En 1972 el politólogo e historiador Daniel Cosío Villegas escribió su libro ya clásico El sistema político mexicano y ahí señaló el hecho de que de 1929 al inicio de los años setenta en México habían ocurrido relevos presidenciales conflictivos, pero pacíficos. El funcionalismo sistémico lo acreditaba a una estructura de juegos de poder en cuyo seno se tomaban decisiones colegiadas por parte de la autoridad presidencial.
La clave del funcionamiento del aparato de poder como estructura de sistema político –en el modelo teórico de David Easton– estuvo en México la existencia del PRI como la caja negra eastoniana en cuyo seno se tomaban las decisiones, se distribuían los beneficios y se asumía el control de daños de resultados. En este sentido El PRI no era un partido político tradicional, sino una maquinaria de ejercicio de todos los poderes reales.
En su libro, Cosío Villegas señaló que el PRI había nacido para cumplir tres funciones: evitar la disputa sangrienta por el poder, redistribuir posiciones gubernamentales y sobre todo garantizar la vigencia de los objetivos sociales de la Revolución Mexicana. Dentro del PRI se dirimían conflictos y concesiones sin estallar en crisis de gobernabilidad. En este sentido se pudo considerar al PRI como el partido-sistema que garantizaba la estabilidad política.
El PRI fue, pues, partido, estructura, sistema, aparato y tejido político de poder. La gran aportación política del PRI no fue su funcionamiento como partido, sino la creación de una estructura política para la gestión del poder, ya fuera con el PRI de 1929 al 2000 o con el PAN del 2000 al 2012 o de nuevo con el PRI de 2012 al 2018 y ahora con Morena en la presidencia sexenal.
Hoy puede decirse que la garantía de estabilidad –con conflictos administrados en diferentes grados y situaciones– sigue estando en el sistema político fundado por el PRI. Por eso vemos al presidente López Obrador reactivando el viejo modelo priísta de designación del candidato presidencial del presidente en turno, tal como se ha venido manejando desde la creación del PRI como Partido Nacional Revolucionario en 1929 para evitar una nueva guerra civil por el asesinato del entonces presidente electo general Álvaro Obregón.
En 1938, el presidente Lázaro Cárdenas pasó del PRI de élites militares revolucionarias a un partido de corporaciones sociales de la lucha de clases, incluyendo en ese momento a los militares como cuarto sector garante de la soberanía, del partido y de la Revolución Mexicana. Casi por decreto, todos los obreros, los campesinos y los profesionistas tenían que militar en el PRI, aunque sin ningún castigo si así no lo deseaba. Con el control de las estructuras corporativas por parte del gobierno, el PRI garantizaban los votos para mantenerse en el poder.
El escenario ha cambiado para el PRI. De haber tenido el 100% de las posiciones de poder, hoy apenas mantiene cuatro de 32 gubernaturas, casi un tercio de las alcaldías y es tercera fuerza minoritaria en las dos cámaras del Congreso. Si la lógica política se mantiene, el PRI se enfila en los próximos tres años a perder las cuatro gubernaturas que le quedan.
El PRI fue estructura sistémica del poder, pero sobre todo fue estructura y método de funcionamiento político, con la circunstancia agravante de que el partido se convirtió en el venero de todos los partidos políticos existentes, con excepción del Partido Comunista Mexicano que funcionó de 1919 a 1989, pero se disolvió para entregarle su registro legal como partido a los priístas de Cuauhtémoc Cárdenas para fundar en 1989 el PRD.
El PAN nació en 1939 con exfuncionarios de los gobiernos revolucionarios como una propuesta para purificar la corrupción del movimiento social de 1910; el PRD se construyó con las células sobrevivientes del Partido Comunista y los experiodistas cardenistas; y Morena fue un desprendimiento directo del PRD, con el dato de sobra conocido de que el presidente López Obrador y la élite gobernante de Morena también se cinceló en el PRI de los años setenta.
No hay una fecha exacta para establecer el fin simbólico del PRI, pero se puede asumir qué el partido del gobierno del Estado terminó su vida funcional en 1992, cuando el presidente Salinas de Gortari y el entonces dirigente priísta y futuro candidato presidencial Luis Donaldo Colosio decidieron borrar el concepto de Revolución Mexicana de los documentos y la historia del PRI y sustituirlo por el gelatinoso “liberalismo social”, una propuesta ideológica creada por el presidente Benito Juárez a mediados del siglo XIX para construir el Estado-nación y el sistema capitalista mexicano.
Hoy los despojos del PRI se arrancan a pedazos entre pequeños grupos priístas sin representatividad social, política e ideológica, mientras la dirigencia formal del partido sigue en manos de personeros del grupo de Salinas de Gortari y del grupo de Enrique Peña Nieto. Hace días un grupo de priístas quiso tomar por la fuerza el edificio central del partido provocando violencia y desconcierto.
Para terminar de ilustrar el fin histórico del PRI se encuentra en la realidad actual el hecho de que el PRI pudo mantener una bancada legislativa federal sólo por la alianza con sus viejos adversarios políticos, el derechista PAN y el populista PRD y combatiendo al pos-neopriísta Morena. Como se puede advertir en este planteamiento, no existe teoría política capaz de aplicarse a lo que está ocurriendo en el PRI mexicano y en los partidos que dominan las posiciones de poder.
El PRI se enfila hacia su extinción. No existe fuerza política que pudiera liderar una reconstrucción y por primera vez el PRI acudiría en el furgón de cola de una candidatura presidencial de coalición en el 2024 sin ningún priísta al frente.
El PRI ha muerto, pero vive en el corazón de Morena.
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