Aunque el PRI como partido histórico murió el 4 de marzo de 1992, todavía ha podido sobrevivir casi 30 años como agencia de colocaciones electorales. Con apenas cuatro gubernaturas, alrededor de 17% de votos legislativos logrados por su coalición con el PAN y el PRD y en tercer lugar el sistema de partidos, la organización fundada por la Revolución Mexicana carece de horizonte histórico.
El PRI nació, siguiendo a Cosío Villegas en El sistema político mexicano, para construir una clase política que garantizará el cumplimiento de las metas sociales de la Revolución Mexicana. El PRI murió en marzo de 1992, cuando el presidente Salinas de Gortari y el dirigente priísta Luis Donaldo Colosio decidieron borrar el concepto de Revolución Mexicana de los documentos básicos del Partido, para sustituirlo por un gelatinoso liberalismo social que solo englobaba al neoliberalismo de mercado que se estaba negociando con los Estados Unidos en el tratado de Comercio libre.
El PRI fue un aparato de poder para administrar el relevo en las posiciones del Estado; en ese sentido, nunca funcionó como un verdadero partido político de ideas o de masas. En realidad, operó como una especie de estructura similar a los partidos fascistas europeos o a los partidos comunistas prosoviéticos, solo que sigue el autoritarismo obligatorio de militancia.
El fin del PRI comenzó en 1992 con el relevo ideológico. En 1994 encaró un alzamiento guerrillero de impresionantes bases sociales que fue escenario de la peor y más grave disputa interna por el poder dentro del partido: los asesinatos del candidato presidencial Colosio y del secretario general José Francisco Ruiz Massieu, para dar paso a la presidencia de Ernesto Zedillo Ponce de León, un tecnócrata sin pasado priísta y sin manejo presidencialistas del partido. En 1997 El PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y el gobierno del Distrito Federal y en el 2000 fue derrotado por el PAN en la competencia por la presidencia de la República.
El PRI tuvo un fugaz espacio de renacimiento en el 2012, pero fue producto de una lucha entre las corrientes priístas neoliberales de Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto y la gran ola populista-priísta de López Obrador como candidato presidencial del PRD, partido que nació de una inexplicable fusión de comunistas y priístas.
El PRI no fue, nunca, un partido político tradicional, de acuerdo con la teoría de los partidos. Se trató de una gran coalición de intereses y de control corporativo de las clases productivas para construir un aparato de administración del poder. El PRI, siguiendo el modelo teórico de David Easton, fue un partido-sistema, es decir, también siguiendo a Easton, una caja negra en cuyo seno el poder presidencial distribuya valores y beneficios y garantizada por la vía autoritaria la funcionalidad de la República.
Si el PRI perdió su eje ideológico en 1992, el punto decisivo para entender la ruptura en los liderazgos internos que le daban valor y fuerza ocurrió en 1975, cuando el presidente Luis Echeverría dio un giro espectacular en las tradiciones políticas el partido y optó por la nominación de José López Portillo, un burócrata de carácter administrativo carente de ideología priísta. Con esta decisión ocurrió un triple relevo en los mecanismos de funcionamiento del PRI: ideológico, porque se abandonó la Revolución Mexicana; social, porque el PRI dejó de ser la estructura de representación corporativa de las clases productivas no propietarias; y de modelo de desarrollo, porque ahí comenzó el neoliberalismo que liquidó al Estado como una estructura social y lo convirtió en una instancia garante del funcionamiento de la economía de mercado.
La pérdida del PRI como estructura, definición y ejercicio del poder y como eje ideológico del proyecto de la Revolución Mexicana condujo a una nueva correlación ideológica, social y productiva en la que las fuerzas sociales que representaba el PRI dejaron de reflejar los intereses de las clases no propietarias. El nuevo modelo económico de mercado comenzó a sacrificar referentes ideológicos de las bases priístas que le redujeron base electoral y lo llevaron a mero aparato de agencia de colocaciones políticas. En 1988-1989, el PRI cardenista se salió del PRI y fundó el PRD, y con ello desfondó la fuerza ideológica del partido que nació del seno mismo de la Revolución Mexicana.
El PRI terminó de hundirse en las elecciones legislativas el pasado 6 de junio cuando se vio obligado por las circunstancias a aliarse con sus enemigos históricos, la derecha del PAN y el populismo del PRD, dejándole todo el escenario del progresismo liberal al discurso político de López Obrador y Morena.
Lo malo para el PRI es que carece de algún liderazgo o de algún grupo político con la fuerza suficiente como para reconstruir al partido. Si algún horizonte histórico le queda al PRI, sería el del viejo Partido Popular Socialista (PPS) o aquel simbólico Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM).
@carlosramirezh
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