Jesús Carasa Moreno
Yo, que soy ya viejo, he oido, siempre, la misma cantinela desde que merendábamos un zoquete de pan con una onza de chocolate de algarrobas y llevábamos remiendos en los pantalones, hasta ahora que nos sentimos defraudados si no nos atrevemos a comprar el móvil mas novedoso. Y parece que tiene que ser así porque, como dice nuestra religión, la vida es un castigo que nos puso Dios cuando nos expulsó del Paraíso. Ganar el pan con el sudor de nuestra frente y estar condenados a pasar penalidades, a la enfermedad y a la muerte.
Quizá, el legendario relato intenta decirnos que nuestro paraíso era, como insinúa Harari, el estatus de cazadores-recolectores que perdimos al meternos en la camisa de once varas de agricultores-ganaderos. O quizá, no está en nuestra naturaleza que la felicidad y la satisfacción sean duraderas. Y vamos de mal en peor pues ese cambio de civilización ha producido unas formas, de vida, tan complicadas que nadie domina, ya, la suya y necesita, cada vez mas, un apoyo que, cada día, es mas difícil encontrar. Estamos destruyendo valores como la amistad y la familia (la gran familia), que eran los apoyos del pobre ser humano, para sortear dificultades y estamos cayendo en el Estado, como única ayuda. Estado que, llamemosle como queramos, nos apacienta cada día mas.
Y así, nuestra infelicidad nace, unas veces, de nuestras necesidades materiales insatisfechas, otras, de las penas e incertidumbres que la vida nos pone a cada paso y siempre de la imposibilidad de encontrar la tranquilidad y la paz. He aquí un ejemplo: La vida de un individuo de clase media necesita una preparación en la que invierte mas de un cuarto de su vida de estudios profesionales y aledaños, además de una puesta al día constante si quiere progresar o no quiere verse rebasado por los adelantos que lo dejen obsoleto en su trabajo. Y después, hasta el día de su jubilación, una entrega casi total a su trabajo que le permita mantener su puesto y un plus si quiere prosperar en él. Tambien dedicará parte de su tiempo a realizar alguna actividad deportiva y acopiar la información adecuada para mantener la salud.
Cuando tenga hijos dedicará tiempo a su cuidado, a su educación y a ayudarles en sus deberes y actividades. Tendrá que dedicar horas de asueto para mantener un nivel de información cultural que le mantenga activo en una imprescindible relación social y otro tanto en la marcha de las cosas que le permita participar en la actividad política, para elegir a los dirigentes mas adecuados. Y todo el tiempo dentro de un estado inquietante de zozobra pues el aluvión de informaciones que recibe le ratifican en lo precario de las organizaciones que deberían velar por su “bienestar”.
Es imposible no recordar, aquí, el espectáculo circense del chino que debe mantener girando, para evitar su caída, unos cuantos platos. Da miedo decidirse a hacer un cálculo, con algún detalle, del tiempo que, realmente, ese ejemplo de ciudadano, tiene, de verdad, para su descanso y deleite. Si lo tiene. Y además, tenemos el viejo puritanismo recordándonos que hay que vivir para trabajar y no trabajar para vivir, acusando a los meridionales, que somos los únicos que intentamos aliviar el trabajo, aunque no seamos los mas aplicados de la clase.
Pero amigos, la “civilización” que hemos creado no tiene retroceso, la única salida, si la tiene, es hacia delante. En lo laboral, en la eliminación, mediante máquinas, de todo trabajo alienante y de esfuerzo, permaneciendo, solo, el de creación. Y en lo político y social, en la creación de sistemas que impidan la usurpación del poder. Solo el enunciado de estos eventuales logros como condición para que el pobre ser humano alcance, como especie, algo parecido a la felicidad, me hacen pensar en que aquella condena seguirá por mucho tiempo. ¡Y todo por robar una jodida manzana!
Pintor
Publicado originalmente en elimparcial.es