Martín-Miguel Rubio Esteban
El autor del Glossari – una glosa es un buñuelo de viento – publicó en catalán, un catalán clásico de prosa sobreactuada, La Bien Plantada, en 1911, que no es novela, sino informe, crónica o hasta unas actas evangélicas, y ese mismo año Rafael Marquina lo tradujo a un castellano, ajardinado y floral, sin nada de castellana austeridad. La Bien Plantada nos aparece como la primera estrella vesperal un verano de playa con su metro ochenta y ocho de altura. Todavía hoy una mujer de esa altura llama la atención, y en 1911 tenía que llamar espectacularmente la atención. ¿Qué mozo se atreve a cortejar a un bellezón de esa altura? Hay que ser muy valiente y tener mucha confianza en sí mismo. Una mujer así es continuamente mirada por todos en todas partes como mujer que pertenece a otro mundo. Será siempre como aquél una bandera discutida. Y tiene que ser molesto tanto para ella como para el valiente galán, bendecido por el amor, esas indagadoras miradas ubicuas y omnipresentes. Y acabar acostumbrándose a eso tiene que terminar forjando un carácter de reina, un carácter de permanente aparición sorpresiva. Tanto la grandeza como el problema principal, radical y esencial, de la bella Teresa, se fundamenta en su altura, que la señala como monstruo a cada paso que dé. Karl Bühler nos enseñó que la palabra monstruo tiene la misma etimología que mostrar, porque monstruo es aquello que la gente muestra por llamar la atención súbitamente. Sus ojos son vastos, húmedos y llenos de clara profundidad, unos verdaderos ojazos. Y las pestañas tejen sobre ellos una dulce sombra, como la que proyecta sobre los mapas terrestres la jarcia tranquila de los paralelos y meridianos. Las chicas que miden un metro ochenta y ocho centímetros suelen padecer ereutofobia, o temor de ruborizarse. No le queda más que temblar y santiguarse, como cuando cae un rayo, al que ve a Teresa. Y si es un español sensible sin duda después de verla torna a ser mejor. Porque en torno a la Bien Plantada todo es orden y acuerdo. Tras crear a la Bien Plantada es lógico que durante la Guerra Civil, y en contra del criterio del general Martínez Anido, feroz anticatalanista, Eugenio D´Ors fuera nombrado Director General de Bellas Artes. D´Ors acabaría haciendo de Pamplona una pequeña Atenas militarizada, gracias, entre otros, a Vivanco, Rosales o Ridruejo.
Teresa es un nombre que tiene manos capaces de la caricia, de la labor y del abrazo. Teresa es a la vez un nombre modesto y aristocrático, humilde y gótico. Teresa es un nombre hacendoso. Todas las Teresas que se han conocido eran galanas; pero la Bien Plantada, la paraguaya de ascendencia catalana, la de más galanía. Milagro y naturalidad son en Teresa una sola y la misma cosa. No importa que la bella encarnación de Cataluña venga de las Américas; a los franceses también les llegó Napoleón de Córcega. La Bien Plantada es equilibrio, templanza, medida, y a su alrededor sólo puede darse concordia y benigna avenencia. En esta obrita – todas las grandes obras de D´Ors son de pequeño tamaño, como las joyas más preciadas- el autor establece que “nosotros no escribimos un poema lírico, sino un ensayo teórico sobre la filosofía de la catalanidad”. Teresa tiene dos hermanas. Tres hermanas son el número perfecto, porque la razón humana halla un profundo placer en distribuir cada una de las realidades que contempla en tres partes ordenadas. Así tenemos: Esparta, Atenas, Macedonia; Ésquilo, Sófocles, Eurípides; la filosofía presocrática, la filosofía socrática y la filosofía alejandrina; los órdenes dórico, jónico y corintio. En Roma, la Monarquía, la República y el Imperio; en el Renacimiento, los primitivos, los clásicos, los barrocos; y Florencia, Roma y Venecia; y en las grandes teorías ideológicas, empirismo, intelectualismo, panteísmo; y en la vida vegetal, primavera, estío y otoño; fresas, melocotón, granada; hoja, flor, fruto; y en el triángulo, tres ángulos y tres lados; y tres términos en el silogismo; y Venus, Minerva y Juno, eternos símbolos, presentándose ante la elección, siempre en suspenso, del eterno Paris.
Hay una elegancia para la mente, como para vestir. Las elegancias de la literatura catalana se dirían copias de las elegancias en las indumentarias azules y vacacionales de la Bien Plantada. Cuando vemos los vestidos de la Bien Plantada tenemos que pensar en la memoria sobre Baquílides escrita por un estudiante catalán y en la traducción íntegra de Menandro, cumplida por otro, dichosamente. Con una impresionante economía de palabras el autor de Lo Barroco, nos sorprende como un Teofrasto o La Bruyère catalanes, regalándonos una preciosa colección de caracteres femeninos: Una Bailadora, Una Colorada Labriega, Una Doncella de Cabellos de Oro, Una Dama Excursionista, Una Frívola o Parienta de Funeral. Si D´Ors se hubiera dedicado al teatro quizás hubiese sido un gigante de la escena en Cataluña. Siempre existirá el odio contra la belleza física y la belleza de alma, ánimas amarillas de odio, destilando, solitariamente, en la tiniebla vergonzosa, el veneno que destilará en anónimos calumniosos, encorvado sobre un papel, contrahaciendo sus dedos exangües su escritura maligna. Es así que la Bien Plantada, la Teresa catalana, recibía odiosos anónimos. La envidia, porque es pecado españolísimo, también anida en Cataluña. Uno de esos seres siniestros era la señora Pona, que torcía la boca de labios estrechos, mientras brillaban con fuego perverso sus ojos estrábicos. La señora Pona, que se hacía estrechar todas las faldas por una acreditada modista local, no hallaba del todo bien la manera de vestir de la Bien Plantada. Pero La Bien Plantada es a la Gioconda, como la Gioconda a Boticelli.
De repente, los adoradores de Teresa, La Bien Plantada, se hunden, se desesperan, se quieren morir. Resulta que la Bien Plantada tiene novio. Ya no se le puede animar al amor con sonetos de Ronsard, porque ya lo saborea. ¡Adiós a los sueños y esperanzas personales! Pero hagamos constar que el novio de Teresa es digno de ella por más de una cualidad. Hagamos constar que es bien plantado también. Esta mujer ha nacido para la Raza y cumple su destino.
Por fin, llega el sagrado manifiesto de la Bien Plantada, un Manifiesto en defensa de la tradición y de la raza, y en el que acaba diciendo:
“Yo no he venido a instaurar una nueva ley, sino a restaurar la ley antigua. No quiero traeros revolución, sino continuación ( … )Ve, pues, e instruye a las gentes, bautizándolas novecentistas en nombre de Teresa. Yo, en tus caminos por el mundo, jamás te abandonaré. Invisible, iré siguiéndote en tus andanzas. Si en disturbio o duda te ves, o en peligro, invócame, y en seguida alguna señal sabrá revelarte mi oculta asistencia y confortamiento. Yo conozco tus debilidades, como tú has conocido mis fuerzas. Adiós, Xenius, y recibe ahora para todas tus empresas y viajes mi bendición”.
Doctor en Filología Clásica
Publicado originalmente en elimparcial.es