Terezín, ciudad de vacaciones

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Jesús Romero-Trillo

En 1941, hace 80 años, Hitler inauguró un campo de concentración camuflado en un lugar de vacaciones. En aquellos momentos se empezaban a difundir rumores sobre el trato del régimen nazi a los judíos y el régimen decidió utilizar la propaganda de la época para hacer creer a todo el mundo que había creado el paraíso en la tierra para los “afortunados” que eran llevados a los campos de exterminio. El ideólogo de aquel mensaje fue el Ministro para la Ilustración Pública y la Propaganda, Joseph Goebbels. Su lema era: “una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en verdad”.

Así, Theresienstadt (Terezín) se convirtió para el imaginario público en un lugar modélico de vacaciones y se anunciaba como un balneario para judíos adinerados. Presuntamente tenía todas las comodidades y recursos culturales de la época y, como garantía, se decía que era regentado directamente por judíos. El 23 de junio de 1944 una delegación de la Cruz Roja Internacional visitó el campo y quedó impresionada ante las instalaciones. La delegación asistió a un partido de fútbol entre los residentes, disfrutó de un concierto con música de Verdi, y contempló cómo muchos internos comían de un restaurante del complejo. Evidentemente, todo se trataba de un montaje publicitario que fue reforzado con el documental realizado para la ocasión por el Tercer Reich. El informe de la delegación, con una extensión de 15 páginas y concluido en julio de 1944, fue totalmente laudatorio. La propaganda del Tercer Reich había funcionado demostrando que la realidad que se ve no siempre se corresponde con la verdad.

Ochenta años después la realidad virtual ha cobrado aún una mayor fuerza. Internet y las redes sociales nos demuestran no tenemos necesidad de ser y que basta con representar lo que quisiéramos ser. Para sumar “followers” o “likes” no es necesario ser un sujeto que actúa, habla y piensa, sino un objeto de la red que sabe seguir las tendencias, a qué hora publicar y qué etiquetas usar para conseguir la máxima difusión. Sin embargo, cada vez más necesitamos detenernos y hacernos la pregunta clave: ¿es verdad la realidad que estoy viendo a través de la pantalla? ¿Por qué fiarme de lo que veo si no puedo contrastarlo con diversas fuentes de información? El problema es que cuando se cuestiona la verdad que se nos presenta también se tambalea nuestra percepción de la realidad, y no es fácil contraponerse a lo políticamente correcto que suele estar refrendado por los algoritmos dominan internet.

La distinción entre verdad y realidad siempre ha sido crucial en el desarrollo del pensamiento. El filósofo estoico Epicteto (55-135) decía “El pueblo tiene el mismo derecho a la verdad que a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad”. Los cuatro derechos están conectados y en muchos casos la verdad está amenazada, por lo que los otros tres derechos se resienten, especialmente la libertad. Por tanto, desconfiemos de los Terezín que nos presentan un mundo idílico en nuestras pantallas, a menos que podamos preguntar si quienes aparecen son felices de verdad.

Catedrático de Filología Inglesa en la UAM

Publicado originalmente en elimparcial.es