. El director de cine Pier Paolo Pasolini, próximo al PCI, despreciaba su uso y decía que era la muletilla de un viejo sentimiento populista. En cualquier caso, lo que me interesa subrayar aquí es el rechazo de García Oliver a confundir ambos términos; decía que ello provoca paradojas. Por esto reproduciré un largo párrafo que dedicó al general Primo de Rivera, muerto hacía dos años, a quien manifestaba una sorprendente consideración. Hay que señalar que fue escrito en 1932, año en que se estableció la ley del divorcio, se ordenó disolver la Compañía de Jesús y se fundó la Guardia de Asalto, se aprobó en el Congreso de Diputados el Estatuto de Cataluña y fracasó la Sanjurjada:
“En la España de Primo de Rivera, por ejemplo, se creía que estábamos bajo un régimen fascista, siendo así que la dictadura de Primo de Rivera tenía más de demócrata que el contenido de muchas democracias de entonces y pretendidas democracias de ahora. Primo de Rivera, hasta cierto punto, era respetuoso para con sus enemigos: no mandaba fusilar a los hombres por la calle, como suele hacerse ahora sólo por mantener intangible el concepto fascista de que el Estado es la suprema razón de todo. Primo de Rivera creía en el pueblo, ya porque le temiese, ya porque pretendiese engañarle, y por esta misma razón se nos aparece como el gobernante más verdaderamente demócrata que ha tenido España al conceder, durante sus siete años de dictadura, nada menos que cuatro indultos generales. Para Primo de Rivera, no solamente tenía un valor cada ciudadano, sino que incluso se lo reconocía a los presidiarios. Por eso los mimaba, por eso les daba indultos. Primo de Rivera era un pobre dictador demócrata, pero no fascista”.
Dictador demócrata es un oxímoron, otra cosa sería calificarlo de tolerante o benévolo. Por contra, García Oliver se refirió al dirigente socialista Indalecio Prieto como un liberal agotado que no creía en la libertad, y añadía:
“Prieto se sentía colindante con la Falange. De haber vivido José Antonio Primo de Rivera, aquel fascista sui generis que buscó contar con Pestaña y con Prieto, seguro que hubiera tratado de asociarse con los falangistas para ir contra Franco. Pero los camisas viejas carecían de prestigio y de jefe”.
De este modo se expresaba aquel durísimo anarcosindicalista, que reivindicaba el terrorismo de la clase trabajadora, diciendo siempre lo que le parecía, sin miramiento alguno. Afirmaba que siempre “las minorías marcan el camino”, pero nadie le llamó por esto fascista; ni siquiera los comunistas, sus enemigos acérrimos.
Profesor y escritor
Publicado originalmente en elimparcial.es