Alejandro San Francisco
Pablo Neruda, poeta chileno y una de las figuras más importantes de las letras mundiales en el siglo XX, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1971.
El poeta nació en Parral, en la zona del centro-sur de Chile, el 12 de julio de 1904, y había tenido una trayectoria vital llena de andanzas por el mundo, que estuvo marcada por su adhesión al comunismo, pero sobre todo por la poesía. Desde su juventud, con los 20 poemas de amor y una canción desesperada (1924), hasta la madurez del Canto General (1950), pasando por los poemas de la Guerra Civil Española, fue consolidando una posición y prestigio que traspasó fronteras.
En estos últimos años, la figura de Neruda ha recibido algunas críticas por su machismo y por un episodio de violación durante su juventud en Oriente, que aparece registrado en sus Memorias. Confieso que he vivido, sin duda una obra clave para conocer su vida en primera persona (hay una completa edición ampliada, con textos inéditos, editada por Seix Barral, 2017).
En esta obra, precisamente, el poeta explica su posición en los meses anteriores a recibir el Premio Nobel de Literatura. “Estaba yo en París, en 1971, recién llegado a cumplir mis tareas de embajador de Chile, cuando empezó a aparecer otra vez mi nombre en los periódicos”, como candidato al máximo galardón de las letras. En efecto, el presidente Salvador Allende –que había llegado al gobierno en noviembre del año anterior– lo había designado en ese cargo diplomático, motivado por algunas razones personales de Neruda que sus compañeros comunistas le hicieron ver al gobernante, así como por el prestigio que entregaría a la Unidad Popular tener una figura del calibre del poeta en una de las capitales más importantes del mundo. Una de las primeras decisiones, que ciertamente llamó la atención, fue retirar las fotografías de sus antecesores en el cargo –como Carlos Morla Lynch y Grabriel González Videla, entre otros– las que reemplazó por tres figuras políticas chilenas del siglo XIX Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera y José Manuel Balmaceda, y otras tres del siglo XX: Luis Emilio Recabarren, Pedro Aguirre Cerda y su amigo Salvador Allende. Ahí comenzaría la última etapa de la vida del poeta, que hemos narrado en nuestro libro Neruda. El Premio Nobel chileno en tiempos de la Unidad Popular (Santiago, Centro de Estudios Bicentenario, 2004).
El 12 de julio de 1971 el poeta embajador cumplió 67 años, lejos de su patria. En su labor diplomática lo acompañó como ministro consejero el también escritor Jorge Edwards, quien narró su amistad con Neruda y la estadía en París en Adiós, Poeta… (Barcelona, Tusquets, 1990), un libro emotivo y lleno de anécdotas, que nos permite acercarnos al contexto nerudiano en el año del Premio Nobel. “Con su enfermedad a cuestas –recuerda Edwards– y con su escasa afición a muchos aspectos de su trabajo, Neruda era un embajador más preocupado y más competente en las cosas esenciales de lo que podría pensarse”. Efectivamente, se encontraba afectado por un cáncer de próstata, y “hacia las doce de la mañana ya estaba enormemente fatigado”. En septiembre de ese año escribiría al Partido Comunista –en el que militaba desde 1945– sobre la situación de su salud: “escribo desde la clínica, en donde estoy todavía sometido con exámenes que me tienen flaco y deprimido” (reproducido en Mario Amorós, Neruda. El príncipe de los poetas, Barcelona, Ediciones B, 2015).
El día antes del cumpleaños del poeta, el gobierno de Salvador Allende logró aprobar uno de sus proyectos más emblemáticos: la nacionalización del cobre. La iniciativa contó con el respaldo de la unanimidad del Congreso Nacional chileno –cuestión sin duda excepcional en un momento de gran polarización–, lo que daba más fuerza a la revolución socialista. Sin embargo, había un asunto que causaría problemas posteriores al gobierno chileno: la negativa del Ejecutivo a pagar la correspondiente indemnización, debido a que consideraba que las compañías norteamericanas del cobre habían obtenido “rentabilidades excesivas”, las que debían ser deducidas antes de pagarles cualquier cifra. Algunas consecuencias de esta decisión serían parte de las tareas de la embajada de Chile en Francia, que debía trabajar tanto la renegociación de la deuda externa como en enfrentar los efectos de los embargos contra partidas de cobre chileno en Europa. “Esta teoría de las ganancias excesivas es muy bonita”, le comentó Neruda a Edwards, pero con ella nunca vamos a convencer a un juez o a un banquero capitalista. ¡Si el capitalismo vive de las utilidades excesivas!”. Neruda no era un doctrinario marxista, pero era suficientemente práctico para entender el lío en que estaba metido su gobierno.
Por entonces, también aumentaron las solicitudes por reuniones y entrevistas con Pablo Neruda, quizá no tanto por su función como embajador sino por su calidad de poeta. El nombre de Neruda había comenzado a levantarse con más fuerza como candidato al Premio Nobel, si bien había otros nombres de gran valor y prestigio en la lista de posibles galardonados. Como sabemos, en octubre llegaría la gran noticia para el poeta chileno, que recibiría en diciembre, en Estocolmo, la máxima distinción de las letras. Terminaba una “larga travesía”, como señaló en sus palabras iniciales al recibir el galardón: ya tendremos tiempo para revisar esa historia.
Historiador
Publicado originalmente en elimparcial.es